Desde los tiempos del "Pablo, Pablito, Pablete...", de José María García, el fútbol profesional español ha ido tomando una deriva que le ha consolidado como un negocio sórdido, oscuro y casi con tintes mafiosos que le sitúa, en la práctica, al margen de la ley. De hecho ya en 1985 el estado condonó –una quita que diríamos hoy-, una deuda de 20.000 mill. de pesetas de la época a los clubes. Más tarde, solo siete años después, en 1992 el estado promovió un nuevo plan de saneamiento para estos en los que le perdonaba el 80 % de sus deudas con las administraciones públicas, es decir y según datos de la Agencia Tributaria, más de 30.000 mill. de pesetas.
La Ley aprobada en 1990 pretendía poner fin a todos los desmanes financieros de los clubes de fútbol, poner al día sus cuentas acometiendo una nueva quita como hemos visto y hacer una especie de borrón y cuenta nueva proponiendo un modelo de gestión empresarial más lógico para la gestión propia del fútbol profesional. Pero la ley nació ya adulterada por el propio estamento deportivo al diseñar la norma de tal forma que Real Madrid y F.C. Barcelona, los dos trasatlánticos del fútbol español se quedaran fuera de la misma. Y del que, de rondón se acabaron colando Ath. Bilbao y C.A. Osasuna. La argucia era sencilla, se salvaban de la conversión aquellos equipos que en las tres últimas temporadas no hubieran presentado un balance negativo de sus cuentas. De esta manera esos cuatro seguirían enmarcándose dentro de la legislación afecta al deporte como clubes deportivos sin ánimo de lucro, en los que la propiedad quedaba en manos de sus socios y su responsabilidad mancomunada en determinadas circunstancias por los miembros de su junta directiva. En cualquier caso, una metodología que, en caso de impagos requeriría procesos mucho más complejos que en el de las sociedades, intentando así quedar a salvaguarda los intereses de los dos equipos más relevantes y de más peso en la arquitectura del deporte nacional.
Pero, de una manera u otra el paso del tiempo ha demostrado que cualquier decisión tomada hasta ahora para poner al día las cuentas del fútbol en España ha resultado un absoluto fracaso. Y siempre consecuencia de una política de fichajes, traspasos y salarios absolutamente desproporcionada en base a los ingresos existentes en los respectivos equipos.
Quizá un factor determinante para desbordar hasta el infinito tanto disparate fue la irrupción de una nueva competición, por parte de la UEFA, en 1992, la Champions League. Los años inmediatamente anteriores a la Champions habían alcanzado la final de la Copa de Europa diferentes equipos que no tenían una especial repercusión televisiva y publicitaria, el gran negocio de la UEFA y por ello se diseñó desde la misma un nuevo plan que garantizase el acceso permanente a la competición de los denominados clubes grandes europeos o dicho de otro modo: los más mediáticos. La fórmula era ideal para contribuir a la potenciación del negocio por cuanto se basaba –y permanece hoy en día con ligeras modificaciones-, en un sistema de liguillas combinado con una estratificación de los clubes participantes en función de su historial, asegurando de este modo que los equipos con más seguidores tengan casi garantizado su acceso a la fase final de la competición al no poder enfrentarse entre ellos hasta bien avanzada la misma. Haciendo de este modo que el desarrollo y estructuración de ésta, aportara suficientes garantías para que el partido final del campeonato, el más rentable económicamente, resultara siempre protagonizado por dos de esos equipos.
Al margen de cualquier criterio deportivo –por primera vez podría proclamarse Campeón de Europa un equipo sin haber ganado la liga en su país, una contradicción para una competición titulada “liga de campeones”-, para incentivar el torneo y sufragar el esfuerzo de los participantes al aumentar el número de partidos por temporada, la UEFA diseñó también una serie de incentivos económicos conforme se fuera desarrollando el mismo y en virtud de los resultados obtenidos para cada equipo participante. Eso, la proyección internacional del torneo, sus repercusiones económicas, el lógico aumento de la competitividad en clave nacional para poder participar en la competición y demás zarandajas, hizo que lo que pudo ser una manera de equiparar ingresos y gastos para los clubes se acabara convirtiendo en el mayor despilfarro de la historia del fútbol español.
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