martes, 6 de diciembre de 2011

La evidencia de la reforma electoral

Ahora no es momento de plantear dicha reforma, “con la que está cayendo”, que diría cualquier avispado politiquillo de de los que están a punto de gobernar, como igualmente lo haría cualquiera de aquellos que han dejado de hacerlo. Mi amigo Juan dice estar de acuerdo con el sistema electoral –no es para menos, para eso trabaja en el PP-, y además dice también que no se pueden cambiar las reglas “en medio del partido”. Que esto es lo que hay…  como lo del “pensamiento único” y esas cosas. Pero la realidad objetiva, una vez más, nos dice que ni esto tiene que ser necesariamente así y que las reglas se pueden cambiar cuando haya voluntad de querer cambiarlas ya que, al fin y al cabo, en una democracia donde se celebran elecciones periódicamente, siempre estaremos “en medio del partido”.

Cambiar el modelo es relativamente fácil pero tan difícil a la vez como que el absolutismo encubierto de los 5 miembros con derecho a veto del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas desaparezca por cuanto son sus propios integrantes los que han de tomar esa resolución. Como aquí en España, una vez evidenciada la ralea de nuestra clase política, es casi de ciencia-ficción creer que PP, PSOE, CiU y PNV se puedan poner de acuerdo en desbaratar un sistema electoral que tan buenos réditos les ha venido dando desde su instauración tras el fin de la dictadura. Es más, por el contrario, en los mentideros del Congreso –del Senado poco o nada interesa una vez comprobado que ha quedado como premio a seniles, lacayos y simpatizantes sin menester o de baja ocupación de los políticos de primera división-, no se ocultan sus deseos de reducir el número de parlamentarios, mediatizando a la opinión pública con sus “inevitables” recortes ante la crisis, pero con las verdaderas miras de hacer más difícil la repercusión suficiente en el mismo de las minorías nacionales, ante el cada vez mayor descrédito de la clase política dirigente.

No vamos a entrar ahora en una marea de datos que ya han sido explicados y contrastados debidamente en numerosos medios. Pero evidentemente, algo se está haciendo mal cuando el PP ha aumentado nada menos que 32 escaños en el Congreso de los diputados por solo medio millón de votos más que en las últimas elecciones mientras que por ejemplo, IU creciendo más de 800 mil solo ha conseguido 9 más o UPyD creciendo otro tanto solo ha conseguido 4 más que en las elecciones de 2008. O que Amaiur haya conseguido 7 escaños y el PNV 5 con poco más de la 3ª. parte de los votos de UPyD o que CiU tenga 5 diputados más que IU con casi 700 mil votos menos y así sucesivamente. E incluso comparados con otros sistemas electorales, los resultados de las presentes elecciones hubiesen dado solo una mayoría simple al PP y no la mayoría absoluta más amplia de la historia de la joven democracia española.

El problema radica en que el sistema español pretende dar, tácitamente, una importante significación a las pluralidades regionales en el Parlamento, en detrimento de las minorías nacionales. Evidentemente conjugar esto no es fácil y tampoco es posible afirmar que exista en nuestro entorno un modelo perfecto, pero el nuestro lo que si evidencia es que fomenta claramente el bipartidismo y esconde a su vez uno de los errores más significativos de la Transición. Efectivamente, como ya hemos comentado en alguna ocasión, la transición a la democracia en España estuvo supeditada a la preeminencia de la plutocracia franquista y la cúpula militar que impusieron su protagonismo en la misma y ante las cuales las fuerzas democráticas tuvieron que ceder en numerosos pormenores por el bien futuro de la sociedad española.  Y uno de esos pormenores resultó ser el modelo electoral. Realmente lo que pretendió la derecha política de aquella época con el establecimiento de un sistema que daba tanta participación a las CC.AA. era garantizarse su preponderancia ideológica en el nuevo arco parlamentario ya que los únicos partidos relevantes de carácter nacionalista, el PNV en el País Vasco y Convergencia Democrática y Unió Democrática en Cataluña, eran partidos de derechas.

El que el tiempo haya hecho que, según las circunstancias, ambos partidos –en el caso catalán convertidos en federación como CiU-, se hayan aliado bien con el PP o el PSOE en aras de intereses propios y de la gobernanza de España no es óbice para ocultar que la debilidad del sistema electoral es consecuencia de esa filosofía primigenia y es uno de los motivos que, en cualquier caso, está alejando cada vez más los deseos del pueblo con respecto a su representación parlamentaria. No se trata de tachar dicho procedimiento como antidemocrático, ni muchísimo menos como argumentan en su defensa los valedores del mismo –altamente interesados en su continuidad-, pero si llevamos más de dos mil años aceptando la democracia como el sistema “menos malo” para regir los destinos del pueblo, no podemos ni debemos nunca de cejar en nuestro empeño por mejorarla. 

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