martes, 12 de julio de 2016

La guerra de Irak, un disparate atroz para el SXXI.

Saddam Hussein
El pasado 6 de Julio el llamado Informe Chilcot, que toma el nombre de su presidente aunque el oficial sea el de “Irak Inquiry”, salía a la luz después de más de siete años de investigaciones. Promovido por el entonces primer ministro británico, Gordon Brown, dicho informe pretendía esclarecer las circunstancias y los hechos que determinaron la intervención del Reino Unido en la guerra de Irak de 2003 y su participación en todos los acontecimientos que al respecto se desarrollaron entre 2001 y 2009. El objetivo de la comisión no pretendía otra cosa que aprender de lo sucedido y evitar los errores que pudieran haberse dado entonces cara a eventuales situaciones en el futuro. Y sus resultados han sido demoledores.

Por si quedaba alguna duda al respecto el Informe Chilcot viene a reconocer que aquella guerra de Irak se asentó sobre las bases de unos informes manifiestamente erróneos y aunque nunca sabremos si estos se elaboraron premeditadamente lo que sí queda claro es que ni se valoraron en la forma debida ni se tuvieron en cuenta las consecuencias posteriores que habría de tener una intervención militar de esa índole tanto para Irak como para la estabilidad de la zona. No en vano el propio Tony Blair, hace menos de un año en una entrevista en la CNN, reconocía la existencia del actual Estado Islámico como otra secuela más del resultado de dicha guerra. Por el momento se cuentan ya por varios millones entre los fallecidos, heridos, desplazados, etc. las víctimas de la catástrofe y una serie de conflictos en marcha de todavía impredecibles duración y consecuencias.

El egipcio Amr Moussa, por aquel entonces presidente de la Liga Árabe advirtió que la invasión de Irak “abriría las puertas del infierno”. Y no lo dijo por respeto alguno a Saddam Hussein sí no porque era consciente que si no había un plan debidamente orquestado para la organización posterior del país, traería resultados desastrosos no solo para el mismo sí no para toda una región tan inestable como lo es el Oriente Medio. Y así ocurrió. Estados Unidos tras el rápido derrocamiento de Saddam facilitó de alguna manera el ascenso al poder de los chiíes en detrimento de la etnia mayoritaria suní que desde siempre había ejercido su preponderancia en la zona. La respuesta de las monarquías suníes del golfo, fieles a la doctrina salafista la rama más radical del sunismo, no se hizo esperar y empezaron a donar millones y millones primero para Al Qaeda y después para lo que acabaría siendo el Estado Islámico, como medida para atajar las intenciones chiitas de hacerse valer en la región y como contraposición también a las aspiraciones de Irán, que de manera indirecta había resultado el gran vencedor de la invasión de Irak por un lado y de la caída de los talibanes en Afganistán por otro. Curiosamente ambas a manos de los Estados Unidos su más encarnizado rival.

Tony Blair, George W. Bush y José Mª. Aznar en las Islas Azores.
Todas estas amenazas fueron debidamente advertidas antes de la invasión pero otros factores acabarían primando por encima de las mismas, aun conocidas las terribles repercusiones que podrían resultar de ella. En el caso de EE.UU. las secuelas de los atentados del 11S, su incapacidad para vencer a Al Qaeda, un enemigo invisible en el inconquistable terreno afgano, acabó viendo en Irak, la obra inacabada del padre de George W. Bush que permitió la salida airosa de Saddam tras la guerra del 91 para que sirviera de contención de los propósitos chiitas, el chivo expiatorio para intentar superar el clamor del pueblo norteamericano que se veía desbordado por un enemigo que por primera vez había violentado su propio territorio.

El caso del Reino Unido es absolutamente distinto y según afirma el informe Chilcot descarta que las especiales relaciones de este con EE.UU. exigiera su incondicional apoyo en caso de conflicto, tal como había sucedido en la Guerra de Vietnam o en la Guerra de las Malvinas. Por tanto y el informe así lo refiere fue una mera decisión personal de Tony Blair, vista su imposibilidad de  convencer a Bush de otras opciones, la que  propició la entrada de Gran Bretaña en la guerra a costa de embaucar con medias verdades y medias mentiras a su gabinete y al parlamento británico.

Los fundamentos en que se basó la invasión de Irak: La operatividad de sus supuestas armas de destrucción masiva, la enorme capacidad de su ejército, servir como refugio de Al Qaeda o la contumaz tiranía de Saddam Hussein con su propio pueblo quedaron desmontados no solo una vez producida la invasión si no mucho antes de la misma. Irak no tenía armas de destrucción masiva ni había el menor atisbo de que las tuviera. El ejército iraquí había sido barrido en la guerra del 91 y no solo y con ello lo que quedó del mismo fue destruido casi en su totalidad a lo largo de toda la década siguiente, consecuencia del embargo a que fue sometido el país por la comunidad internacional como sanciones de guerra y de que fuera utilizado como un constante objeto de distracción, cada vez que alguna de las potencias aliadas lo necesitaba. Por ejemplo cuando Bill Clinton inició nuevas acciones militares contra las supuestas violaciones del embargo por parte iraquí para desviar a la opinión pública norteamericana de sus escándalos de alcoba. Tanto es así que la invasión de 2003 fue prácticamente un paseo militar en el que en su camino hasta Bagdad lo que se encontraron americanos y británicos fue poco más que un reguero de vehículos calcinados durante la década anterior.

En cuanto a que el régimen de Saddam era utilizado como refugio de las huestes de Al Qaeda, era sobradamente conocida la rivalidad entre este y Osama Bin Laden por lo que la organización terrorista nunca había utilizado territorio iraquí para sus asentamientos. De hecho solo un antiguo terrorista de la OLP, deportado en Irak según los acuerdos de Oslo en torno al conflicto palestino israelí, fue localizado durante la invasión.

Por último, el calificar a Saddam Hussein como un auténtico tirano tampoco podía servir de pretexto alguno por que nunca había dejado de serlo. Ni antes, ni después de la ocupación de Kuwait que desataría la guerra del 91 y le mandaría a la condición de proscrito por sus viejos aliados occidentales. Hasta ese momento Saddam no solo había contado con las simpatías de todas las potencias occidentales, incluidos los Estados Unidos, si no que había sido pertrechado debidamente por estas para mantener su larga guerra con Irán entre 1980 y 1988. Ni siquiera el devastador ataque con armas químicas que propició el ejército iraquí contra la localidad kurda de Halabja la noche del 16 al 17 de Marzo de 1988 en el que murieron 5000 personas había sido pretexto suficiente para una rotura de relaciones generalizada con Saddam. De hecho el material con que se habían fabricado las bombas había sido suministrado, entre otros, por Alemania y los EE.UU. y es más tanto fue el interés en tapar estos hechos que hasta que no se produjo la rotura de relaciones con el régimen iraquí tras su ocupación de Kuwait en 1990, prácticamente no tuvieron repercusión en el ámbito internacional.

En definitiva todo un cúmulo de errores, mentiras y falta de la más mínima perspectiva o lo que quizá sea peor, sin que importaran las consecuencias de semejante desatino, que no solo la parte más cualificada de la escena pública lo puso en jaque si no que todo el pueblo europeo fue un clamor en contra de aquella injustificada guerra. Una guerra que ha acabado trayendo consecuencias devastadoras no solo en materias de seguridad si no en forma de tremendos movimientos migratorios con gravísimos perjuicios para todos. Especialmente para las víctimas directas de una tragedia causada por el despropósito de un selecto grupo de líderes mundiales.


Durante mucho tiempo Saddam Hussein enfatizó con líderes occidentales
En la imagen superior con el rey Juan Carlos. Abajo con Jacques Chirac

En lo que nos atañe y según los propios datos del CIS de aquella época el 92 % de los españoles estaba en contra de aquella intervención militar, apenas unas fechas antes de la invasión. Pero José Mª. Aznar, al que también cita el Informe Chilcot como el tercero en discordia del tristemente famoso trío de las Azores,  hizo caso omiso a ello. Para muchos en su momento el mejor presidente del gobierno de la reciente historia de España, Aznar acabará pasando a los anales de la misma por convertir España en un solar desatando la mayor burbuja inmobiliaria de todos los tiempos como la obra cumbre de su modelo económico y en lo político por haber sido coparticipe y promotor de la guerra de Irak, vulnerando todos los principios del derecho internacional además de los de la propia democracia. Y lo que es peor también habiendo sido prevenido reiterada e insistentemente de que dicha guerra iba a provocar una gravísima situación de inestabilidad general con impredecibles repercusiones para la paz mundial. Pero su ego y su incontenible deseo de colocar a España en lo que entendía posiciones claves de la geopolítica mundial pudieron más que dichas advertencias. Por desgracia las advertencias se cumplieron y tanto la invasión de Irak como la negligente gestión de la posguerra han traído como consecuencia la mayor y cruel ola de terrorismo de la historia en los cinco continentes.

Saddam Hussein fue el mismo sátrapa asesino desde sus tiempos cuando flirteaba con el rey Juan Carlos y todos los líderes de occidente mientras gaseaba a los kurdos y servía de interposición al régimen iraní como lo fue cuando ocupó Kuwait y hasta el fin de sus días. Por eso el único argumento que le quedaba al Sr. Aznar para justificar la descomunal magnitud del desastre de aquella guerra: “el mundo es más seguro sin Saddam Hussein”, nunca será suficiente.

4 comentarios:

  1. Magnífico artículo. Yo opino siempre en la línea de que hay un plan detrás de todo lo que ocurre. Aunque técnicamente es posible que este cúmulo de errores tuviera lugar por meros despistes o por simple ignorancia geopolítica, no me puedo creer que países con tantos estudiosos de consecuencias e impactos sean incapaces de prever lo que pasaría. Es más, sabían de sobra que no había tales guerras y su incursión a buen seguro fue una estratagema para crear una nueva brecha en el mundo, un nuevo agujero en el que echar pestes, un nuevo enemigo al que culpar de todos los males.

    De estos políticos, como los 3 infames, solo puedo decir que no son muy distintos de Hitler. El ego por conseguir un mundo a su antojo los lleva a participar en la masacre, sin planes posteriores. Solo entrar y desatar la caja de los truenos. Y después de eso, todo evoluciona como fichas de dominó. Al menos, yo lo veo así.

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    1. Que duda cabe que nunca sabremos la verdad del por qué de la Guerra de Irak ante las evidencias que se plasmaron antes y después de la misma. Quizá todo se limitó, precisamente a eso, a la búsqueda de un chivo expiatorio más por los atentados del 11S y, ya puestos de paso, una nueva oportunidad de negocio. Un negocio que para la mayor parte de los mortales salió mal pero, que duda cabe, para algunos acabó siendo redondo.

      Un saludo Oscar y gracias.

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  2. Hay paralelismos con la situación actual: El EI es creación de EEUU, como Alcaida fue una creación de la CIA. Hay pruebas que lo demuestran. La guerra contra el gobierno legítimo de Siria es para derrocar al supuesto tirano, dicen (lo mismo dijeron con Iraq, solo han cambiado el nombre del tirano y el grupo terrorista al que combatir). EEUU y sus vasallos (léase, Europa) se dedican a fabricar el terror en el mundo, creando guerras aquí y allá, según su capricho, y desestabilizando naciones (como en 2014 hicieron en Ucrania al fomentar un golpe de estado) en busca del NOM (Nuevo Orden Mundial), donde se planea reducir la población a no más de 500 millones de habitantes (para el resto habrá puro y simple exterminio), instaurando después un régimen de corte fascista, imperialista y completamente policial. Nos espera lo peor, realmente lo peor, y nuestros hijos vivirán (si acaso sobreviven) un infierno.

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    1. Nuevamente inquietante Lorenzo. Sí que es cierto que hay una corriente de pensamiento cada vez más extendida que afirma que se está barajando una nueva guerra a escala planetaria, bajo cualquier pretexto, por mera cuestiones demográficas. Pero me cuesta creer eso, aunque de ser así no podría sorprendernos tampoco viendo el punto de deshumanización al que se ha llegado.

      Me inclino más por la posibilidad de un modelo de sociedad orweliana a raíz de los acontecimientos y la forma de legislar. Cada vez más control a las clases medias y bajas y más libertades para las altas y sobre todo para los grandes capitales.

      Veremos.

      Un saludo, Lorenzo.

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