martes, 6 de noviembre de 2012

El necesario rebrote de la izquierda (I)

La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas.” (Karl Marx)

El mundo que conoció el filósofo y economista alemán cuando pronunció esta frase, estaba sentando las bases de lo que habría de ser la era más importante para el desarrollo industrial, social y tecnológico de la historia de la humanidad. La Revolución Industrial dejó tras de si todo un nuevo modelo de producción que, sin ambages, acabaría proporcionando el mayor progreso conocido para la raza humana que se sigue expandiendo, hasta hoy. Sin embargo, aún sus enormes logros y a pesar de haber tenido momentos donde conceptos como el de solidaridad y bien común han parecido primar sobre lo estrictamente material, dicho modelo ha sido incapaz de corregir las desigualdades sociales, si cabe agrandándolas en buena medida tal como está ocurriendo en la actualidad.

Definir el concepto de “izquierda política”, aún superado ya el primer decenio del SXXI, está sujeto a infinidad de matices, tantos como la diversidad de autores de toda índole que se han puesto a ello. Pero si en algo sí que parecen coincidir de manera general es que, al contrario de la “derecha política”, que fundamenta sus tesis en el pragmatismo de los hechos lo que invoca una difícil capacidad autocrítica, el pensamiento de izquierda persigue la igualdad social, en base a un realismo utópico -aún lo contradictorio del término-, y en pos del beneficio común.

En estos tiempos que nos ha tocado vivir donde esa realidad pragmática de las cosas y la supremacía del poder económico y financiero se ha impuesto por encima de la ética, la moral y la justicia política, económica y social, la derecha mediática como encargada del sostenimiento de dicho modelo pone, una y otra vez como ejemplo de políticas de izquierdas, la deriva totalitarista que devengaron casos como el del imperio soviético durante la mayor parte del siglo pasado o que, por ejemplo, todavía sostiene el régimen castrista. Curiosa disyuntiva, cuando los dirigentes de la China Popular de hoy -una de las dictaduras más crueles y sanguinarias de esa misma órbita-, son agasajados y reverenciados en un singular antagonismo por sus homólogos europeos, víctimas de ese mismo pragmatismo, paradigma por su parte del modelo neoliberal en el que se ha enfundado la derecha reinante en el continente desde finales de siglo. Que duda cabe y la evidencia histórica es innegable que la pretensión de la utopía igualitaria puesta en marcha en muchos casos, ha acabado derivando a sociedades de carácter totalitario con las dramáticas consecuencias conocidas para sus conciudadanos. Por ello, si algo ha de definir la progresión y la capacidad autocrítica de las gentes de izquierda es su adaptación a las necesidades sociales y a la realidad de cada tiempo. Tal como dice el autor de “La sociedad de los iguales”, el historiador francés Pierre Rosanvallon, en una reciente entrevista al diario El País, “De lo que se trata es de vivir como iguales, reconociendo la singularidad de cada cual “, en un mundo como este en el que “se suele producir la paradoja de que hay quien prefiere perder 4.000 millones de euros antes que gastar mil en beneficio de todos.”

Por contra la citada derecha neoliberal que desde la década de los 70 fue abriéndose camino en las democracias occidentales gracias a las sucesivas crisis derivadas del encarecimiento de los precios del petroleo, las dificultades de la democracia cristiana clásica y la socialdemocracia para hacer frente a las mismas y sobre todo a esa disfunción de la realidad amparada en la vorágine consumista y una concepción individual de la sociedad por encima del de la solidaridad colectiva, sustentada a su vez por un extraordinario trabajo de marketing político, ha seguido profundizando en su modelo ideológico hasta provocar la mayor crisis de carácter sistémico, es decir de todos los órdenes sociales, políticos y económicos, desde la Gran Depresión de 1929.

Tanto es así, que el número de desempleados en la U.E. -un modelo político que había resultado otro paradigma del desarrollo social y productivo del SXX en todo el mundo-, supera ampliamente ya los 25 millones de personas, por encima de todos los registros conocidos, sigue in crescendo a pesar de los 5 años de medidas al respecto que se vienen tomando desde el inicio de la crisis, a pesar de la innumerable serie de “cumbres decisivas” celebradas hasta ahora y sin que haya perspectiva alguna en el corto o medio plazo de que se produzca una involución en este mismo sentido. O, por poner un nuevo ejemplo, dentro de ese nuevo orden mundial al que tanto se aduce desde su establishment, cada vez con mayor frecuencia se dan fenómenos tan delirantes como el del Mercado de Cereales de Chicago, donde es sobradamente conocido que los envites de un grupo reducido de especuladores puede sesgar la vida, sin ningún tipo de miramiento, de millones de personas en el otro extremo del mundo.

Por su parte y como elemento corrector a tanto agravio, los conservadores de la derecha política tienden a institucionalizar “la caridad” como remedio a tales desmanes. Lo vimos hace muchos años con aquel Auxilio Social de la Falange, que mientras con una mano prestaba ayuda a los más desfavorecidos con la otra enviaba a “la hoguera” a quienes no comulgaran de su misma doctrina. Como lo estamos viendo en España con las declaraciones que en este sentido se hacen desde las diferentes administraciones públicas: los presupuestos más sociales de la democracia que diría el propio Cristobal Montoro no hace mucho desde la tribuna del Congreso y que ante tamaño dislate a la vista del resto de los datos presentados, lo que realmente parece es una apuesta de fuerte contenido ideológico, con miras a mantener una clara diferenciación en los respectivos status quo. Mientras que la izquierda promueve -o al menos debería hacerlo-, el desarrollo común de todas las personas, como modelo de desarrollo del conjunto de la sociedad.

Precisamente, es por esto último por lo que los partidos socialdemócratas que tanto aportaron a la construcción europea y a la edificación del Estado del Bienestar tras la 2ª. Guerra Mundial, han ido perdiendo el apoyo de su electorado tradicional en lo que este ha entendido como una renuncia por parte de los mismos de los principios de la socialdemocracia, por cuanto su evolución a una especie de socio-liberalismo, en una clara intención de captar apoyos entre las nuevas élites del poder económico y financiero. Que, al fin y a la postre ha resultado fallida por cuanto ni ha conseguido el voto de los tradicionales electores de centro y centro-derecha, ha perdido los propios y ha desplazado, en una deriva peligrosa, el eje político aún más a la derecha de lo que, tradicionalmente, le corresponde.

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