jueves, 17 de noviembre de 2011

¿Qué están haciendo con la democracia?

Siempre he tenido la convicción y aunque pueda sorprender a propios y extraños la sigo teniendo, que muchas personas de las que entran en la carrera política lo hacen con la intención de prestar un servicio a la comunidad, en la creencia de que realmente pueden aportar su sabiduría y su esfuerzo para mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos. No sé en  qué medida o en qué proporción pueda darse hoy en día este caso pero estoy seguro, que a pesar de cuantos dimes y diretes puedan surgir al respecto, tal creencia sigue siendo para mí un hecho. Pero, por otra parte, la realidad objetiva nos dice que cuando una imagen como  la que ilustra este artículo circula masivamente por el correo electrónico y levanta simpatías de forma prácticamente mayoritaria, es que las instituciones encargadas de representar al pueblo y acometer sus funciones en la manera que debería de hacerse distan muy mucho del papel para el que se concibieron.

El próximo día 20 se van a celebrar elecciones generales en España. Unas elecciones que en las circunstancias actuales deberían ser motivo de hondo calado entre el general de la ciudadanía ante una crisis mundial de tales dimensiones que no encuentra otro parangón en la historia reciente que la Gran Depresión de los 30, hace más de 70 años. Sin embargo nos encontramos con que el candidato que, según todas las encuestas va a arrollar en las mismas, se va hacer con la más importante mayoría absoluta de la historia de la democracia y que controla además la inmensa mayoría de la geografía española a través de las CC.AA. y los principales ayuntamientos, goza –a tenor de esas mismas encuestas-, con la confianza de solo el 50 % de su propio electorado y, además, va a ser el candidato encumbrado a presidente del gobierno peor valorado de cuantos accedieron al cargo desde la desaparición del régimen franquista.

De hecho, desde hace ya varios años, la clase política española está totalmente denostada por la opinión pública y, salvo de manera esporádica, ninguno de los políticos de mayor relevancia del país alcanzan siquiera el aprobado en los diferentes pulsos de opinión que pregonan con frecuencia los principales medios de comunicación. E incluso, a pesar de ser plenamente conscientes de ello y ser interrogados  los mismos con asiduidad al respecto, las opiniones que vierte la ciudadanía sobre los políticos son cada vez peores. Luego no podemos evitar, ante tamaña coyuntura, preguntarnos: ¿qué clase de democracia tenemos? ¿Es posible, en estas condiciones, depositar nuestra confianza en alguno de los primeras espadas de los principales partidos políticos, sobre todo de los dos que vienen alternándose en el poder en las últimas décadas? La respuesta es más que obvia, evidentemente NO.

¿Qué es lo que nos  lleva a esta conclusión tan lamentable? Si observamos la trayectoria de los dos únicos partidos con opciones de gobierno durante sus últimas y respectivas etapas al frente del estado, el crédito que ofrecen, sobre todo tratándose todavía de los mismos protagonistas, es ciertamente pírrico.  En primer lugar el PP, durante su etapa de gobierno, apostó por toda una serie de políticas de carácter neoliberal que, conforme a su ideario, proyectaron una época de expansión económica casi sin límites y sin ningún tipo de control sobre las actividades financieras y especulativas, amén de impulsar una sociedad basada en el individualismo al margen de cualquier consideración  por conceptos como solidaridad y bien común y que, acabarían siendo, como en el resto del mundo desarrollado, la semilla para el dramático fenómeno que estamos viviendo en la actualidad. Por su parte el PSOE, lejos de su origen socialdemócrata, mantuvo esas mismas políticas desde su regreso al poder en 2004 –con pequeñas gotas de su esencia pasada como la fallida Ley de la dependencia-, ahondando aún más el problema y sin poder dar una oportuna respuesta al mismo cuando este se acabó delatando en el año 2007 y consumándose un año más tarde.

 Esto en cuanto a las grandes estructuras de la sociedad pero veamos ahora el día a día. Lo que la gente ve a pie de calle, lo que a la gente le duele. Sobre todo cuando la verdad se esconde detrás de una verborrea casi insultante que intenta soslayar la sabiduría del pueblo desde las filas del Partido Popular y el Partido Socialista.

·                   Los casos de corrupción son innumerables por ambas partes y mientras se presupone la inocencia en el caso propio se exige, de forma sistemática, la dimisión de la parte implicada en el contrario, ante el mínimo atisbo de sospecha.
·                   El enchufismo es práctica habitual y se denuncia simultáneamente, una y otra vez. Sin embargo, legislatura tras legislatura la respuesta de los implicados más usual sigue siendo el conocido “y tú más”.
·                   Al margen de que es absolutamente legítimo un salario justo en relación al cargo que se ocupa, representantes de ambos partidos simultanean diferentes ocupaciones –se pluriemplean-, con percepciones salariales altísimas y unas prerrogativas de índole social extraordinarias -en algunos casos a perpetuidad-, mientras se demanda la moderación, cuando no el sacrificio, de las clases populares.
·                    Se mantienen instituciones de inutilidad manifiesta como es el Senado o cuyas utilidades, pueden ser traspasadas a otras administraciones públicas, como es el caso de las Diputaciones Provinciales. A la vista de la opinión pública este tipo de instituciones no representan más que un reducto para premiar las actitudes –que no “aptitudes”-, de numerosos fedatarios de la causa política.
·                    El ejercicio de la democracia ya de por si minimizado en la Transición con un anómalo régimen electoral, castiga el carácter minoritario de las fuerzas políticas de ámbito nacional, en beneficio de las de ámbito regional y de la bipolarización a través de dos grupos mayoritarios, exagerando a su vez el poder de la democracia representativa en detrimento de la participativa.  Dichos grupos mayoritarios reniegan de una solución al respecto, a pesar de la continua demanda existente dentro de la propia Cámara, que permita un sistema electoral más justo y equitativo para todas las partes, enrocándose con nuevas normas en beneficio propio y en detrimento del resto de grupos parlamentarios.
·                    La evaluación, examen y control de las Cajas de Ahorros, además del Banco de España, es responsabilidad directa también de los comités ejecutivos de cada una de las mismas, formados por representantes directos del poder político territorial de la Comunidad Autónoma que se trate. Sin embargo, la clase política se ha eximido de cualquier responsabilidad al respecto, en particular en el caso de los dos principales intervinientes, PP y PSOE, a pesar de haber tolerado el derrumbe de alguna de ellas, mientras sus principales directivos amasaban formidables fortunas delante de sus propias narices.
·                    El intento de control de los principales órganos de la judicatura por parte de ambos partidos hace imposible la independencia de la misma, además de impedir el correcto funcionamiento de la justicia, consecuencia de procesos de designación de representantes que se eternizan en el tiempo.

Y así podríamos seguir continuando la sangría contextual ilimitadamente. No, claro que no nos representan. Y si no, ahí tenemos a los Rubaljoys, por una parte desmintiéndose de todo lo dicho y hecho en veinte años de carrera política y de otra encomendándose a la providencia “como dios manda” y como sin con él no fuera nada de lo vivido ni de lo que está ocurriendo.

Desde esta misma tribuna hemos puesto en duda en numerosas ocasiones el futuro del Estado del Bienestar. Ahora que estamos presenciando el inicio de su desmantelamiento, no todo y con ello, estamos comprobando también como la democracia es vulnerada en países como Grecia o Italia, al margen incluso de las leyes que un día el pueblo aprobara para destituir a sus respectivos gobiernos. De momento la tecnocracia se abre camino a través de lo que se ha dado en llamar una situación provisional aunque sin plazo limitado y con un futuro más que incierto.  El sombrío poder de los especuladores financieros puesto en manos de la canciller alemana, auto-erigida lideresa de todos los pueblos, está sacudiendo las mismísimas entrañas de la vieja Europa, mientras el resto de sus compañeros de viaje se precipitan a un naufragio que parece irremediable.

¿Y aún quieren que les demos, una vez más, nuestra confianza?

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