lunes, 20 de abril de 2015

El fin de la crisis y el principio de una nueva era.

Primero nos dijeron que la crisis era culpa nuestra porque habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades.  Y, claro, algunos conocíamos a alguien que se había comprado un ático, un chalet o un coche que no debía. O habíamos comprado unos zapatos de más o hecho un viaje prescindible. “Mea culpa”. Pero muchos que se lo creyeron acabaron descubriendo que eso solo había representado una pequeña parte del problema y que aquel alegato de lo que en realidad se trataba era de una argucia política para tapar vergüenzas propias a costa de iluminar estupideces ajenas.

Después nos contaron que del fraude fiscal eran culpables los "chapuzas", que no contentos con el subsidio querían comer también 3 veces al día y que sus hijos no anduvieran descalzos. Pero llegaron los inspectores de Hacienda y contradiciendo al gobierno nos revelaron que el 75 % de ese fraude no venía de albañiles, pintores y fontaneros si no de las grandes empresas y los grandes capitales de este país.


No, esta maldita crisis, finiquitada para unos pocos e interminable y crónica para el resto, solo es una consecuencia de la avaricia y la codicia humanas. El resultado de haber cambiado un modelo de desarrollo basado en las rentas del trabajo por otro en el que la ingeniería financiera y las rentas del capital son las monedas de cambio. La deslocalización de la industria en busca de reducir costes para incrementar los beneficios, los avances tecnológicos y la falta de previsión en cuanto a los recursos laborales al respecto, el masivo fraude fiscal y la permisividad para con los paraísos fiscales y, en general, el repudio a unas políticas que han resultado tradicionalmente efectivas desde la segunda mitad del siglo pasado han provocado tales desequilibrios que hacen que la consabida recuperación poco o nada pueda calar en el grueso de la sociedad.

Por primera vez en la historia de la economía moderna y por el contrario a la política clásica de hasta hace poco más de una década, el uso masivo del recurso de la austeridad presupuestaria en la absurda idea de que la confianza que ello pudiera generar en los mercados de deuda generaría puestos de trabajo de calidad suficiente que hicieran recuperar el terreno perdido, tras ocho años de crisis, no solo está demostrando su ineficacia si no que está arrastrando a las clases medias y no digamos ya a las bajas, a una situación de precariedad que parece haberse estancado de manera indefinida.

A la vez que la riqueza se concentra y acumula de forma masiva entre menos personas provocando un enorme aumento de las desigualdades sociales. Un modelo por completo contrario al del espíritu que guio a las grandes potencias democráticas europeas tras la 2° Guerra Mundial hasta, prácticamente,  finales del siglo pasado.

Buen ejemplo de ello los últimos datos que arroja la economía española tras las secuelas de la crisis. Es significativo que sea precisamente en las comunidades autónomas donde las políticas de austeridad se han aplicado en menor medida donde las consecuencias de la crisis han pasado más desapercibidas, siendo el País Vasco el mejor referente de ello.  Según la Universidad de Deusto, su mayor industrialización, su nivel de inversión en I+D, su diversificación productiva -en el resto de España,  el turismo y la construcción acaparan esta- , su inversión en economía social y la reducida aplicación en las políticas de austeridad,  han dado mejores frutos y de hecho, ocho de las diez ciudades españolas donde las consecuencias de la crisis menos secuelas ha dejado se agrupan en las tres provincias vascas.

Como ya hemos comentado en varias ocasiones,  ante tales evidencias,  no cabe ya otra cosa que creer que lo que estamos presenciando es un cambio del modelo de sociedad, auspiciado por la crisis y en pos de este. De hecho todas las políticas desarrolladas desde el inicio de la crisis se dirían encaminadas hacia ello. Incluso valga como otra evidencia más el favorable desarrollo de los acontecimientos en los EE.UU. aún con sus dificultades, tras la puesta en marcha de medidas expansionistas propias de la política clásica, lo que se llama el modelo keynesiano, no solo contrarias a las aplicadas en el seno de la Unión Europea sí no incluso defenestradas por esta.

España,  un país con claras diferencias estructurales con respecto a sus vecinos del centro y norte de Europa pero de los que podría considerarse súper-desarrollado,  podría estar resultando el mayor exponente del experimento. Un país que se ha mantenido hasta la llegada de la crisis con un déficit público tradicionalmente bajo debido a su reducido nivel de prestaciones sociales en relación a sus vecinos allende de los Pirineos,  ha elevado este hasta límites insospechados hasta ahora,  al reconvertir deuda privada en deuda pública, en pos de la llamada "estabilidad financiera" y a costa del rescate bancario, un montante multimillonario que ya han reconocido los bancos que no van a devolver en su mayor parte.

Por otro lado España es y se mantiene a los efectos como un paraíso fiscal para grandes fortunas, donde las clases medias aportan particularmente unos porcentajes próximos a, por ejemplo, un ciudadano danés o sueco en la hacienda pública de sus respectivos países.  Mientras que las grandes empresas y los grandes capitales  apenas si lo hacen en mínimos, a pesar de partir de tipos similares, pero reducidos en la práctica por un extraordinario número de exenciones fiscales. Lo que, en definitiva conduce a unos bajos niveles de recaudación que hacen insostenible el modelo social y, menos aún,  su correcto desarrollo.  Todo ello y según la nueva ortodoxia político y económica en aras de la creación de empleo.

Curioso y novedoso axioma este con el que se nos pretende convencer de que solo la inversión y no la calidad del trabajo, traducida esta en salarios de miseria y precariedad, será el hilo de la recuperación para todos. Por primera vez el concepto de “consumo” ha quedado expulsado de la teoría económica.


Por todo ello sus resultados  al día de hoy se tornan cada vez más dramáticos. Acaba de publicarse el informe sobre "El estado social de la nación 2015", desarrollado por la "Asociación Estatal de Directores y Gerentes en Servicios Sociales", que pone de manifiesto las evidencias que estamos comprobando en el día y a día y entre el común de los ciudadanos.

Los datos son elocuentes.  8 millones de personas, la mitad de los trabajadores de este país cobran menos de 1.000 € mensuales. Uno de cada tres hogares no llega a final de mes. 8 millones de personas están en riesgo de pobreza y otros 6 millones en situación de pobreza extrema.  El mismo informe advierte que el modelo actual, basado en la precariedad laboral,  salarios bajos -uno de cada cinco por debajo del umbral de la miseria-,  el incremento de los gastos básicos y la reducción de prestaciones sociales harán que estas cifras sigan creciendo.

La emigración masiva –más de dos millones de personas han abandonado nuestro país desde el inicio de la crisis-, o un dato tan apreciable como el hecho de que el ejercicio del trabajo ya no exima de salir de la pobreza, además de retornarnos a épocas pretéritas, nos da suficiente idea de la inconsistencia de la situación.

A lo que, en definitiva nos conduce a otro hecho irrefutable y es que el haber dejado atrás la crisis no es sinónimo de mejor calidad de vida para todos y que el devenir de la misma ha arrastrado al empobrecimiento sine die de la mayor parte de la población.



Fuentes: Además de las citadas, Paul Krugman (Pemio Nobel de Economía), Vicenç Navarro, El País, El Mundo, Wikipedia, Gestha, INE.

3 comentarios:

  1. Excelente artículo que pone sobra la mesa todos los pormenores de los últimos años. A día de hoy, me planteo seriamente marcharme de este país de una puñetera vez y darle carpetazo a este país gobernando impunemente por estafadores y tiranos que solo piensan en favorecer a las grandes fortunas y están empeñando el futuro de toda una nación. Quizá yo no tenga un master en economía, ni sea doctor, ni arquitecto, pero todas las personas tenemos talentos y habilidades que, bien encaminados, podrían suponer un plus para cualquier país. Aquí o están locos, o todo se reduce al experimento, y en nombre del experimento, muchos habrán de morir.

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  2. La crisis no ha terminado, no ha hecho sino empezar. Mientras el FMI implante su política, el continente europeo será parasitado por esta horda de criminales con corbata.

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  3. No hay que ser muy aventajado, ni siquiera economista de profesión para sacar conclusiones sencillas como esta. Que la crisis fue y que se ha utilizado la misma, como una auténtica estafa, para enriquecer aun más a unos pocos a costa de otros muchos es más que evidente. Y lo que queda por venir después pues parece también obvio. Salarios reducidos, pequeños autónomos y pequeñas empresas con lo justo para ir tirando y el resto del pastel a compartir entre los grandes.

    ¿Cómo evitarlo? Sí, es difícil pero no imposible. De momentos tenemos varios procesos electorales a la vista y son necesarias nuevas caras y otras ideas en el panorama político. En el pueblo y su capacidad para reaccionar radica el primer paso por empezar a cambiar.

    Veremos entonces cómo van evolucionando los acontecimientos en los próximos meses.

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