sábado, 21 de abril de 2012

Palabra de FMI

La historia del FMI, desde su fundación en 1945
a la sombra de los acuerdos de Bretton Woods,
no puede decirse que haya sido un techado de virtudes. De hecho el propio Rodrigo Rato que fue gerente del mismo entre 2004 y 2007, pasó y se marchó sin enterarse de la gestación y eclosión –el mismo año de su salida-, de la mayor crisis económica y financiera en todo el orbe desde la Gran Depresión de los 30. Quizá su fracaso más sonoro, hasta la fecha, fue la exigencia de la puesta en marcha de una serie de recetas en Latinoamérica, en la década de los 80 del siglo pasado, con el objeto de facilitar el acceso al crédito de los países y así aumentar el desarrollo, inspirándose para ello posteriormente en lo que se dio en llamar el Consenso de Washington. Las consecuencias de las mismas, -no muy distintas de las manifestadas estos últimos años desde el mismo organismo-, provocaron el hundimiento de las economías del continente y solo cuando  sus gobernantes decidieron abandonar dicha doctrina fue cuando se produjo el renacimiento de sus respectivos países. Fue precisamente Argentina y su famoso “corralito”, la víctima más propiciatoria de tales políticas y solo a partir de su renuncia a las mismas fue cuando el  país sudamericano inició una senda de crecimiento estable.

Empeñado en ese mismo pensamiento neoliberal el FMI se ha mantenido fiel al mismo durante los últimos años a pesar de las críticas de numerosos especialistas e incluso antiguos ejecutivos del Banco Mundial, como el Nobel de Economía Joseph Stigliz uno de los más reputados economistas de los últimos tiempos y que fue primer vicepresidente y economista jefe  del mismo entre 1997y 2000.  Ahora cuando la nave europea naufraga, a la vista de los datos que se vienen sucediendo desde el inicio de la crisis en 2007 y su zozobra se acentúa de forma inexorable  el FMI parece no estar tan seguro de sus postulados o, al menos, comienza a poner en duda los mismos atreviéndose incluso a insinuar que “quizá solo con recortes y austeridad no será posible recobrar la senda del crecimiento” o que “quizá haya que recobrar alguna de las ideas que permitieron salir a los EE.UU. de la Gran Depresión o aceptar alguno de los postulados de la pequeña Islandia en la actualidad”.

En cualquier caso con Christine Lagarde a la cabeza, la actual gerente del FMI se sigue manteniendo fiel a la ortodoxia neoliberal a pesar de ser consciente de sus desastrosas consecuencias para el crecimiento y  que los objetivos de déficit fijados, en muchos casos, son absolutamente inalcanzables.  Declaraciones, unas tras otras, que llegan a resultar hasta contradictorias pero que, en cualquier caso, lo que hacen es poner en evidencia la incapacidad y negligencia de las instituciones internacionales para evitar el deterioro de las condiciones sociales de la mayor parte de la población. Hasta ahora, solo parecía posible atribuir toda esta sintomatología al dogmatismo de una fe basada en los que se ha dado en llamar la estabilidad presupuestaria –el déficit 0-, y en esa apología tatcheriana de que el estado es el problema y el mercado la solución, lo que ha conllevado  a la desregulación de prácticamente todas las parcelas de la industria, las finanzas y el comercio y a la desnaturalización de los impuestos haciendo soportar la mayor parte de la carga fiscal en las clases medias y trabajadoras en beneficio de las clases altas con la vana convicción  de que serían las encargadas de generar riqueza para todos. Sin embargo los resultados de la aplicación de tales creencias desde la década de los 90 y  la vehemencia en la profundización de las mismas desde el inicio de la crisis como solución a esta, están desencadenando el empobrecimiento generalizado de la mayor parte de la población. E incluso las previsiones de los principales organismos supervisores e impulsores de tales medidas no dejan de augurar un futuro seriamente incierto para el grueso de la misma.  

Ante tales desmanes, no es pues de extrañar que cada día surjan más voces en la firme creencia de que lo que realmente estamos asistiendo es al desmantelamiento de un modelo social para dar paso a un nuevo orden  donde una clase dominante aniquile todos los derechos fundamentales obtenidos durante el SXX y enfile el desarrollo de un estado totalitario al estilo orwelliano y tantas veces llevado a la ficción cinematográfica como es el caso de la novela de Ray Bradbury, Farhenheit 451 en la legendaria película de François Truffaut, o el 1984 de M. Radford. No podemos saber si esto será así pero las medidas que están tomando los gobiernos, cada vez de forma más insistente no sirven, precisamente, para desmentir tales acusaciones.

Veremos.
Fotograma de 1984, de Michael Radford

4 comentarios:

  1. Precisamente uno de estos días tenía pensado ver la película Fahrenheit 451; junto con las otras que mencionas, pintan con "descarada" sutileza regímenes totalitarios que se fundamentan en la mentira y en el control de la población. Cuestiones que, para el que hurga en el sistema actual, no resultarán en modo alguno extrañas; Internet será nuestro más brillante aliado o nuestro más ominoso enemigo.

    En lo que respecto al FMI o al resto de organismos a todo punto inútiles que juegan con el futuro de la sociedad, ya se pueden ir disolviendo y dejando paso a un modelo más humanista. Que este sistema está herido de muerte es evidente, y el cambio no solo es necesario, sino obligatorio, inminente e inevitable.

    Magnífico artículo, como siempre. Un saludo.

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  2. Gracias por tus comentarios Oscar y que así sea.

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  3. Trhive dedicale dos horas y despues saca conclusiones que ya seguro que las tienes en mente "prosperidad" tiene mucho de sentido comun.
    Es una investigacion sobre el fmi
    saludos!!!

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