sábado, 1 de octubre de 2011

El triunfo de la economía especulativa

Hoy, durante la tertulia del café y el desayuno, recordábamos a nuestros padres cuando tenían que pagar más de un 20 % de interés por un crédito y, por contra, yo recordaba al mío cuando decía que la mayor ilusión de su vida es que le tocara una buena quiniela y con el 10 o el 12 % que le iban a dar en el banco “a plazo fijo” dejaba el negocio y “a vivir de las rentas”. Era la España de los 60-70.

A pesar de lo que, por aquel entonces, se dio en llamar “el desarrollismo”, consecuencia de la apertura al mundo de la sociedad española, obligado Franco ante la situación de bancarrota a la  que había abocado a España a finales de los 50, aquellos tipos de interés dificultaban la inversión al establecerse unos créditos tan costosos y, además, fomentaban exageradamente el  ahorro por el mismo motivo en las IPF. Todo lo contrario que ocurría en otros países europeos mucho más desarrollados tanto en lo que a la producción se refiere como en los beneficios sociales. Era el caso de Francia, Alemania, el Reino Unido, los países del Benelux, etc. donde era mucho más rentable invertir en negocios, facilitándose el crédito a un interés bajo, que apalancar el dinero en los bancos donde los intereses eran mucho más pequeños que el margen de beneficios que generaba la industria y el comercio. Con la desaparición del régimen, España se fue incorporando paulatinamente a este modelo y de ahí el salto cualitativo tan importante de las empresas españolas en los años siguientes.

Pero llegaron los 90. Fue la década donde la ingeniería financiera se expandió ferozmente por todos los países desarrollados. Se crearon productos bancarios de todo tipo como fondos de inversión, de alto riesgo… donde sobre una base ficticia –el dinero contante y sonante había desaparecido para convertirse en secuencias de números sobre la pantalla de un ordenador-, se generaban extraordinarios beneficios fruto de tipos de interés desmesurados, efecto a su vez de supuestas inversiones de las que nadie o casi nadie sabían en qué consistían. A lo más, movimientos en Bolsas allende de nuestros mares, igualmente difíciles de comprender. En consecuencia, los grandes capitales fueron sustituyendo sus empresas productivas por la ductilidad de sus despachos y la confianza en sus asesores financieros.

Así fueron cerrándose fábricas y empresas resultas de la obtención de suculentos beneficios sin el más mínimo esfuerzo. Y si además, podían aprovecharse de la ingenuidad de los gobiernos que reducían sus impuestos con la intención de que pudieran repercutir sus ganancias en el mantenimiento e incluso la creación de nuevas empresas productivas, mejor que mejor, convirtiéndose entonces en auténticos lobbys de presión –Think tank-, manipulando a los mismos a su antojo y permitiéndoseles todo tipo de tropelías fiscales y financieras. Y si a esto añadimos la permisividad ante la deslocalización del tejido industrial a favor de países del tercer mundo donde los costes laborales son mínimos e incluso con condiciones laborales que rayan la esclavitud, tendremos como resultado la situación a la que hoy hemos llegado tanto en Europa como en Estados Unidos con unas tasas de desempleo desconocidas en las últimas décadas.

Hoy, como consecuencia de la crisis –aunque el BCE todavía no lo tenga claro en este aspecto-, los tipos de interés se han rebajado sensiblemente para que regresen las inversiones a la economía productiva pero la empresa privada ni va, ni puede crear empleo, al menos en proporciones suficientes para la reactivación de la misma por una razón evidente y es que no existe la demanda ineludible para crear esa necesidad. El objetivo de las empresas es, en definitiva, vender y para poder vender tiene que haber clientes con la capacidad de comprar. Si la gente no tiene trabajo o sus salarios quedan reducidos a la mínima expresión, no podrá gastar y, como se insiste una y otra vez desde numerosos foros, esto se convertirá en un bucle sin fin que no hará más que generar más y más paro como de hecho está ocurriendo conforme avanza la crisis. De forma elocuente, el Wall Street Journal presenta anualmente los resultados de un trabajo que elabora desde hace décadas en el que se afirma que hace 30 años la economía productiva representaba el 80 % del PIB mundial mientras que la especulativa lo hacía por el resto. Hoy esos datos se han dado la vuelta y la economía especulativa representa más del 70 % de ese mismo PIB ¿cómo podemos esperar entonces que la iniciativa privada recupere el empleo?

Es preciso que los gobiernos vuelvan a intervenir en el modelo económico y productivo tal como hicieron posible el desarrollo europeo desde la posguerra hasta los 80 y se destinen los recursos necesarios –el propio G20 lo anuncio a bombo y platillo al principio de la crisis, “hay que reformar el capitalismo”, “perseguir los paraísos fiscales”, etc. aunque todo esto se haya quedado por el momento en nada-, para a través de la inversión pública recuperar para el empleo toda esa ingente mano de obra disponible que, de no ser así, acabará por echarse definitivamente a la calle sin que podamos adivinar las consecuencias de ello.

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