viernes, 22 de febrero de 2013

El dedo en el estado de la nación

Si algo viene demostrando los últimos años el debate sobre el estado de la nación es su distanciamiento de la ciudadanía. Especialmente ahora con un país a la deriva y que la clase política, esa denominada “casta” de politicuchos de tres al cuarto que son incapaces de conectar con los verdaderos problemas de la gente de a pie, con los que se levantan cada mañana a  intentar salir adelante contra el viento y la marea a la que los mismos llevan abocando desde hace tiempo, no con ello suficiente parecen empeñados ahora en despeñarlos al fondo del precipicio en un acto de fe como el de Jesús de Nazaret caminando sobre las aguas.

No digamos ya de los seis millones de parados que, a buen seguro con la estrategia actual estarán más próximos de los siete millones que de los seis actuales a final de este año, que ven como sus ilusiones decaen cada día arrastradas por la sordera de aquellos en los que confiaron, para caer después presos de su sordera y ceguera desde el mullido asiento de su escaño. Enmarañados entre la prima de ese tal riesgo, el déficit público, el comercio exterior y toda ese largo periplo de variantes macroeconómicas que, a riesgo de ir poco más allá de un ejercicio gráfico, poco o nada hacen por la inmediatez de los que vagan por las calles a la búsqueda de trabajo, rebuscan en los cubos de basura de los supermercados, se aferran a sus casas mientras la cizalla judicial vapulea sus candados y todos estos se cifran por otros tantos millones de personas víctimas de un escenario que jamás podríamos haber pensado que volverían a ver nuestros abuelos después de tantos años.

Y en medio de todo el dedo en alto del Sr. Barcenas, ex tesorero y ex empleado hasta hace dos telediarios del partido de gobierno por mucho que este se haya empeñado en negarlo y ahora ni siquiera se atreva a pronunciar su nombre en una incalificable actitud de menosprecio a los ciudadanos pero que, sin duda, representa el mejor retrato de todo lo que rodea a esa casta de la que no podremos asegurar si, efectivamente, de un ejercicio de fe se trata pero sí estamos en condiciones de afirmar que en un gesto de prepotencia infinita miran y acusan con desprecio a la ciudadanía mientras quienes gozaron antes o después, nada menos, de la confianza del pueblo para que dirimieran su destino, ven como estalla su credibilidad en mil pedazos entre dinero sucio, blanco o negro, maletines que van y vienen a paraísos fiscales, fiestas millonarias, arquitectura de soflama, mansiones de ensueño y, encima, a pesar de todo sacando pecho.

Sí, quizá sea esa la imagen de esa clase, de toda esa casta, quizá hasta la de un gobierno y su parlamento pero que nunca, nunca, debiera ser aceptada por el pueblo.  Hace tiempo que la cuerda, tras tensarse tanto, se acabó rompiendo y lo que queda preguntarse es qué tendrá que pasar para que esto, de una puñetera vez, se pare y la sensatez y la cordura se asienten de nuevo.

2 comentarios:

  1. Los ciudadanos deben sustituir a los parlamentarios. Crear otro tipo de democracia.

    Un saludo

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  2. Elemental Juliana, elemental.

    Un saludo.

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