sábado, 3 de diciembre de 2011

A vueltas con la reforma laboral

Tanto PP como la CEOE vienen repitiendo machaconamente y desde hace tiempo la necesidad de una profunda reforma laboral, es decir mejoras en las facilidades para el despido, una mayor moderación salarial y nuevos modelos de contratación. Sin embargo, no hay ningún dato empírico que demuestre, en toda Europa o en la historia moderna, que el abaratamiento sin más del despido y la rebaja de los salarios que, en definitiva, es de lo que se trata, haya tenido repercusión sensiblemente positiva en la creación de empleo.

El neoliberalismo imperante basa su teoría del desarrollo en el crecimiento externo ya que el crecimiento interno de forma directa, desde su punto de vista ideológico, primaría en la mejora colectiva y solidaria de la comunidad. Lo que no representa más que un aspecto secundario dentro de su modelo social  en el que, por el contrario, ha de primar el aspecto individual por encima de  cualquier otra consideración de carácter universal. En consecuencia serán las empresas dedicadas a la exportación las que, supuestamente, podrían incrementar su volumen de negocios así como de beneficios si sus costes laborales disminuyen, aunque eso no repercuta en sus trabajadores y tenga poco efecto en la economía nacional. De hecho este es el gran problema de Alemania, donde su crecimiento interno se mantiene prácticamente a cero desde hace décadas mientras que a su vez se posiciona como el tercer país exportador del mundo lo que, a pesar de ello, le ha reportado escasos beneficios al conjunto del estado o en el mejor de los casos solo contribuye a mantener la estabilidad del mismo.

Es por este motivo que uno de los argumentos que esgrime la CEOE para la rebaja de los derechos laborales y sociales de los trabajadores es que ello aumentaría la competitividad de las empresas españolas en los mercados exteriores. Lo que realmente se nos pretende decir con esto es que, por ejemplo, un trabajador chino o, en general de los BRIC –Brasil, Rusia, India y China, a los que ahora se ha añadido también Sudáfrica y paulatinamente lo irán haciendo  los países en vías de desarrollo-, tiene unas condiciones laborales que representan unos costes nimios para sus empresas, motivo este que les hace ferozmente competitivas en el mercado mundial. Volviendo al caso alemán, este es de hecho extraordinariamente significativo al respecto. Tanto que, a pesar de ser el tercer exportador global, la inmensa mayoría de las exportaciones alemanas se quedan en los países de su periferia en el seno de la U.E., mientras que en el caso de China estas se distribuyen a lo largo y ancho de todo el planeta. Y es aquí donde empezó a forjarse el gran inconveniente para la economía alemana. Cuando los países vecinos fueron incapaces de absorber tal volumen de producción fue el gobierno federal el que presionó a los mismos para seguir haciéndolo, incitándoles a un mayor endeudamiento, con una serie de políticas que provocarían incluso la dimisión de Oskar Lafontaine en 1999, cuando era ministro de finanzas del canciller  Schröder, al advertirle, sin éxito -aunque el tiempo acabaría dándole la razón-, que de seguir manteniendo dichas políticas ello traería, tarde o temprano, graves problemas a Alemania y a toda la U.E.

El caso chino, por su parte, no  deja de ser también paradigmático. En apenas unas décadas China se ha convertido en el primer exportador y la 2ª. economía mundial. Sin embargo, sin renegar de las enormes dificultades para ello, la inmensa mayoría de su población convive con una economía de subsistencia, tiene 100 millones de pobres -es decir que viven con menos de 1 dólar diario-, mientras que a su vez se da también la paradoja de contar ya con más de un millón de multimillonarios –con una renta anual superior al millón de euros-. Y todo ello bajo el yugo de uno de los regímenes políticos más crueles y sanguinarios de la historia más reciente.  

Por tanto, es más que evidente que, aún en el caso de que las condiciones laborales y los derechos sociales disminuyeran de forma considerable en los países europeos, particularmente en el caso español que nos ocupa –que es lo que no deja de insinuarse una y otra vez desde las plegarias neoliberales-, y a la vez hubiera una sensible mejora de las mismas en los BRIC y demás aspirantes, es realmente imposible creer que el mercado exterior español fuera a producir frutos suficientes para aliviar sustancialmente el peso del desempleo.

Sin embargo, y aún evitando recurrir nuevamente a la empírica por cuanto hemos podido comprobar en otros artículos anteriores de este mismo blog y puede verificarse igualmente con la profusión de datos que exhiben el INE, Eurostat ,  el Banco Mundial o el FMI, resulta más que evidente  que la desregulación de los mercados laborales ni crea empleo ni ayuda a generar riqueza en las clases populares y solo sirve para incrementar el beneficio de las clases altas. De hecho, hace 20 años, el sueldo de un alto ejecutivo era entre 10-20 veces superior que el de sus asalariados, mientras que en la actualidad esa proporción es entre 100-200 veces superior.

En definitiva, es del más absoluto sentido común que reducir salarios y, en general, hacer más difícil la situación de los trabajadores –lo que no implica que no haya de “tocarse” la regulación del mercado laboral-, lo que termina provocando es más desempleo por cuánto el gasto común se reduce ante la incapacidad de las personas para poder acometer el mismo.

Si mis empleados ganan poco, no podrán comprar en la tienda de al lado y si esta no puede seguir vendiéndoles también ganará menos, tendrá que despedir a sus empleados y estos tampoco podrán venir a comprar a la mía, por lo que yo tendré que despedir también a los míos y así sucesivamente en un círculo vicioso sin fin. Elemental.

"El trabajo os hará libres". Campo de exterminio de Treblinka

2 comentarios:

  1. Eso es lo que ha pasado. Pero hubo un periodo de espejismo en que la gente vivía a crédito y se endeudó. Es decir, seguía consumiendo a un ritmo muy superior a sus posibilidades.

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  2. Efectivamente es cierto y no se puede negar su parte de responsabilidad en ello. Y fue su dosis de vanidad la que les llevo a cometer semejantes desmanes. Pero no es menos cierto que aún más responsables fueron las entidades financieras que les embaucaron, víctimas de su enorme codicia y avaricia multiplicada por millones de casos. Asumieron enormes riesgos por voluntad propia que resultaron fallidos y pretenden, esos mismos bancos, que les paguemos ahora entre todos. Gracias por tus comentarios.

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