Ángel Mª.
Villar es presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), desde
1988. En ese tiempo se ha llevado por delante tres presidentes del gobierno y,
es de prever, que lo haga con un cuarto –el actual-, llegando incluso al
enfrentamiento público con alguno de ellos para al final, al margen de
cualquier órdago al respecto y a pesar de tratarse de un empleado público, seguir
haciendo de su capa un sayo. Tantos años que, futbolistas de 1ª. División que
han conocido los máximos laureles de la gloria deportiva, no han conocido otra
cosa que el “imperio” Villar al frente de los derroteros del fútbol nacional.
Aunque ello y no deberíamos olvidarlo nunca, gracias al apoyo no ya de la mayor
parte de los clubs sino especialmente del R. Madrid y el F.C. Barcelona que son
los que marcan la pauta del espectáculo gracias a dos razones muy poderosas, la
primera por los movimientos de sus respectivas cuentas corrientes y la segunda
dada la impunidad legal y jurídica de la que gozan gracias a no pasar por sociedades
mercantiles aprovechando un resquicio que, a tal fin, permitió en su
momento la Ley –de
rondón se colaron Ath. Bilbao y Osasuna-, manteniéndose como meras
asociaciones deportivas donde la responsabilidad es compartida por todos los
socios afectos a la misma, con lo que en la realidad esta se diluye
enormemente.
Ahora, la última ocurrencia del Sr. Villar ha sido firmar un
contrato con una empresa llamada United
Vansen International Sport, para celebrar 5 Supercopas de España, es decir el
trofeo que disputan el campeón de liga y el campeón de copa de cada temporada,
nada más y nada menos que en la Rep. Popular China. El botín, el motivo
fundamental del arreglo es de unos 30 millones de euros y, parece ser, que para
sobornar a los clubs a participar de semejante esperpento, una parte del mismo
irá a parar a las arcas de los participantes.
Mientras, el aficionado ha quedado relegado, como viene
siendo costumbre en el fútbol sobre todo si hay guita de por medio, al último
rincón del evento. Es decir que se quede en casa y se olvide de ver en el campo
de juego a su equipo, del bocadillo, la cerveza –sin alcohol claro-, el
griterío y la emoción de disfrutar de un partido de fútbol en vivo, sobre todo
cuando se trata de una final y más aún si su equipo no acostumbra a tales
lides.
Lástima, una vez más, de esa inmensa masa borreguil que cada
domingo soporta tales afrentas como esta y muchas más, en las gradas de
cualquier estadio, especialmente de los que casi siempre ganan, después de
haber pagado por el mismo como un postín y, si
cabe, haberse recorrido unos cuantos de cientos de kilómetros en un
“pacá y pallá” que acabará malgastando sus riñones y sus ganas de trabajar al
día siguiente.
Pasara la solución por hacer una huelga de brazos caídos y un
cerrojazo a las puertas del estadio. Que todos quedaran en la puerta y los
futbolistas que viven de ello –y bien que lo hacen-, se marcaran un partido o
dos o tres, solos ante el cemento y el plástico de los asientos. Quizá entonces
corriera otro cantar y se acordaran los escurridizos directivos de quienes son
los que realmente mantienen la fiesta, esos millones de aficionados que cada
día departen en la barra del bar del club de sus amores.
No sé si en eso consistirá también la utopía pero si alguien
da el primer paso que lo diga y se de muchos que, como yo, están esperando a
apuntarse. Sobre todo, a los que de veras nos gusta ese deporte –al menos una
vez lo fue-, al que llamamos fútbol.
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