domingo, 29 de junio de 2014

Monarquía y República o la deformación de un debate.

En uno de sus artículos de opinión, el día de ayer en el diario HOY –que no podemos reproducir aquí al tratarse de una sección de pago-, más o menos venía a decir el columnista que los españoles somos una suerte de bárbaros, incapaces de tutelarse por sí solos y en la necesidad, por tanto, de esa especie de guía espiritual que ha de ser la figura de un rey.

Para ello, se justificaba con un relato concreto de los hechos históricos. Especialmente de los dos únicos intentos en toda la historia de España para democratizar el país al margen de la corona, antes de la llegada de Juan Carlos I y que conformaron la
Primera y Segunda República. Al margen del hecho histórico como tal, otra cosa muy distinta, es la correcta contextualización del mismo en una época y, en consecuencia, la citada interpretación que se haga del mismo. Decir que ambos periodos resultaron un fracaso por si mismos podría considerarse tan visceral como no reconocer la adversidad del entorno que les rodearon en un país que al contrario de otros no tuvo su revolución liberal, su revolución industrial y ni tan siquiera llegó a tener en ese tiempo su reforma agrícola. Lo que permitió que las élites de las sucesivas épocas mantuvieran un poder y privilegios exagerados, hasta el final –incluso más allá-, del régimen franquista. Y se sirvieran de ese modo y durante todo ese tiempo para mantener, a toda costa, su aventajado estatus.

En cualquier caso, ya está uno hastiado de que a los ciudadanos españoles se nos catalogue de forma tan rastrera, desde nuestra propia casa y según interese. Lo rigurosamente cierto es que, sin menospreciar a la minoría,  la inmensa mayoría de las naciones del mundo no son arbitradas por una monarquía pero, a pesar de eso, los que no creemos en ese modelo de jefatura o representación dado a partir de una herencia divina no deberíamos tampoco poner como ejemplo toda la suerte de brutalidades que han devengado estas a lo largo de la historia de la humanidad. Sobre todo cuando por otro lado y muy curiosamente, los que aducen este modo de contar la historia suelen citar como arquetipo a seguir el de una república federal, la del voluntarioso pueblo alemán -olvidándose, también, de sus sombras pasadas-, o justifican como ejemplo de progreso social de las monarquías parlamentarias los casos de las monarquías escandinavas, cuando esas sociedades han evolucionado como lo han hecho, en su mayor parte, gracias a un modelo socialdemócrata menospreciado ahora por los mismos. O lo que es lo mismo, que la historia no se escribe en blanco y negro, sí no más bien a través de una inmensa gama de grises.

Tal modo de administrar de forma tan subjetiva la realidad histórica, solo puede traer consigo la deformación interesada de la misma alejando al pueblo de su correcta interpretación.  Tanto es así que, desde determinados medios, se hace asociar la idea de república a modelos de regímenes tan crueles como los de Cuba o Corea del Norte –sin mencionar nunca, curiosamente también, el caso de la Rep. Popular China, donde poderosos intereses comerciales juegan de por medio-, o dictaduras encubiertas tal es el caso de Venezuela, obviando de manera más que interesada, no ya como decíamos antes que la mayor parte de países han escogido un modelo republicano como forma de gobierno, si no que naciones tan reconocidas como Francia, Estados Unidos o la misma Alemania, en su día decidieron que su forma de gobierno no quedara revestida por los derechos dinásticos de una familia.

Hemos elegido para acompañar esta nueva reflexión sobre un tema que empieza a estar en exceso manoseado, la archiconocida “Libertad guiando al pueblo” de Delacroix, uno de los símbolos de la Revolución Francesa. Los sucesos que acontecieron en aquella Francia de finales del SXVIII, vinieron a provocar un punto de inflexión en la historia de la humanidad que perdura hasta nuestros días. Ríos de sangre inundaron las calles de París aquellos meses y semanas. No se trata hoy de echar a cortar cabezas por parte del pueblo en la plaza de la villa, solamente de expresar libremente el deseo de elegir su destino. 

2 comentarios:

  1. Hay mucho interés oculto y explícito por mantener el status quo, del que una miríada de lechones mama sin cesar. Es evidente que cada uno barre para casa, y los acólitos del sistema imperante tienen escobas muy, muy largas. Con sus largos mangos -y lenguas- orientan la opinión pública con disparates como los mentados, y se quedan tan panchos. Es muy fácil contar la historia a medias, y manipularla al antojo de unos pocos (lo que recuerda mucho a aquella famosa asignatura del franquismo...).

    Sea como sea, los medios de desinformación y los politicuchos sin consistencia de tal, quizá ganarían más afrontando la realidad y aplicando un poco de coherencia y honestidad a todo lo que hacen. Un sistema no es inherentemente malo o bueno, lo malo es el uso que le dan las personas a las herramientas de las que disponen.

    España vive, por desgracia, todavía en el siglo XIX a nivel de entendederas, y hay mucho reaccionario suelto. Quizá dentro de diez años esto que estamos diciendo sea motivo de encarcelamiento, a saber.

    Un saludo.

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    1. Sin duda y esa es una de mis preocupaciones. ¿Cómo será la sociedad dentro de una década? Es obvio que cada vez los recortes en libertad van acentuándose de mayor manera. Uno s de manera más explicita y otros no tanto, pero acentuándose en cualquier caso.

      Hay un gran problema de educación. En las escuelas, en los institutos, en la universidad...Otra cosa más que evidente, sin duda y con datos harto elocuentes. Lo que no sabemos es si por la negligencia de unos o los intereses de otros.

      Hacen falta políticos de verdad que hagan política de verdad. Y, creo que -quizá sea optimista en exceso-, están empezando a aparecer poco a poco. Otra cosa es que los tremendos recursos del poder establecido lo consienta.

      Un saludo.

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