lunes, 9 de septiembre de 2013

Siria, una vez más.

Decía Inocencio Arias, embajador de España en Naciones Unidas durante la guerra de Irak, en un artículo publicado recientemente en los diarios de Vocento, que si se producía una intervención militar en Siria, al margen de cualquier otra consideración, sin contar con el auspicio del Consejo de Seguridad supondría una ilegalidad del mismo modo que se tomo la invasión y ocupación del territorio iraquí en 2003.

Por su parte, hace ahora un siglo, en 1913 Woodrow Wilson había accedido a la presidencia de EE.UU y su política exterior se caracterizó por el intervencionismo del gigante norteamericano en los países de su entorno dando pie a unas maneras que, en la práctica, se acabarían extendiendo durante la mayor parte del SXX en toda Latinoamérica. Wilson entendía que, por encima de los deseos de la mayoría estaban los de una élite que, por encima del bien y el mal, decidían precisamente sobre eso: quienes eran “los buenos” y quienes eran “los malos”. Una particular forma de entender el poder político que al final termino al servicio de los grandes grupos empresariales estadounidenses, principales valedores del modelo en virtud a sus propios intereses. Curiosamente, en el caso de W. Wilson, se da la misma paradoja que en el actual presidente Barack Obama ya que ambos fueron galardonados con el Premio Nobel de la Paz –el primero en 1919 como impulsor de la fallida Sociedad de Naciones y el segundo en 2009, todavía no se sabe muy bien por qué-, mientras intentaban imponer la democracia, la paz y la libertad a cañonazos.

En los dos casos, tanto a I. Arias como a W. Wilson, no les falta cierta razón en sus afirmaciones ya que como dice Arias toda intervención militar que quede fuera de las decisiones del Consejo de Seguridad parece quedar al margen de la legalidad internacional y por otra, como podría decir Wilson, la obtención de la justicia y la libertad puede tener un precio.

Pero, lamentablemente, ambos parten de premisas equivocadas. En primer lugar difícilmente pueden ser tenidas en cuenta –aunque no por ello queden al margen de la ley-, las decisiones tomadas en un organismo como el citado Consejo de Seguridad donde la democracia brilla por su ausencia. O lo que es lo mismo, pretender imponer los principios de la democracia desde una institución donde 5 países –EE.UU., Rusia, China, Francia y Reino Unido-, pueden ejercer su derecho al veto y bloquear cualquier decisión aunque para el resto de componentes del mismo esta sea unánime, resulta absolutamente incongruente. Si ya el propio Consejo pone en entredicho a la Asamblea General de la ONU peor aún la sujeción a una norma tan a-democrática como es la cuestión del veto en un organismo supranacional de carácter ejecutorio como podría considerarse al Consejo de Seguridad. Todo ello independientemente de que la invasión de Irak, a todas luces resultaba evidente que respondía exclusivamente a intereses propagandísticos de parte y sin ninguna justificación objetiva como demostrarían inmediatamente los acontecimientos tras la ocupación.

Y en segundo, si bien una intervención militar extranjera pudiera ser entendible en casos extremos como pudiera ser ahora el de Siria, esta no puede ser tomada a la ligera sino que, a la vez de gozar del suficiente consenso internacional, contar con las previsiones oportunas para tener asegurado –o al menos partiendo de las premisas suficientes-, el día después a dicha acción. Por poner un ejemplo cercano en el tiempo, tenemos el caso de Libia. Desde estas mismas páginas criticamos la actuación internacional en Libia por cuanto no se contó antes de la misma con la oposición al régimen de Gadafi. Y las consecuencias de ello las sigue sufriendo al día de hoy el pueblo libio en un país con apenas orden y donde las milicias armadas todavía representan un frente importante por resolver.

Si la intervención internacional armada se hace necesaria en Siria para acabar con un régimen tiránico como el de Al-Assad –lo que parece indudable para terminar con esta sangría humana-, será fundamental aunar fuerzas en la oposición y junto a esta prevenir un futuro cierto capaz de adivinar un territorio en paz y libertad una vez derrocado el mismo. Que esto no es tarea fácil es indudable pero peor aún será dejar un país a su suerte como ha ocurrido en tantas ocasiones y donde el pueblo, al fin y a la postre en su mayor parte, acaba siendo víctima inocente de los desatinos de aquellas élites ideadas por hombres como Woodrow Wilson y de instituciones partidistas e inoperantes como el Consejo de Seguridad.

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