El 15M, tan defenestrado en su momento por aquellos que
veían ahí un movimiento que podía perjudicarles en ese entramado político y
económico que ha acabado copando todas las parcelas del poder, ha terminado
protagonizando un punto de inflexión en la sociedad española. Muy especialmente
al despertar el interés por la política entre unas generaciones que, por una parte ven para sí
un futuro más que incierto y que, de otra, no mantienen ninguna ligadura con el
pasado.
Hoy, la crueldad de una crisis que se hace interminable y la
certeza de que esta se ha cebado de manera interesada en el grueso de los
ciudadanos en beneficio de una clase dominante y de un sistema de partidos
políticos que ha secuestrado la democracia en interés propio, ha dado pie a ese
nuevo y desatado interés por la política por buena parte de los ciudadanos que
se ha traducido en movimientos como Podemos, Ganemos o Compromis entre otros
tantos.
El auge de todos estos -a pesar de los desesperados intentos
por enviarlos al ostracismo a través de medias mentiras o medias verdades e
incluso manipulando imágenes en el intento por mantener el control del sistema
por quienes lo llevan ejerciendo desde hace demasiado tiempo-, no es más que
una consecuencia de un estilo de hacer política donde ha primado la vileza, el
fraude, el enriquecimiento propio y la consolidación en el cargo al servicio de
los grandes capitales.
El modelo neoliberal que se adueñó de nuestra sociedad hace ya
dos décadas, basado en el mantra de que "el estado es el problema y no la
solución", contradiciendo una idea que había hecho resurgir a Europa
occidental de sus cenizas tras las Segunda Guerra Mundial y convertirla así en
un espacio de desarrollo económico y social como no se había conocido en la
historia de la humanidad, está provocando el derrumbe del “Estado del Bienestar”,
dando lugar a unos desequilibrios entre clases que nos devuelve a épocas
pasadas. No en vano, una consecuencia previsible de un sistema que fomenta el
individualismo, desprecia la solidaridad y desata una avaricia y codicia sin límites,
promoviendo para ello burbujas financieras, la especulación, la corrupción y un
modelo fiscal y político que favorece a las clases más altas y hace recaer el
peso de lo poco que va quedando del estado en las clases medias, ahogando de
paso a las clases bajas y condenando a estas últimas a la beneficencia.
No sabemos en que terminará todo esto. Pero es obvio que
este modelo ha fracasado, del mismo modo que la historia nos muestra también que
ningún sistema ha conseguido reciclarse por sí mismo y que ha tenido que ser
derribado para cambiarlo. En cualquier caso es el pueblo el que tendrá que dar
su respuesta. O asumir su indolencia y con ello la pérdida de sus derechos
conquistados durante muchas décadas de esfuerzo o huir hacia delante, no por ello sin dejar
de asumir ciertos riesgos, pero en cualquier caso con la necesidad de poner en
evidencia a los culpables de tanto daño.
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