domingo, 7 de julio de 2013

Egipto, otra vez, paradigma de la historia.

 

El diccionario de la RAE define la democracia como la “doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno” pero, a partir de aquí, socave una pregunta que los avatares de la historia no dejan de ponernos en entredicho ¿hasta dónde debe estar dispuesta la democracia a poner la otra mejilla? O lo que es lo mismo: ¿es, al menos, moralmente ético que determinados grupos políticos se valgan de la democracia para, una vez alcanzado el poder, rechazarla?

Egipto está siendo desde hace días portada de todas las noticias precisamente por esto, el ejército ha dado un golpe de estado derrocando a un gobierno legítimamente elegido mediante sufragio pero que, conforme a su credo, no parece dispuesto a respetar por completo las consignas del juego democrático.  A los Hermanos Musulmanes, ganadores de las elecciones celebradas en Junio del pasado 2012 –si bien en sus primeros pasos,  en la primera mitad del SXX, se limitaron a dar soporte a las clases más desfavorecidas de la sociedad egipcia-, se les vincula también a un pasado de corte fundamentalista y ciertamente violento. Sin embargo, desde hace algún tiempo, parecen haber renunciado al uso de la fuerza aunque se le sigan reconociendo ciertos lazos con Hamas y otros grupos de similar corte considerados organizaciones terroristas en Occidente. Aún dispuestos a aceptar el pluralismo político no han escondido nunca su intención de convertir Egipto en un estado donde la sharia o ley islámica sea parte determinante. Y así han parecido traducirlo en la nueva constitución redactada tras su llegada al poder y en su modos para con el resto del pueblo lo que, de manera ineludible, ha provocado la reacción de buena parte del mismo en su contra al reducirse en la práctica derechos y libertades.

Hagamos ahora una breve incursión por nuestra reciente historia a estos respectos y aunque se podrían relatar numerosos ejemplos –cada uno en su propio contexto-, vamos a localizarnos en dos casos paradigmáticos con resultados tremendamente dispares, por un lado la Alemania nazi y por otro, los sucesos acaecidos en Argelia a principios de los 90.

El Partido Alemán de los Trabajadores, fue fundado en Múnich en 1919 tras el desastre de la 1º. Guerra Mundial. Un año más tarde pasaría a denominarse Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP), en alemán “Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei”, de ahí el término nazi. A pesar de su exacerbado odio a las ideologías demócratas y de izquierdas, el término socialista se había añadido solo a efectos de propaganda para una mayor captación de militantes aprovechando el auge de la izquierda en Alemania. En un contexto histórico de profunda crisis política, económica y social tras la derrota en la guerra, el NSDAP fue captando adeptos de forma rápida, apoyado en un discurso extremo y nacionalista por el que culpaba de los males de Alemania y su derrota tanto a las potencias extranjeras como a la usurpación de sus recursos en manos de otras etnias distintas de la germana.  Aún bebiendo de las fuentes del fascismo italiano el partido nazi alemán, ya dirigido por un joven Adolf Hitler en 1920, utilizo el racismo como argumento definitivo para incorporar a su causa a millares de afiliados lo que lograría además apoyándose en una fuerte propaganda –realmente podemos decir que el partido nazi fue pionero en las técnicas de propaganda electoral que, todavía hoy, se siguen utilizando como por ejemplo la pegada masiva de carteles-, así como en la brutalidad de su fuerza paramilitar de apoyo –SA, “Sturmabteilung”, Secciones de Asalto-, propias también del modelo fascista.  La Gran Depresión de 1929 solo vino a acentuar el agravamiento de buena parte de la sociedad alemana, incrementándose el número de personas en situación de extrema necesidad que acabarían sumándose a la causa nazi en busca de una salida a la crisis.


Ya en las elecciones de 1932 el partido de Hitler obtuvo el mayor número de votos, sin embargo no pudo gobernar debido a que no consiguió la mayoría absoluta. Sin embargo, la presión en las calles resulto tan asfixiante que el presidente germano, por aquel entonces República de Weimar, el anciano mariscal Von Hindenburg se vio obligado a nombrar canciller a Adolf Hitler meses más tarde, en Enero del año siguiente. Gracias a su alianza con otros grupos nacionalistas Hitler, de inmediato, aprobó la Ley Habilitante de 1933 que, en la práctica le otorgaba poder absoluto. De este modo se prohibieron y acabaron “eliminando” en el sentido más literal de la palabra al resto de formaciones políticas dando lugar a partir de ahí a todos la serie de trágicos sucesos que quedarían para siempre grabados en el lado más oscuro de la historia.

Adolf Hitler y su partido nazi se habían aprovechado de los recursos y posibilidades que les facilito la democracia para lograr el poder, excluyendo inmediatamente después a la misma del modelo político alemán.

Por su parte,  el 20 de Febrero de 1989, gracias la apertura a la democracia iniciada por el presidente Chadli Bendjedid del FLN (Frente de Liberación Nacional), partido único que gobernaba Argelia desde su independencia de Francia en 1962, se fundaba en este país el FIS (Frente Islámico de Salvación).  El FIS era un partido de clara inspiración islámica que, al socaire de las revueltas estudiantiles de 1988 donde se denunciaba, sino directamente al presidente argelino de esos momentos, sí a la cúpula de su partido por los enormes beneficios sustraídos por la misma al país durante todos sus años en el poder y de como todo su aparato controlaba cualquier rincón de la burocracia y las diferentes administraciones del país. Por fin y en vista de la necesidad de dar un cambio al modelo político, Bendjedid autorizo el multipartidismo tras casi tres décadas de gobierno mediante el sistema de partido único, dando lugar a las primeras elecciones democráticas desde la independencia. Así en las municipales de 1990 el FIS obtuvo el 65 % de los votos, ocupando también las ciudades más importantes de Argelia. Pero cuando, un año más tarde, en primera vuelta, obtuvo casi el 25 % del censo en las elecciones generales, el propio gobierno de Bendjedid impulsó un auto-golpe de estado, anulando los comicios y declarando ilícita a la formación islamista. Lo que provocaría una guerra civil que se alargaría durante años.  

En este segundo  caso, fueron los representantes del gobierno en funciones los que, ante el temor de la llegada de un nuevo régimen que pusiera en peligro el proceso democrático, decidió unilateralmente acabar con tal posibilidad, aún con el uso de la fuerza.

Hemos visto dos episodios de nuestra historia reciente donde se facilitó la posibilidad de que un grupo político determinado, pudiera acceder al gobierno de un país conforme a normas democráticas legítimas pero que, una vez puestas en sus manos, podrían poner en peligro el desenvolvimiento de las mismas y todo su conjunto de derechos y libertades. Y hemos visto como la jefatura del estado, en cada caso, actuó para resolver el problema. En el caso alemán desentendiéndose del mismo o haciendo uso escrupuloso de sus leyes y en lo que se refiere a la cuestión argelina, como esta vulnero sus propias leyes con tal de evitar que una formación política de dudosa fiabilidad democrática alcanzara la misma.

Otra cosa muy distinta es la actitud tomada por las diferentes potencias occidentales por lo general y muy particularmente ahora con respecto a lo que pueda estar sucediendo en Egipto. Como ha venido siendo tónica habitual desde el principio de los tiempos serán los intereses geoestratégicos lo que devenguen dicha actitud, en un sentido u otro, aún sobre cualquier otro considerando. Tanto es así que, de uno u otro modo, occidente ha simpatizado, durante más o menos tiempo y hasta que dichos intereses se han vuelto en su contra, con regímenes tan despóticos como los de Mubarak en el propio Egipto o el de Ben Ali en Túnez y auténticos sátrapas como el mismísimo Sadam Hussein en Irak o Gadafi en Libia. Y de hecho mantiene hoy en día excelentes relaciones con una monarquía de carácter casi feudal y absolutista como lo es la saudita y no digamos de su probada docilidad ante la dimensión económica de un régimen tan cruel como antidemocrático como el de la República Popular China.

Jacques Chirac y Sadam Hussein

No es menos cierto también que, salvo honrosas excepciones como el caso de la Revolución de los Claveles en el Portugal de 1974, la mayoría de las ocasiones en la que el ejército ha tomado el mando de la situación los resultados han sido dramáticos para el pueblo. En definitiva habrá que esperar acontecimientos pero, en el caso de Egipto como por lo general en los países árabes, no podemos olvidar el añadir también un elemento más, extraordinariamente controvertido, que parece determinante: la cuestión religiosa. Y es que la simbiosis entre fe y política siempre ha traído malos resultados para las libertades colectivas, individuales, democráticas e incluso para el desarrollo social y económico de un país, lo que añade todavía más tensión al problema.

En cuanto a lo demás, difícil arreglo. Me decía un buen amigo, esta misma mañana comentando el grueso de este artículo, que debería existir una institución supranacional que marcara unos mínimos democráticos para cualquier modelo de estado. Pero, claro, entonces estaríamos hablando de Utopía, la idílica comunidad creada por Tomás Moro. Pero y si… ¿se pudiera siquiera marcar el camino hacia esta?

Veremos.

2 comentarios:

  1. Por muy diversas razones llevo unos días son poder visitarte. Me das envidia no solo por tus amplios conocimientos de historia, sino por la forma cómo los expones. Lo que indicas acerca de la posibilidad de una institución supranacional me recuerda la insistencia de Federico Mayor Zaragoza en una Organización de Naciones Unidas (ONU) modificada.

    Un saludo

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    1. Muchas gracias por tus continuas aportaciones Juliana y no te preocupes que eso nos pasa a todos.

      En cuanto a los comentarios, repetidos hasta la saciedad por Federico Mayor Zaragoza, son absolutamente obvios. Ese es, precisamente, el gran problema de la ONU. Si bien puede tener un funcionamiento medianamente aceptable en cuestiones sociales y humanitarias, en lo político es, en la práctica, una organización, por no decir nula, muy deficiente en sus aportaciones a la gobernanza mundial.

      Solo un último comentario que redunda sobre esto: ¿qué podemos esperar de la ONU cuando esta en manos de 5 países con derecho a veto en el seno de su principal órgano decisorio, el Consejo de Seguridad? ¿Dónde quedo aquí la democracia?

      Un saludo.

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