lunes, 7 de noviembre de 2011

¿Las ideologías han muerto o deben morir?

Mariano Rajoy, hace ya algún tiempo, proclamó que “las ideologías han muerto”. Si bien, desde su óptica neoliberal, esa afirmación queda dentro de los parámetros que delimitan la función del Estado como mero administrador de los bienes del mismo, fiador de un mínimo soporte social y promotor de la liberalización y desregulación de todos los sectores del comercio, las finanzas y la industria  –el laissez faire-, los resultados de tal filosofía quedan hoy de manifiesto como el más absoluto de los fracasos.

Thomas More
Aunque la poderosa industria mediática que ampara las tesis neoliberales ejerce un continuo efecto de disuasión en tal sentido, renegar de la utopía ha traído gravísimas consecuencias para la sociedad actual. No es menos cierto que la palabra utopía en si misma -sinónimo de la comunidad idílica que retratara Thomas More en su obra homónima en 1516-, promueve un modelo inalcanzable. Pero ello no ha de significar que la mediación para lograr esa meta no deba ser considerada a efectos de un mejor modelo social de cohesión, solidaridad y bien común. Desdeñar de esto y quedar sujeta la evolución humana a un mero concepto de individualización, es decir entender la sociedad como la suma de los individuos que la forman y no como el colectivo que representan, ha promovido el más perverso egoísmo que ha quedado manifiestamente reflejado en las causas y consecuencias de la actual crisis sistémica a la que se encuentra abocado nuestro mundo.

Valga como ejemplo de esto que poco o nada queda en la jerarquía de la iglesia católica del mensaje de aquel Jesús de Nazareth que presenta la Biblia como un hombre harapiento con un mensaje solidario y de fraternidad en aras de una sociedad apegada a términos como justicia, concordia, dignidad y respeto por y hacia los demás. A pesar de ello, existen numerosas comunidades cristianas que, de forma absolutamente desinteresada, realizan una magnífica labor cada día por unas mejores dosis de bienestar para los más necesitados en todos los rincones del planeta. Aunque defenestradas las mismas en muchos casos por dicha jerarquía, no hay mayor prueba en estas de que el verdadero mensaje de Jesús, a pesar de sus dos mil años de antigüedad, sigue vigente. Y valga hecha esta afirmación por alguien como el que suscribe, ajeno a la fe católica, pero que ha intentado siempre respetar tanto las costumbres como los deseos e intenciones de las personas que obran en este ejemplar sentido, al margen de dogmas, creencias o doctrinas.

Por contra el mensaje de la ortodoxia liberal que irrumpe con fuerza en los 70, aunque empezará a gestarse con anterioridad, de la mano de pensadores y economistas como Milton Friedman o Friedrich Hayek entiende que  la asunción de normas encaminadas a la correcta gestión de la colectividad, restringen la libertad individual, coartan el “orden espontaneo” de las cosas y coloca en el poder a los ignorantes. Con lo que no contaban los padres del neoliberalismo era con otros factores como el egoísmo, la vanidad, la soberbia, la arrogancia o el endiosamiento innatos en numerosos casos a la condición humana y que han propiciado numerosas tragedias en la historia de la humanidad.

La verdad absoluta no existe. Ni es blanca ni es negra si no que por el contrario esta tamizada de millones de tonalidades de grises. Los ejemplos de sociedades que han entendido la utopía socialista como el totalitarismo más exacerbado y se han puesto en práctica localmente han fracasado estrepitosamente. Tanto como esa misma exacerbación del liberalismo ha provocado las dos mayores crisis del mundo moderno, la Gran Depresión que preconizó el crack de la Bolsa de Wall Street aquel nefasto mes de Octubre de 1929 y la crisis actual –a la que la historia acabará poniendo nombre-, cuyo prefacio fue el escándalo de las hipotecas subprime en 2007 junto a la caída de Lehman Brothers un año más tarde. Y, no es casualidad, ambas precedidas de un periodo de crecimiento absolutamente distorsionado por una vorágine consumista sin límites.

El recurso a esa dosis de vanidad que en todo ser humano milita, por mínima que sea, magnificada y maximizada de forma onerosa por la industria del marketing y la publicidad ha calado sobremanera en todos los estratos sociales. La idiotización de las masas con este precepto ha llevado a la aseveración, como hemos referido en diversas ocasiones, de que conceptos tan dispares como riqueza y felicidad sean la misma cosa. Para al final caer en brazos de un consumo desorbitado que, a través de la ficción crediticia, ha encumbrado a los tiburones de las finanzas hasta cotas inimaginables. El resultado de esta masacre queda a la vista. Cuando el castillo de naipes se derrumba hoy nos encontramos que, por ejemplo y como ocurriera al inicio de la Gran Depresión –otra curiosa coincidencia-, se acusa al 1 % de la población estadounidense de controlar más del 20 % de la riqueza de todo el país –cuando hace 30 años, solo lo hacía sobre el 10 %-. En España más del 20 % del capital de las empresas del Ibex-35 lo controlan veinte familias mientras que, paralelamente, España es el único país de la OCDE donde los salarios no han tenido un crecimiento real en el periodo 1995-2005, precisamente cuando los bancos hacían su agosto empujando a esa misma masa al gasto y al consumo.

Este es el escenario real que se ha planteado tras la inducida asunción por parte de un sector muy importante de la población de que la inhabilitación para la intervención del estado  en diferentes facetas de la sociedad representaría el mana para todos. No es posible subsistir al margen de un ideario común basado en una sociedad mucho más justa y donde el papel del estado tenga un papel redistributivo en beneficio del común de los miembros que forman la misma. Las ideas que conducen a la utopía no pueden morir, aunque no sea también menos cierto que en el devenir de la historia hayan sido motivo de terribles disputas. Deberán adaptarse a los tiempos pero si prescindimos de esa ilusión por un mundo mejor para todos, sucumbiremos una y otra vez. Esa misma historia nos presenta numerosas evidencias al respecto y la más próxima ha sido la reconstrucción europea tras la 2ª. Guerra Mundial. Europa se rehízo de sus cenizas gracias a la solidaridad propia y ajena y así se construyó una comunidad modelo para todo el planeta en cuanto a conquistas y realizaciones sociales y económicas. Lástima que la ambición de unos pocos, inspirados, en la ultra ortodoxia liberal, abandonaran ese modo de pensar y se adueñaran de la faz del planeta, apenas hace solo dos décadas, para llevar a la sociedad a la ruinosa situación en que se encuentra en la actualidad.

Dicen los interesados que las ideologías han muerto pero qué es sino el neoliberalismo, una nueva ideología en la que una pequeña clase dominante, pertrechada tras el inmenso poder acumulado por su dinero, se cree con el derecho de someter y mover los hilos a su antojo del resto de la humanidad.

“La posibilidad de realizar un sueño es lo que hace que la vida sea interesante.” (Paulo Coelho)

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