De un tiempo a esta parte el gobierno, las grandes empresas
y, cómo no, sus voceras de parte, vienen repitiendo que la crisis debemos darla
por finiquitada y que el crecimiento es un hecho consolidado. Según estos los
datos macroeconómicos dan buena fe de ello y el descenso del desempleo así lo
corrobora.
Con respecto a las cifras de la macroeconomía es posible que
así sea. Es obvio que través de la devaluación salarial y del empleo los
beneficios de las grandes empresas se han
incrementado. O lo que es lo mismo, el resultado de miles y miles de despidos y
las más que sensibles rebajas salariales de los que han quedado,
ineludiblemente ha de traducirse en un aumento de los beneficios en la mayoría
de los casos, especialmente en este tipo de compañías donde una alteración en cualquiera
de sus parámetros puede representar cifras millonarias. Una mejoría que se
aprecia aún más en el caso de las retribuciones de los altos ejecutivos de las
mismas, desde donde se sigue ensanchando la
brecha salarial entre estos y los trabajadores de base. De hecho, los
salarios de la alta dirección española se encuentran entre los más altos de
Europa, alguno de ellos –como
los banqueros-, incluso, liderando lo que podríamos llamar este triste
ranking de la vergüenza. Vergüenza de ver como desde lo alto de sus atalayas,
lejos del mundanal ruido de la realidad cotidiana, muchos van enviando al pozo
del desempleo y de la miseria a decenas de miles de personas con el objetivo de
mantener su estatus y privilegios.
En el caso del desempleo, la cuestión que más nos preocupa como
así reflejan todas las encuestas, la situación es otra muy distinta y muy lejos
de lo que se apunta. Es lo que se ha dado en llamar “la economía real”, es
decir la que atañe de manera directa a la inmensa mayoría de las familias de
este país.
Al margen de la singularidad de los datos del desempleo -un
continuo descenso del número de parados que en ningún caso se ve compensado con
el mismo número de altas en la Seguridad Social lo que se atribuye a la
emigración, el desánimo y descarte de las oficinas de empleo como instrumento
para la búsqueda de trabajo y otras causas de difícil justificación-, parecen
quedar relegadas a un segundo plano ante la euforia de los datos, las características
que subyacen en estas nuevas incorporaciones al mercado laboral y, en general,
el nuevo modelo de precariedad vigente en el mismo.
Decía Ernesto Sábato que “al
parecer, la dignidad de la vida humana no estaba prevista en el plan de
globalización” y, lamentablemente, nada parece más lejos de la realidad.
Porque la realidad que nos encontramos en el día a día, es que la mayor parte
de esos puestos de trabajo que, según se dice, vienen a representar un síntoma
de la citada mejoría económica, no pasan de tener carácter estacional, temporal
y parcial. Y con unas retribuciones que no hacen más que corroborar el
desprecio a la dignidad de las personas tal como hacía mención el autor
argentino.
Creer que en España, en pleno SXXI, salarios de 400, 500, 600…
euros mensuales, al amparo de un paupérrimo salario mínimo interprofesional
fijado en 752.85 € euros (en 12 mensualidades), pueden generar un aumento del
consumo y por ende el crecimiento y mejora de la economía de las familias,
resulta sencillamente inimaginable. En cualquier caso, fuera de todo lugar, ya
que en todos los países de nuestro entorno con un nivel de desarrollo similar y
similares precios al consumo –Francia,
Reino Unido, Holanda, recientemente
Alemania, etc.-, este mínimo salarial parte de posiciones mucho más elevadas.
España es un país donde el tema de los salarios ha
representado un problema casi endémico desde tiempo inmemorial a consecuencia
de un modelo en que el estado, supuestamente, facilitaba una mayor protección a
los trabajadores a cambio de salarios más bajos. O lo que es lo mismo, la
empresa ahorraba una parte del salario de estos cara a un eventual despido que
se traduciría en indemnizaciones cuando llegara el momento. El problema
radicaba en que si, en condiciones normales, el trabajador se jubilaba o se
marchaba voluntariamente de la empresa, dicho ahorro quedaba en beneficio de esta
y en perjuicio del trabajador. En otros países europeos, por el contrario, esa
protección sobre el despido era menor y dicho ahorro quedaba en manos de los
trabajadores, lo que venía a representar salarios más altos y una capacidad de
consumo mayor que, a la larga, promovía el desarrollo de la economía general. Es
decir, la realidad nos demuestra que mientras en otros países se priorizaba el
bien común, en España se ha puesto siempre el beneficio de la empresa por delante
del de sus asalariados, potenciando así una clara y mayor diferenciación entre
clases. Un esquema que se mantuvo más allá de la Transición, en pos del agrado
de las clases dominantes, a cambio de la democratización del país y que se ha
mantenido hasta la actualidad. Motivo por el cual resulta aún más dramático
para la clase trabajadora que las condiciones de despido pretendan asimilarse ahora
a las de otros países, con las sucesivas reformas laborales, mientras que la
percepción salarial sigue manteniéndose en las mismas proporciones que antaño.
El desarrollo de estas políticas basadas en la mejora de la
competitividad de nuestras empresas –cara al mercado exterior, lo que se ha
dado en llamar “la achinización” del mercado laboral español-, a costa de la
devaluación de los salarios contradice en cualquier caso la empírica de los
datos. Según la apuesta del pensamiento neoliberal a mayor precariedad laboral,
más empleo y, por ende en segunda entrega, mejores beneficios para todos. Sin
embargo, a la vista del siguiente cuadro, no hay que ser un cualificado
economista para darse cuenta del contado éxito de esa premisa.
Si comparamos esta gráfica con la anterior –en la primera no
se incluyen aquellos estados donde no hay un salario mínimo regulado-, podemos
comprobar fácilmente que no necesariamente a menor salario menos desempleo. Si
no, más bien, podríamos decir lo contrario en líneas generales, por cuanto
todos los países de similar desarrollo a España que encabezaban el ranking
anterior tienen unos niveles de desempleo muy por debajo de los de este país.
Además de otros, tal es el caso de Suecia, Austria, Dinamarca, etc. que sin
tener un salario mínimo legislado también cuentan con mejores retribuciones
que las españolas para los trabajadores de base, al mismo tiempo por lo general
también, que mayor número de prestaciones y servicios sociales.
Es cierto que el SMI, hasta hace solo unos años, no dejaba
de ser una referencia más que un dato relevante por el número de perceptores ya
que, por lo general, la mayor parte de las retribuciones reales estaban por
encima del mismo. Lo que del mismo modo podíamos aplicar–salvo en el caso de
las rentas más elevadas como ya hemos comentado-, para el resto de países análogos
al nuestro dentro del seno de la U.E. Sin embargo, desde el inicio de la crisis
los salarios como manifiestan los datos de manera elocuente, si bien aumentaron
al principio –una mera cuestión estadística al reducirse en primer lugar los
empleos de carácter temporal y parcial-, han
venido cayendo de forma paulatina.
Y es aquí donde aparece un nuevo problema: menos empleos y
menores salarios, unidos a la pérdida de población ante la escasez de
nacimientos y la salida del país de miles de personas en busca de una vida
mejor, pone ineludiblemente en peligro el futuro, cada vez más inmediato, del sistema
de pensiones…
Pero de eso, nos encargaremos en la segunda parte de esta
historia…
Excelsa explicación de un fenómeno que no pasa desapercibido. Realmente, da que pensar. Y me pregunto si acaso los que dirigen el cotarro ignoran el asunto, porque quiero creer que no, y si son conscientes del ritmo y de la dirección que lleva este navío zozobrante. ¿Acaso es una precarización intencionada, que busca una Europa dividida entre consumidores ricos y factorías sureñas? ¿Acaso es una maniobra para agitar a las masas a protestar y que estalle la revuelta, causando otro polvorín de sucesión clasista? A saber.
ResponderEliminarMi mujer no deja de decir que todo esto es un gigantesco entramado para quedarse con la mayor porción de un pastel que empezaba a mermarle a los de siempre.Y quizá no ande muy lejos de la realidad.
EliminarDecía otro buen amigo mío que "el dinero debía caducar cada año" y, probablemente, no andaría muy lejos de la realidad.
En fin, a saber, pero es evidente que nuestros queridos políticos no pueden ser tan torpes, sean estos españoles, franceses, alemanes o ingleses. Y todo esto no da más que pensar que de todas las frases que desató el 15M, probablemente tendríamos que quedarnos con esta: "Esto no es una crisis, es una estafa"
Un saludo.