sábado, 27 de julio de 2013

El papel de la comunidad de naciones (II)


La disputa palestino-israelí es probablemente el  conflicto más largo que sacude nuestra historia contemporánea desde la primera mitad del pasado SXX. Sobradamente conocido el problema –que ya tratamos en su día en este mismo blog-, una cuestión nacionalista de partición de territorios, la comunidad occidental ha actuado deliberadamente de forma errática por cuanto los poderosos lobbies judíos asentados en EE.UU. han decantado un interés desmedido de la potencia norteamericana a favor de Israel y en claro detrimento de la comunidad árabe asentada mayoritariamente en dichos territorios de manera continua y desde tiempos remotos.

A lo largo de casi un siglo de conflictos más o menos abiertos, donde el enfrentamiento bélico ha tenido cabida en diversas ocasiones entre el vigoroso ejército israelí y sus países vecinos en defensa de la comunidad palestina, en lo que se refiere a Europa esta ha desempeñado un papel casi de mero observador y Naciones Unidas, a pesar de las numerosas resoluciones en contra del estado de Israel -181, 194, 242, 348 y numerosas más-, a las que este ha hecho caso omiso, ha puesto en evidencia la poca o nula eficacia del organismo. Si bien EE.UU. no ha intervenido directamente en ninguna de las guerras declaradas sí que es evidente el extraordinario apoyo logístico y militar norteamericano a las fueras israelíes que, de hecho y a pesar de su reducido número y las pequeñas proporciones del país, se han acabado convirtiendo en toda una potencia militar de primer orden,  muy por encima del resto de sus tradicionales enemigos en Oriente Medio. Tanto que, de la misma manera, es sobradamente conocida la capacidad y operatividad nuclear israelí, aunque no haya sido nunca reconocida oficialmente motivo este por el que Israel se encuentra al margen de todos los tratados de desarme establecidos hasta la fecha. Otro agravio comparativo más con respecto a países de su entorno que, dejando al margen la barbarie que representa el arsenal nuclear, no deja más que levantar más y más rémoras y contradicciones en las actitudes de los organismos internacionales según sea quien se trate.

 La consecuencia de toda esta serie de despropósitos que se alargan sine die, es una radicalización de las posiciones de cada parte y un extraordinario agravio sobre la población, sobre manera en el caso palestino,  que no solo mantiene desestabilizada una región geográfica del planeta de vital importancia por sus recursos energéticos si no que sirve de excusa inmejorable para grupos terroristas sin escrúpulos dispuestos a aterrorizar a millones de inocentes en todo el planeta. Víctimas, estos últimos y en buena parte, de la inoperancia de sus propios gobiernos para dar una solución justa a un conflicto que ha derramado ya demasiada sangre.


Viajemos ahora hasta Chile, a aquel triste y famoso día del 11 de Septiembre de 1973. En su última alocución a la nación, el presidente electo Salvador Allende, entre las ruinas del Palacio de la Moneda decía:  

“¡Trabajadores de mi Patria!: Tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán de nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile!, ¡Viva el pueblo!, ¡Vivan los trabajadores!”

Poco después de dicha alocución, allí mismo, Allende se quitaba la vida cuando veía como todo un largo proceso democrático, de lucha por la libertad, la democracia y el bienestar del pueblo chileno se derrumbaba bajo las bombas de los militares golpistas, dirigidos por el general Augusto Pinochet y con el apoyo y ayuda inestimable desde la sombra de los EE.UU., aunque parecen existir sobradas referencias de que alguna unidad de élite del ejército norteamericano participo de hecho en el golpe y en algunas acciones posteriores.

Salvador Allende se había convertido en 1970 en el primer presidente de inspiración marxista que alcanzaba el cargo por vía democrática y se había propuesto llevar al pueblo chileno por el camino del socialismo democrático. Médico de profesión, desde su época de estudiante estuvo ligado a  la política hasta ser cofundador del Partido Socialista de Chile en 1933. Poco tiempo después iniciaría su andadura parlamentaria que le llevaría a ser Ministro de Salubridad en 1939 y siguió desempeñando cargos de responsabilidad –Presidente de la Cámara Alta por dos ocasiones-, hasta su triunfo electoral de 1970. Si bien es cierto que su mandato no puede enjuiciarse como un techado de virtudes en la gestión, en concreto, de la economía chilena ya que si bien en un principio comenzó a obtener buenos resultados, la excesiva rigidez de sus postulados acabaron provocando un grave deterioro de la misma. Tanto que dieron lugar a que la inflación se disparara hasta límites insospechados y el déficit público llegara a cotas difícilmente soportables. Lo que devendría en episodios de escasez que sacudirían a buena parte de la población chilena. No obstante, estaría por ver qué hubiera ocurrido durante todo este tiempo si la presión de los EE.UU. a través del gobierno Nixon, con Henry Kissinger como Secretario de Estado a la cabeza, sumada a los continuos intentos de desestabilización político-militar promovidos desde la CIA, no hubiese sido asfixiante contra Chile, todo ello debido al intento de socialización de Allende de la sociedad chilena, aún dentro de un ámbito democrático. 

Por aquellos entonces EE.UU. seguía manteniendo una política de absoluto control sobre toda Sudamérica, a través de la llamada Operación Cóndor,  desarrollada durante la década de los 70, cuyo objetivo era impedir a toda costa –con el uso de la fuerza y la implantación de férreas dictaduras militares si fuera preciso, todo ello bajo la supervisión, coordinación y control de la CIA-, que la izquierda política alcanzara el más mínimo arraigo en todo el continente, dentro del marco de lo que se ha conocido como imperialismo político del gigante norteamericano para asegurarse su influencia en todas las regiones del mundo, muy especialmente durante la época de la Guerra Fría como contraposición a los mismos intereses de la URSS.

Probablemente el elemento determinante para que EE.UU. diera el paso definitivo en pos del derrocamiento del gobierno de Salvador Allende fue la nacionalización de la minería del cobre, la gran riqueza chilena, que si bien apoyada en principio por  la mayoría política, sí que representaba un grave perjuicio para los intereses de las compañías estadounidense que la venían explotando hasta ese momento por un coste pírrico. Así llegamos a 1973, cuando el gobierno es derrocado bajo una lluvia de bombas y daría paso a la feroz dictadura del general Augusto Pinochet que, en particular durante los primeros años de su mandato, sumió al país en una época de terror que ha pasado ya a los añales de la historia contemporánea como una de las más aborrecibles de todo el SXX en Sudamérica. Mientras que, como en otros tantos casos, la comunidad internacional miraba hacia otro lado en tanto en cuanto esta gozó del beneplácito de los EE.UU.

Como apunte a un reflejo de la crisis actual, en lo económico, el régimen de Pinochet sirvió para poner en marcha, si cabe de forma experimental, todos los postulados del pensamiento neoliberal a través de los denominados “Chicago Boys”, chilenos forjados en su mayor parte en la Universidad de Chicago que bajo la supervisión del padre del neoliberalismo moderno Milton Friedman, dieron lugar a toda una serie de políticas macroeconómicas muy al modo y al uso de las que posteriormente recorrerían toda Europa a finales del SXX y principios del SXXI. Y que, como en este último caso, al principio parecieron obtener buenos resultados –el “milagro de Chile”, por analogía con el “milagro alemán”-,  pero cuyas consecuencias acabaron siendo desastrosas para buena parte del pueblo chileno. Tanto que el porcentaje de población por debajo del nivel de la pobreza creció del 20 % en 1970 hasta por encima del 44 % en 1987, mientras que la mayor parte de la riqueza de la nación se concentraba en menos manos. ¿Les recuerda a algo?

2 comentarios:

  1. Me recuerda que casi siempre que se habla del libre mercado se olvida mencionar el papel que los ejércitos y servicios de inteligencia en su construcción tal y como los conocemos.
    Un saludo

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    1. Gracias por venir

      Y es cierto. No solo ocurrió en Chile, también pasó en Argentina con la dictadura miltiar y, en general, en buena parte del cono sur durante aquellos años.

      Un saludo.

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