jueves, 30 de junio de 2011

¿Por qué el voto de la derecha es incondicional?

Un candidato del PSOE, buen amigo –que pena que haya llegado en el peor momento, o quizá no-, me dice siempre no entender la incondicionalidad del votante de derecha, aunque su modus vivendi diste tanto del estereotipo conservador. Puede que resulte sorprendente ante la evidencia del fracaso del modelo neoliberal de las últimas décadas e incluso que, a pesar de ello, la derecha mantenga su hegemonía en lo político en casi toda Europa, pero si lo analizamos más detenidamente quizá no nos lo parecerá tanto.

Ese carácter generalizado dado por la incondicionalidad de sus votantes, como hemos podido verlo en las pasadas elecciones en España con una variación en el número de votos del PP de poco más del 1%, bien pudiera venir dado por diversos factores pero que podrían concretarse básicamente en tres supuestos: la codicia es inherente al individualismo, la ferocidad del marketing mercantilista y el populismo de sus medios de comunicación afines.

En el primer supuesto es más que probable que la propia seguridad que inspira el Estado del Bienestar, garantizando las necesidades primarias –sanidad pública, seguridad social, salario mínimo, seguro de desempleo, gratuidad de la enseñanza, etc.-, añadida a otros factores externos de signo universal como el fin de la Guerra Fría, malentendiera un cambio de pensamiento en las personas y en el grupo, olvidando los logros obtenidos de forma colectiva y percibiendo en el prejuicio personal vastas ilusiones fuera de toda lógica. Si a esto añadimos diferentes crisis económicas durante los años 70, 80 y 90, a las que el modelo político no pudo dar completa respuesta, nos encontraremos con un importante caldo de cultivo para que se produzca una involución de este tipo. Hemos pasado entonces de la persona como parte integrante y activa en beneficio de la colectividad a un colectivo basado solo en la suma de los individuos que lo forman. Esa animadversión hacia lo colectivo y por ende por conceptos como solidaridad y bien común resulta en consecuencia positivista y tiene una deriva irremediable al egoísmo y a la avaricia por lo que, consecuentemente, cualquier medio podrá ser asumido para la consecución del fin. Y esto lo vemos más claramente con el caso de la corrupción política en España ¿Por qué no parece afectar ello del mismo modo al votante de derechas que al de izquierdas? Es evidente, hay un claro componente ideológico. En el caso de la gente de izquierdas, por infinito que sea el trayecto a la utopía, existe una conciencia en aras de una sociedad más justa, lo que invita a castigar duramente acciones como estas. Sin embargo la manifiesta desaparición de un ideario en la derecha –“las ideologías han muerto”, se proclama continuamente desde sus representantes-, hacen en cierto modo justificables -que no quiere decir razonables-, tales casos de corrupción.

El 2º. supuesto, la puesta en marcha de toda la maquinaria del marketing y la publicidad para incitar exageradamente al consumo promueve la falsa apariencia de la desaparición de las clases sociales. De ahí que más del 90 % de encuestados tanto en España como en la U.E. se encuadre dentro de la clase media. O lo que es lo mismo, el 10 % restante este formado solo por indigentes y multimillonarios que conformarán las clases baja y alta, respectivamente.  Ahora bien, ¿existe una lógica racional para meter en el mismo saco a un mileurista con un diez-mileurista? Evidentemente no, salvo en el caso que esto se entienda desde el más puro punto de vista mercantilista. Es decir, solo si haciendo creer que, a través de créditos hipotecarios o al consumo, una persona con ingresos varias veces más bajos que otra pueda tener a su alcance –al margen de su capacidad real de endeudamiento-, las mismas cosas que esta. Una vía de poner remedio a este disparate, aún difícil, tampoco es imposible. De forma empírica ha quedado probado que si introducimos otro parámetro más en la diferenciación social, “la clase trabajadora”, al menos la mitad de los que en un primer momento dijeron pertenecer a la clase media se desligarían de la misma a favor de esta. Lo que permitiría una mayor percepción objetiva de esa misma capacidad de endeudamiento por cada una de las partes –consumidores y entidades crediticias-, sin necesidad de menosprecio alguno. Sin embargo, la tiranía de la publicidad ha obnubilado a millones de personas haciéndoles confluir dos conceptos tan dispares como los de riqueza y felicidad en uno solo, por lo que desvincularlos nuevamente precisa de una tarea casi titánica partiendo desde estamentos tan primarios como la educación y la cultura.

Por último, la aparición de un nuevo estilo de “hacer la información” tanto por la prensa escrita, la radio y, principalmente, la televisión e internet, ha mediatizado a muchos ciudadanos con una verborrea populista, barriobajera en ocasiones, hasta condicionar el pensamiento de esa masa confusa y apática careciente de ese criterio propio que dota, igualmente, la educación y la cultura. Entendida como tal la crítica es imprescindible para la continua regeneración democrática y ha de ser asumida no solo en este sentido sino dentro de la racionalización y la normalización de la política cotidiana, aún podamos compartirla o no dado su carácter subjetivo. Pero la falta de ese mismo concepto ideológico del que hablábamos anteriormente por parte de la ortodoxia neoliberal y la negativa a adaptarse a las nuevas realidades desde las posiciones ultraconservadoras hace que, a través de ese lenguaje soez, con una virulencia extrema y la manipulación de la realidad objetiva a través de medias mentiras o medias verdades, sea posible mediatizar a una parte de la sociedad en beneficio de sus intereses. Y promoviendo de paso una radicalización de las posiciones en contra de sentimientos tan necesarios como la dignidad y el respeto mutuo para la mejor convivencia social.

En resumen, la conjugación de factores como la desafección por la colectividad, la primacía del individualismo, la exaltación del consumo, el desprecio a la cultura y la irrupción de los que podíamos llamar nuevos medios de persuasión, son motivos más que suficientes para impedir que una parte importante de la población entienda que otra realidad es posible. En cualquier caso, no podemos olvidar que, tanto en España como, por lo general ocurre en la U.E. la derecha neoliberal ha consolidado su hegemonía con menos de un tercio de los electores posibles. Luego será también responsabilidad de la democracia-cristiana clásica, de la socialdemocracia y del resultado de un ejercicio autocrítico de ambas, postularse ante ese electorado perdido que representa, realmente, los intereses de la mayor parte de la ciudadanía europea.

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