viernes, 24 de junio de 2011

¿Otro mundo es posible? El Pensamiento Único

En 1819 Schopenhauer acuñó el concepto del Pensamiento Único “como aquel pensamiento que se sostiene a sí mismo, constituyendo una unidad lógica independiente, por amplia y compleja que sea”. Hoy, aunque, este término pudiera utilizarse en cualquier contexto, por lo general se alude como tal al neoliberalismo dominante en la sociedad desde la década de los 90. En este concepto se integran cuestiones como la primacía de la economía sobre la política, la consideración de la persona como un mero elemento más en el proceso de producción dejando de lado el más mínimo carácter ético, la eliminación de controles por parte de las autoridades considerando al estado una rémora para el desarrollo, la muerte de las ideologías y, entre otras más, la última y definitiva etapa de la civilización contemplando el neoliberalismo como la única realidad posible.  


En consecuencia, el desplome de la economía mundial, la actual crisis sistémica, destapada tras la crisis financiera de 2008, sigue precipitándose a un pozo que no parece tener fondo, resultado de no aplicar otras medidas distintas a las que establece esa “realidad única” aunque esté causando tantos estragos entre la población. No es de extrañar pues que la ciudadanía empiece a movilizarse en numerosos países ante los problemas que le acucian y la falta de soluciones reales ante ellos por parte de la clase política, descalificada a si misma ante la asunción de ese mismo pensamiento. Como ya comentábamos en otro artículo el propio Jean-Claude Juncker, como Presidente del Eurogrupo, “considera una injusticia que los ciudadanos de a pie, tengan que pagar y sufrir una factura que no les corresponde pero, no se puede hacer otra cosa”. ¿Realmente esto es así? No, por supuesto que no. De hecho hasta la consolidación del neoliberalismo hace apenas dos décadas no lo era. Es más después de la última ola de liberalismo radical que inundó a la sociedad allá por los Felices 20, desencadenante de la Gran Depresión y que acabó liquidándose con la 2ª. Guerra Mundial, nos sobrepusimos a la misma creando el Estado del Bienestar, como antítesis del modelo anterior.

Hay numerosos economistas tanto españoles como de otras nacionalidades, Premios Nobel como Joseph Stigliz (2001) o Paul Krugman (2008) –los ultraliberales ya tuvieron los suyos, allá por los 70 como Milton Friedman (1976)-, que ni creen que el liberalismo llevado al límite de su ortodoxia sea la única realidad posible, ni que no puedan articularse otras opciones cara a la salida de la crisis actual. No vamos a entrar ahora en una amalgama de datos y términos económicos que no son propios de este blog pero si podemos hacer una serie de consideraciones que trataremos en diferentes artículos y que dentro del más elemental sentido común nos harán comprender la dramática situación a la que se ha llegado victima de un modelo donde cualquier concepto de humanidad queda supeditado al poder del dinero. Valga un ejemplo de ello.

Las posiciones ultraliberales parten de la idea de que si rebajamos la carga fiscal a las clases altas estas lo repercutirán en la creación de nuevos puestos de trabajo, aumentarán la productividad, se generará por consecuencia una mayor riqueza y en consecuencia ganaremos todos –hasta el estado acabará recaudando más-. Sin embargo la realidad dista mucho de esto, es más, resulta todo lo contrario. Hace 30 años la economía productiva representaba más del 80 del PIB mundial –es decir, la riqueza que se genera en el mundo-, mientras que el resto quedaba para la economía especulativa. Hoy, según datos de la propia banca, las cifras se han invertido y la economía especulativa representa ya más del 70 % del PIB y sigue aumentado, por lo que los grandes capitales han preferido la facilidad lucrativa de los intercambios financieros que los riesgos inherentes a las transacciones comerciales, lo que ha traído como consecuencia un continuo aumento del desempleo. 

Al objeto de compensar estos perjuicios en el ámbito de lo económico y social, desde hace años y en numerosos foros, se viene pidiendo la aplicación de una tasa que grave esas operaciones financieras, cualquier versión actualizada de la llamada Tasa Tobin. Con la participación y el acuerdo de los estados, solo con gravar un 0.05 % cada una de estas operaciones se recaudarían del orden de los 300.000 millones de euros al año (en España 6.300 millones). Evidentemente deberían ejercerse los controles necesarios para ello pero, lo principal es tener la voluntad política de hacerlo. Sin embargo, hasta la fecha, aunque ha sido motivo de estudio en la U.E. no termina de ponerse en marcha, sin que las autoridades puedan justificar el porqué de ello y a pesar del extraordinario perjuicio provocado por la desaparición de la mayor parte del tejido industrial.

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