miércoles, 13 de febrero de 2013

El esperpento nacional y sus consecuencias

Desfile de La Victoria, 1939
Por fortuna, quizá uno de los mayores logros de la joven democracia española ha sido que las Fuerzas Armadas se hayan reconvertido, tras el fin de la dictadura, en lo que han de ser sus verdaderas funciones, ni más ni menos que la defensa del territorio nacional, el auxilio al pueblo ante las circunstancias más adversas y la representación del país en la escena internacional cuando así el gobierno de la nación lo disponga. Por el contrario, desde el final de la Guerra Civil hasta la muerte del general Franco, el ejército español había sido diseñado y contextualizado en un entorno donde su principal cometido era el del férreo control al pueblo mientras que, a la vez, servía de salvaguarda al mantenimiento de un régimen militar que, como en todos estos casos e independientemente de su color político, pudiera perpetuarse en el tiempo al amparo de tres pilares fundamentales: la manipulación -histórica, informativa y educativa-, la censura y el miedo.

Desfile de la Victoria, 1973
Tal cuota de poder permitió tanto a la jerarquía militar como a buena parte de su séquito, arrogarse para sí numerosos privilegios, que si bien no redundaban directamente en sus emolumentos en cualquier caso quedaban muy por encima de los del resto de la ciudadanía, lo que unido a la determinación de su carácter y a una más que dudosa cualificación, acabo provocando en la misma  un sentimiento decisorio por el que se autoproclamaba impulsora de lo que, a su particular modo de entender, debería ser el sino de la nación española. Bajo la influencia de la terminología y el ideario fascista,  la cúpula del ejército español mantuvo sus prerrogativas hasta bien entrada la década de los 70 y aún después de la muerte de Franco por lo que no era de extrañar que la irrupción de un nuevo estado democrático causara una fuerte repulsa entre buena parte de la misma. Así se acabaron fraguando numerosos planes para impedir la consolidación de este hasta la asonada del 23F de 1981 la que, con su fracaso, vino a disuadir la mayor parte de las aspiraciones de quienes querían seguir manteniendo, por una parte, su excepcional status y por otra esa particular visión de España que entrañaba el nacional-catolicismo , esa especie de fascismo o falangismo clerical que había abarcado durante tanto tiempo todos los ámbitos de la sociedad.

Si bien la Transición democrática sirvió de chivo expiatorio a los golpistas en sus intenciones, la situación actual con 6 millones de desempleados y en aumento, 2 millones de familias con todos sus miembros en paro, decenas de millares de personas que no tienen un solo ingreso, una precariedad laboral como no se recuerda desde hace muchos años, salarios a la baja de la mayor parte de la gran masa salarial o lo que es lo mismo de la mayor parte de la población, un aumento sin precedentes de los costes de los servicios básicos como la luz, el gas, los carburantes, etc., incremento de impuestos que repercuten dura y masivamente sobre las clases medias y trabajadoras, recortes en servicios públicos esenciales como sanidad, educación o dependencia entre otros y por otra parte la impunidad con que actúan las grandes fortunas y grandes empresas en beneficio propio y en detrimento de la ciudadanía, los continuos escándalos de corrupción política que salpican a los principales partidos políticos, desde la Casa Real hasta el gobierno, sin consecuencias relevantes para los implicados y, lo que es peor, la criminalización del pueblo en la verborrea política y, por tanto, la justificada sensación de este de sentirse completamente desarmado por el gran capital y las instituciones públicas, constituyen un auténtico caldo de cultivo para que este esperpento en el que han convertido a este país unos y otros, está llevando a temer a muchos y  a codiciar a unos pocos, los nostálgicos del régimen,  una intervención militar que conlleve una nueva involución en la historia de España hacia posiciones absolutistas que vuelvan a marcar un paso atrás más en esta.

Paramilitares del Jobbik húngaro
Por fortuna, la profesionalización de las fuerzas armadas hace inviable tal situación por razones obvias ya que la actividad militar se ha convertido  solo en una profesión para dejar de ser un status, muy a pesar de los que nunca dejaron de añorar al régimen. Sin embargo, no es menos cierto que el dramático escenario que presenta este país puede inducir a conductas extremistas que den cabida, incluso, a grupos de carácter paramilitar como ocurrió en su día con la Falange Española, el Partido Nacional Fascista de Mussolini o el Partido Nazi de Adolf Hitler. De hecho, hoy en día, tales grupos tienen cierta presencia en la mayor parte de países europeos dándose casos como el de Hungría donde han tomado mayor relevancia gracias al Jobbik, un partido con claras reminiscencias a los citados y que causa estragos entre los inmigrantes y las clases más desfavorecidas. O el caso griego, donde Amanecer Dorado  con una pretenciosa verborrea populista cobra cada vez más adeptos entre la maltratada ciudadanía del país. Un buen botón de muestra del crecimiento de los grupos ultraderechistas que se hace cada vez más visible en toda Europa y en especial desde el arranque de la crisis, donde esta juega un papel que puede ser determinante para el desarrollo y auge de estos movimientos.

Un motivo más para que  el pueblo no permanezca impasible ante toda esta cantidad de atropellos que la clase política dominante está cometiendo en España y que salpica ya a la mayor parte de las instituciones.  La, en la práctica, nula determinación del gobierno del Partido Popular en este sentido y la actitud de los defenestrados dirigentes del principal partido de la oposición, con quien se alterna en el poder desde hace varios lustros, están poniendo en tela de juicio y en auténtico entredicho a la propia democracia. Amén del interminable número de casos de corrupción que de uno y otro lado se suceden de manera incesante de una y otra parte y que, a pesar del manifiesto rechazo popular expresado en las encuestas no parece, ni por asomo, vaya a ser corregido por una casta de políticos que, después de tantos años alejados de la razón ciudadana, han manipulado de tal modo leyes, normas y a la propia justicia que, por un lado supeditan al pueblo a los espurios intereses de las grandes compañías  y de otra les permiten a los mismos moverse en la más absoluta impunidad. A lo más un “quítame allá esas pajas” de burdo reproche que, cada día, vemos caer a cada lado del tablero parlamentario.

De mediar voluntad para ello, la fuerza del pueblo es formidable y, desde el principio de los tiempos, cuando este se ha rebelado contra un poder regresivo, la sociedad ha dado un salto cualitativo hacia adelante. Hoy mismo, una buena prueba de ello, aún de tratar de enmascararla bajo la verborrea política habitual, ha sido el cambio a última hora del Partido Popular para permitir la aceptación a trámite de la iniciativa popular para el desarrollo de una nueva ley hipotecaria. Si bien, hasta primera hora de la tarde este seguía manifestando su rechazo a la misma, al final la inmensa presión popular que dan casi un millón y medio de firmas presentadas en tal sentido por una Plataforma que lleva años luchando contra semejante desatino y lo más importante para nuestros ensimismados gobernantes, el temor a incendiar la calle, ha hecho que hayan decidido admitir a trámite la misma, aunque sea de prever que poco o nada pueda prosperar la misma, más allá de lo ocurrido hoy.

En definitiva la actitud del pueblo es absolutamente determinante como garante de su propia libertad. Y no solo en la mejora del actual sistema democrático, sino que, vista la secuencia de acontecimientos de los últimos años, deberá asumir riesgos de forma ineludible si quiere conservar un milenario modelo tan preciado como la propia democracia.  

“Educar consiste en formar personas preguntonas y respondonas, libres del temor autoritario de que para no tener líos, más vale callar.” (Ignacio Sotelo, Catedrático de Sociología y miembro de la Academia Europea de Ciencias y Artes)

4 comentarios:

  1. Para empezar, estoy totalmente de acuerdo con lo que dice Ignacio Sotelo de la educación.

    Estoy de acuerdo con lo que indicas. Me da la sensación que los españoles nos estamos comportando bastante bien (ausencia visible de los extremistas que indicas); y ello a pesar de que el partido en el Gobierno está tensando la cuerda demasiado. Los ciudadanos debemos organizarnos de todas las maneras posibles para ocupar el Parlamento. Veremos cómo se resuelve el tema de las hipotecas; los bancos están presionando mucho, se sienten fuertes.

    Un saludo

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    1. Veremos sí, Juliana, veremos. Aunque, efectivamente, los bancos y todo el emporio financiero parece sentise fuerte, el gobierno no lo parece tanto. De hecho sus recificaciones son continuas en los últimos días y eso indica cierto temor sobre las reacciones que pueden tener entre la ciudadanía cada día más enfurecida, no solo sus acciones sino incluso sus declaraciones.

      Las previsiones en el corto plazo son despidos por millares en numerosos sectores, incluso en las adminsitraciones públicas. En este último caso al amparo de la nueva normativa por la cual se puede despedir a los interinos sin más, basta con que el presupuesto a los que se encuentren adscritos descienda por debajo del 5 %. lo que de hecho ya está ocurriendo incluso por niveles del 10 %.

      En fin, veremos.

      Un saludo.

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  2. Cuando un pueblo ya no tiene nada más que perder, entonces es cuando estalla. Tal y como comentas en otras entradas, de momento la sociedad española va tirando por el apoyo de la familia, el tipo de educación recibida, etc., pero eso no es garantía de nada. Todo tiene un límite y esta situación es extrema, lo cual puede desembocar en acontecimientos impredecibles y trágicos. Personalmente, ya no me fío de nada.

    Con tanto corrupto y tanto abuso, se están ganando un billete de ida al infierno, pero lo que la sociedad debería hacer es presionarlos incansablemente hasta que todos, en conjunto, podamos sentarnos a hablar de fijar un nuevo rumbo. Un rumbo que corte definitivamente estos derechos de pernada que tienen algunos y ponga las cosas en su sitio, equilibrando una sociedad descompensada por la avaricia y el egoísmo.

    Un saludo.

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