martes, 29 de noviembre de 2011

La globalización, el Consenso de Washington y los Derechos Humanos.

El 9 de Noviembre de 1989, cuando el Muro de Berlín se derrumbaba, no estaba constituyendo solo el prefacio de la integración de las sociedades establecidas más allá de lo que conocimos como “el telón de acero”, dentro de la mucho más desarrollada civilización occidental, sino que realmente estábamos presenciando el principio de un nuevo mundo. Aunque todavía está por ver, la caída de Lehman Brothers, el 15 de Septiembre de 2008, menos de veinte años después, puede que haya sido, no solo la constatación del fracaso de aquel nuevo modelo económico y social, si no el fin de toda una etapa de la historia.

La caída del Muro de Berlín, por una parte, evidenció el fracaso del modelo totalitario impuesto por una interpretación ultra-ortodoxa  del modelo socialista y, por otra, aceleraba la expansión universal del modelo de sociedad occidental basada en el capitalismo, a través de un proceso que se ha dado en llamar globalización. El comunismo, desde ese mismo estado totalitarista, se había constituido como un mero repartidor de la riqueza pero había demostrado su incapacidad para generar tan buenas dosis de la misma como lo ha hecho el modelo occidental.  Este, por su parte y como estamos comprobando actualmente, mientras que ha generado un volumen de riqueza como jamás se ha conocido en la historia de la humanidad, ha concentrado esta de tal modo que ha promovido a su vez unas cotas de desigualdades igualmente desconocidas hasta la fecha.

Paralelamente, aquel mismo año John Williamson, un economista norteamericano, publica un documento que inicialmente iba a ir dirigido a Latinoamérica pero que finalmente fue tomado como referencia por todo occidente al que se denominó Consenso de Washington. En el mismo se marcaron las líneas a seguir por la política en los años venideros, que serían reforzadas posteriormente en Bruselas y vendrían a consumar el avasallamiento del neoliberalismo en la década de los 90 en todo el mundo desarrollado. Dichas medidas se resumen en 10 puntos:

Disciplina presupuestaria (los presupuestos públicos no pueden tener déficit)
Reordenamiento de las prioridades del gasto público (el gasto público debe concentrarse donde sea más rentable)
Reforma Impositiva (ampliar las bases de los impuestos y reducir los más altos)
Liberalización de los tipos de interés
Un tipo de cambio de la moneda competitivo
Liberalización del comercio internacional (trade liberalization) (disminución de barreras aduaneras)
Eliminación de las barreras a las inversiones extranjeras directas
Privatización y venta de las empresas publicas y de los monopolios estatales
Desregulación de los mercados
Protección de la propiedad privada

Tras la aplicación y desarrollo de estas políticas desde entonces por la mayoría de los gobiernos europeos como los de J. Chirac y N. Sakorzky en Francia, Schröeder y A. Merkel en Alemania, T. Blair, G. Brown y D. Cameron en el Reino Unido, S. Berlusconi en Italia o F. González –en su última legislatura-, J. Mª. Aznar y J. L. Rodríguez Zapatero en España por citar solo algunos de los más relevantes, los resultados están a la vista y han dado lugar a una crisis sistémica en todo el mundo de magnitudes desconocidas desde la Gran Depresión, hace más de 80 años.

La globalización vino a tomar también como referencia este mismo modelo económico exportándolo por todo el planeta y promoviendo, a través del mismo, la interdependencia entre las naciones. Sin embargo, a pesar de su estrepitoso fracaso para una parte muy importante de la ciudadanía, ha redundado por otra en beneficios inimaginables para un grupo minoritario de personas que controlan en mucha mayor medida la riqueza mundial de lo que lo hacían hace apenas dos décadas. Ya hemos citado tal circunstancia en algún otro artículo de este mismo blog por lo que queremos ahora prestar un momento de atención al aspecto socio-cultural de la globalización. El proceso de globalización no se entendió solo como un mero instrumento para el desarrollo de la economía capitalista –lo que nunca ha dejado de despertar suspicacias-,  sino también para el desarrollo de una cultura universal basada en la democracia y la libertad.

Sin embargo, este último presupuesto parece que ha quedado enterrado desde que las potencias occidentales no dejan de mirar a otro lado ante la flagrante y continua vulneración de los derechos humanos por parte de ciertos regímenes que han entrado también en esta dinámica mundial. En este aspecto no hay, sin la menor duda, un caso más significativo que el de la Rep. Popular China. El gigante asiático sigue siendo, al día de hoy, una de las dictaduras más sanguinarias y represivas de cuantas participan del orden mundial, y las victimas de su represión se cuentan por miles y miles cada año. Basta solo echar una ojeada en las hemerotecas para ser consciente de ello. Sin embargo el fenómeno de la globalización, se ha olvidado completamente del aspecto humano del término para considerar exclusivamente la parte económica, por muy vergonzoso que resulte ver a los flamantes dirigentes europeos o hasta al propio presidente de los EE.UU. como se someten y rinden pleitesía –por decirlo de una manera lo más suave posible-, a los dirigentes chinos en sus visitas a cualquier capital de occidente y en cualquier foro internacional.

Una vez más la avaricia y la codicia, el poder del dinero en definitiva, prima por encima de conceptos como dignidad o ética y no digamos entonces por otros como solidaridad y bien común. ¿Cómo así podemos confiar en quienes, desde nuestros gobiernos, se les ha encomendado construir el entorno de nuestras vidas?

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