miércoles, 1 de abril de 2015

De Monagos, policías y mordazas.


Dicen que los que gustamos de escribir de la cosa política no dejamos títere con cabeza y, especialmente,  de los que gobiernan.  Claro,  del que no gobierna difícil es exigirle poco más allá que sancione la labor del que lo hace y presente propuestas concretas. Aunque cuando se trata del PSOE es harina de otro saco porque entre la desafección a sus principios y su implicación en el caso de los ERE de Andalucía,  todo un hito en la historia de la corrupción política española,  ya tiene lo suyo.

Así que al PP le ha tocado bailar con la más fea, la mayor crisis económica desde la Gran Depresión, con la mayoría más aplastante de la historia de la democracia en la capital de España, en buena parte de esta allá desde donde hace décadas gobierna y cuando solo lo más ingenuos se creen ya que J. L. Rodríguez Zapatero harto de ver pasar chorros de dinero, un día le dio a un botón y envió al desempleo a millones de personas. Que, por cierto, menudo también el tipo, blando y soso cuando Aznar y que no dudó en subirse a la cresta de su misma locura liberal cuando la ocasión tuvo, mandando a hacer puñetas la S y la O de sus siglas y con ellas los principios de su partido.

Pero hoy por hoy, en lo que más nos toca, está lo de José A. Monago que es todo un sin vivir. Entre sus polémicos viaje a tierras canarias, sus chillonas carreras campestres verde fosforito, sus dibujos animados y ahora sus denuncias de los policías de su prolífica escolta, la verdad es que no da uno abasto. Y es que, en los últimos días la prensa regional ha sido un continuo ir y venir de artículos,  unos más críticos y otros más sarcásticos y jocosos,  sobre la denuncia planteada por el presidente contra la policía nacional por, según él mismo, filtrar sus salidas y entradas de su domicilio.


Y todo por dos desahuciadas que se apostan y duermen, desde hace dos meses, en un coche cada día junto a su casa, “pasean por la acera” (sic) de la misma calle y reclaman un alquiler social de una vivienda de las que dispone la Junta de Extremadura y que, por si no fuera poco,  se han presentado también en algún acto del presidente escenificando sus proclamas.

Los agentes y mandos de la policía nacional,  como era de suponer, han salido en tropel y montado en cólera ante tamaño arrebato,  al que no dan crédito alguno, máxime cuando la agenda del presidente es pública y el horario de sus accesos a su domicilio son de conocimiento de todas las fuerzas de orden y seguridad sitas en el municipio por cuanto se transmiten en abierto. Además, ahora, es cuando han aprovechado los responsables de la policía y puesto en conocimiento de la opinión pública que la cobertura que se hace al presidente es exagerada y que,  en ocasiones, el número de agentes que ocupan su calle es superior a los del todo el resto que patrullan en ese momento la ciudad.

Que, para el caso, como dice Ángel Ortiz, director de HOY,  en su columna, la reivindicación de las dos señoras es lo de menos e incluso aunque fuera esta injusta, porque lo importante y por fortuna para España y mucho que nos costó,  es que disfrutamos de una cosa que llamamos "libertad de expresión". Y la crítica, como el aplauso,  es algo que va en el cargo. El que aspire a político,  sea concejal,  diputado o primer ministro,  tendrá que asumir que no puede estar siempre rodeado de palmeros que le rían las gracias o le vitoreen por lo que consideren sus logros y tendrá que asumir que habrá muchos más momentos de lo que quisiera que será motivo de abucheos, por muy injustificados que sean. Y que ello, de alguna manera, no solo le afectará a él, si no a su familia, a sus amigos e incluso a su propia salud. No solo es el precio de la fama, si no de la responsabilidad que se ha estado dispuesto a asumir.

Eso es la democracia y Monago,  como le pasó con sus polémicos viajes a Canarias,  no puede actuar como un elefante en una cacharrería, cada vez que, de manera pública, se vierta una crítica o una declaración contra él. Y menos aún, responsabilizando directamente de ello a la propia policía. Y si no le gusta o tanto afecta a su ego, tanto a él como a todos los que deseen participar del juego político, presentes y futuros, sean del partido que fuese, que abandonen y dejen paso a otros que, para bien o para mal,  asuman estoicamente sus obligaciones y no impidan ejercer sus legítimos derechos a un pueblo que tanto luchó por conseguirlos.

Sin embargo, parece que hay muchos que no están dispuestos a seguir permitiéndolo. Y es que dice también el ministro del interior que el objetivo de su nueva Ley de Seguridad Ciudadana, aprobada recientemente por el Congreso acerca de todos estos menesteres y solo con los votos del partido que da amparo al gobierno, no es otro que reforzar la seguridad  de los ciudadanos para el ejercicio de sus libertades. Pero a mí, por mi parte y que ya tiene uno unos años y le ha gustado siempre estar al tanto de lo que en el mundo se hace, cada vez que a alguien se le ocurre hablar de “seguridad a cambio de libertad”, me recuerda a aquellos estados totalitarios donde “por la seguridad de todos” quedaban vetados buena parte de todos sus derechos.


Peor  aun cuando no acabo bien de entender por qué, a tenor de lo dicho por el propio gobierno y sus encuestas, si España  es un país donde la gente se manifiesta poco, donde menos actos violentos se producen en dichas manifestaciones y es un problema que poco o nada preocupa a los ciudadanos según todas las encuestas e incluso el euro-barómetro,  tenga que desarrollarse una nueva ley a la que sus detractores le han puesto el incómodo apodo  de “ley mordaza”, puesto que lo que viene es a desarrollar diferentes tipos de sanciones por todas aquellas acciones, actos u omisiones que no están ya recogidas de por sí en la actual legislación vigente en España a efectos de desórdenes públicos.
 
Rebajada de sus intenciones iniciales por la presión popular, la nueva ley sigue puesta en entredicho por cuanto ciertos colectivos, como las plataformas anti-desahucios tan activos en los tiempos que corren, salen tan mal parados en la misma que, en la práctica, se les impide mediante sanciones, en algún caso desorbitadas  y en las que solo interviene el criterio policial, acciones como la de obstruir las intervenciones judiciales en los desalojos.  Amén de que su articulado está lleno de indefiniciones y generalidades que pueden inducir a variopintas interpretaciones que debido a esa misma falta de concreción dan lugar a la inseguridad jurídica de los ciudadanos, como confirman numerosos juristas.

En un parecido orden de cosas, no hace mucho que en el Metro de Madrid se habían dado instrucciones para que el personal de este vigilara especialmente a homosexuales, músicos, mendigos, pedigüeños y vendedores. Ante la denuncia, Metro Madrid acabó rectificando pero, a la vista de estas cosas, se diría que se está generalizando desde las instituciones un cierto tufillo a recortar libertades y a ciertas actitudes reaccionarias que parecían superadas hace mucho tiempo.

Esta especie de dogma con el que nos martillean, día sí y otro también, por el que no cabe otro remedio para reconducir el buen estado de las cosas que aumentar el sufrimiento en la mayor parte de los ciudadanos mientras otra mínima parte de los mismos se enriquece cada vez más, diría yo que no habrá de serlo tanto cuando se extreman las precauciones para evitar que voces disonantes se hagan oír fácilmente, poniendo como excusa el reforzamiento de su propia seguridad.

“La dictadura se presenta acorazada porque ha de vencer. La democracia se presenta desnuda porque ha de convencer”. (Antonio Gala)

Fuentes: Europapress, InfoLibre, El diario, Comisión Europea (Eurobarómeto, Novbre. 2014), Diario HOY y Diario de Mallorca

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