miércoles, 27 de noviembre de 2013

El papel de la comunidad de naciones (III). El caso de Sadam Hussein, el colofón a la inoperancia.

El 2 de Agosto de 1990 tropas del ejército de Irak, bajo el mando de Sadam Hussein, invadían Kuwait. A partir de ese momento y dadas las enormes repercusiones que podía ello tener tanto para el siempre enrarecido mercado petrolero como para la influencia y relaciones de las potencias occidentales en el Golfo Pérsico, en especial para los EE.UU.,  Sadam Hussein pasó de ser el fiel aliado que hasta ese mismo momento y desde su llegada al poder en 1974 había sido para las mismas, en su más encarnizado enemigo. Incluso España había reconocido al líder iraquí con la Gran Cruz de Isabel la Católica y el Collar de la Orden del Mérito Civil en 1974-78, respectivamente. Tanto es así que EE.UU., Francia y otros países de la órbita occidental prestaron todo su apoyo a Irak, a pesar de las terribles secuelas que ello traería para la población, en la guerra irano-iraquí que aconteció entre ambos países entre 1980 y 1988. Una guerra que acabaría llevándose por delante a casi un millón de personas lo que se intento enmascarar en buen modo desde occidente dada la ferocidad de algunos acontecimientos y la intervención directa e indirecta de dichas potencias occidentales en los mismos.

Guerra Irán-Irak
Merece la pena hacer una pequeño aparte para la guerra Irán-Irak ya que durante la misma Sadam Hussein decidió y así lo hizo, utilizar armas químicas contra los soldados iraníes  -se estima que se produjeron por esta causa unas 50.000 bajas entre sus filas-, pero lo más llamativo es que, con el tiempo resultó más que probada la participación de EE.UU. –con la colaboración también de Alemania-, en estas mismas acciones al haber facilitado al dictador iraquí los materiales necesarios para su fabricación. Incluso, en el terrible bombardeo al pueblo kurdo en la localidad de Halabja donde, en la tarde del  16 de Marzo de 1988 fueron brutalmente asesinadas 5.000 personas víctimas de una pavorosa mezcla de gas mostaza con gases nerviosos. Sobre aquel cruel incidente la comunidad internacional pasaría un tupido velo que duró mientras Sadam Hussein permaneció siendo aliado de occidente hasta la referida invasión de Kuwait. Por último y en relación  a este mismo conflicto, cabría recordar por un momento el extraordinario escándalo desatado por el caso Irangate -1985-86-, donde, en el colmo de los desmanes, mientras con una mano la administración Reagan apoyaba al régimen iraquí, con la otra le vendía armas clandestinamente a su enemigo iraní -el país de los ayatolas, entonces enemigo público nº. 1 de los EE.UU.-, para financiar con sus beneficios a la contra nicaragüense.

Cadáveres en Halabja, tras el bombardeo químico
A partir de la invasión de Kuwait del verano de 1990, Sadam Hussein dejó de contar con el favor occidental, su país quedó totalmente bloqueado por la coalición internacional que lo abrumó militarmente en las pocas semanas que duró la guerra, sometió al régimen a un total embargo económico y, como decíamos antes, paso a convertirse este en el más feroz enemigo de occidente. Hasta la irrupción en la escena internacional de otro viejo colaborador del gobierno norteamericano, un multimillonario saudí que se haría trágicamente célebre en todo el mundo:  Osama Bin Laden.

Bin Laden, aunque nunca ocultó sus perjuicios contra EE.UU. había sido un colaborador interesado con la inteligencia norteamericana entrenando guerrilleros para luchar contra las tropas soviéticas durante su intervención militar en Afganistán entre 1978 y 1992. En ese tiempo Bin Laden había amasado una ingente fortuna a costa de la CIA y esta le había adiestrado en todos los métodos para hacer circular esas ingentes cantidades de dinero por todo el mundo al margen de control alguno. Todo ello le sirvió de mucho para, a finales de los 80, crear Al Qaeda –“La base”- y a partir de aquí propagar una fantasmagórica guerra, lejos de cualquier campo de batalla, que aún después de su muerte prosigue hoy en día contra EE.UU. y por extensión a toda la civilización occidental. 

De este modo, el 11 de Septiembre de 2001 desató el mayor atentado de la historia de un grupo terrorista, haciendo embestir dos aviones de pasajeros contra el World Trade Center de Nueva York y contra el Pentágono en las proximidades de Washington. Este suceso, como ya es sobradamente conocido, vino a marcar un antes y después no solo en lo que se refiere a la paz mundial si no en otros numerosos aspectos de nuestra vida en sociedad. Sin embargo, tales actos, en la forma de pensar de buena parte de la sociedad estadounidense –sus arraigos, cultura, etc. que, en cualquier caso, no son de análisis en este artículo- , parecía exigir una respuesta inmediata y con un órdago de proporciones similares. A partir de ese momento la administración norteamericana se embarcaba en una guerra sin cuartel contra un enemigo invisible que seguía asestando esporádicos golpes y que se escurría una y otra vez.

 A falta de resultados por esa vía y como quiera que el pueblo norteamericano parecía necesitar un revulsivo y si, de paso, a eso se añadía el posible control de uno de las reservas de petróleo más suculentas de toda la geografía mundial, Irak, Sadam Hussein representaba el chivo expiatorio ideal.

Así, vista la extrema dificultad para acabar con el intangible reinado de Bin Laden y la llegada a la presidencia de EE.UU. de un personaje tan peculiar y excéntrico como George W. Bush –hijo de George Bush, presidente durante la anterior Guerra del Golfo, diez años antes-, el servicio de espionaje norteamericano junto a la inteligencia militar urdieron un peliagudo plan para, ante sus infructuosos resultados para acabar con Al Qaeda, buscar ese chivo expiatorio en la persona de Sadam Hussein. Para ello hicieron correr la idea de que el dictador iraquí había desarrollado un plan que le permitía estar en posesión de armas de destrucción masiva que ponían en peligro la paz no solo de una zona tan delicadamente frágil ya de por sí como es el Oriente Medio si no también en todo el mundo. A ello se añadieron de paso, toda clase de insinuaciones, medias verdades o medias mentiras en la intención de conmover la opinión internacional y promover así una resolución del Consejo de seguridad de la ONU para que diera cobertura legal a una intervención militar en Irak. Lo que nunca sería posible dada la debilidad de los argumentos, por lo que los EE.UU. de forma unilateral, saltándose toda las leyes y normas internacionalmente aceptadas decidió la invasión y ocupación del ya de por sí, maltrecho territorio iraquí el 20 de Marzo de 2003, en la que sería conocida como Guerra de Irak o Segunda Guerra del Golfo.

La respuesta del conjunto de naciones ante las citadas denuncias fue, una vez más, dispar. Por una parte hubo países que se adhirieron a la legalidad internacional y no participaron en el conflicto y otros que, por unos u otros motivos, colaboraron con los EE.UU. bien sobre el terreno en las operaciones militares o sirvieron de apoyo logístico a las mismas. La ONU volvió a quedar por completo desacreditada y de nuevo quedo plasmada con ello su inoperancia real en estos como en otros asuntos de trascendencia mundial, quedando supeditada al interés único de las potencias, no ya solo al margen de la citada legalidad internacional, sino incluso por encima del respeto a los derechos humanos por cuanto los perjuicios que acabarían causando a millones de seres humanos. Además de quedar, del mismo modo y por enésima vez, doblegada la democracia en el seno del Consejo de Seguridad del organismo.

El caso de España, con el gobierno de José Mª. Aznar a la cabeza resulto un caso, cuanto menos, singular en todo este entramado. El presidente Aznar, desde un primer momento, no solo se colocó del lado de los EE.UU. en su deseo de intervenir militarmente Irak si no que tuvo un papel más que relevante en ese mismo sentido actuando de embajador de “la guerra” por toda Europa. Nunca podrá saberse con seguridad por qué  el gobierno de España, un país que tradicionalmente en las últimas décadas había guardado una postura mucho menos beligerante en conflictos de esta índole y, en este caso, con una posición tan clara en el conjunto de su ciudadanía -según las encuestas del CIS, el órgano que sirve al gobierno para conocer sus inquietudes, se cifraba en más de un 90 % de la misma su oposición frontal a la guerra-, actuó de forma tan decidida a favor de esta y en contra de la posición tan extraordinariamente mayoritaria de su propio pueblo.

El "Trío de las Azores".
Además de poner en evidencia a la democracia, dándole claramente la espalda al sentir de la mayoría, es difícil creer que un supuesto hombre de estado como habría de serlo el presidente del gobierno de un país altamente avanzado como España, pudiera haberse creído tal cúmulo de patrañas elaboradas por la inteligencia norteamericana para hacer creer al mundo que Sadam Hussein y su ejército pudiera constituir un peligro para la paz mundial. De hecho, conforme la guerra se fue desarrollando y tras el final de la misma quedo de manera absolutamente demostrada que todos los argumentos  esgrimidos a favor de la invasión eran falsos. Sadam Hussein no disponía de un arsenal nuclear, ni siquiera capacidad para desarrollarlo, sus relaciones con Osama Bin Laden y Al-Qaeda no solo no existían sino que en todo caso resultaban encontradas, la operatividad de su ejército era prácticamente nula tras quedar prácticamente aniquilado tras la primera guerra del golfo y las continuas incursiones de la aviación aliada durante la década que duró el bloqueo y así, una tras otra, quedaron desmontadas toda una serie de falacias que habían servido de inspiración para llevar al mundo a una guerra que apenas si duró sobre el campo de operaciones unas pocas semanas. La única verdad es que el sátrapa iraquí era un auténtico tirano, carnicero y déspota pero no más que unos años antes que había contado con todo el apoyo, beneplácito y parabienes, cuando les interesó, de esos mismos gobiernos que en ese momento le defenestraban.

Desde un punto de vista más objetivo y realista, quizá deberíamos pensar que la intención de José Mª. Aznar a este respecto no fuera su fe o no en los argumentos esgrimidos por los EE.UU. para promover la contienda si no, más bien, primara para sí su deseo de colocar a España en el primer escalafón del orden mundial, aparte de dar rienda suelta a su elevado ego como hemos ido viendo todos los años posteriores. La manera de actuar del presidente ante sus socios comunitarios en Europa y su particular forma de ejercer la política y sus dictados en la parcela económica creando un momento de ebullición de la misma sin límites o contención alguna –prolegómeno de la crisis que se acabaría sobreviniendo años más tarde-, es más que posible que fueran síntomas de tales deseos y, por ello, acabara creyendo que alinearse en un conflicto tan magnificado universalmente como el de la guerra de Irak, al lado de la primera potencia mundial, significaría ese salto de calidad que, según él, necesitaba una potencia de segundo orden como España.

Por fortuna la debilidad del ejército español por una parte y de otra el extraordinario poder de convocatoria en la calle de millones personas al unísono de aquel legendario  grito del “No a la guerra”,  evitó que tamaño disparate no se convirtiera en un carnaval de sangre para las tropas españolas y el presidente se limitó a enviar solo una pequeña representación de soldados a la retaguardia del teatro de operaciones iraquí.

En definitiva la guerra de Irak y sus extraordinarias secuelas, centenares de miles de muertos, millones de víctimas, la práctica aniquilación de un país, el desencadenamiento de antiguas porfías entre los diferentes fragmentos de la sociedad iraquí, el desarrollo y estancamiento de una violencia de carácter local y regional de magnitudes dantescas que perdura hasta la actualidad y el terrorífico aumento y proliferación del terrorismo fundamentalista de dimensión internacional a una escala nunca conocida –atentados de Madrid, Londres, etc.-,  vino a hacer palpable el fracaso de las instituciones internacionales ejemplarizadas especialmente en la Organización de las Naciones Unidas, en la Unión Europea y en general de todas aquellas que se diseñaron, entre otros cometidos, para salvaguarda de la paz, la libertad y el bien común.

Irak, sigue siendo en la actualidad, un país sin paz ni orden.
Por último, hoy, cuando nos encontramos en una situación de crisis sistémica a escala mundial, que está sumiendo en el pozo de la miseria a centenares de millones de personas a lo largo y ancho de todo este maltrecho planeta, incluso en regiones que parecían haber alcanzado unos niveles de riqueza ciertamente aceptables como pueda ser la Europa meridional, los diferentes organismos internacionales al cuidado de ello, no hacen más que profundizar en la misma con sus medidas y desplantes y lo que es peor aún, favoreciendo a una minoría donde se concentra la mayor parte de la riqueza en detrimento de la mayoría de los seres humanos, privándoles con ello de sus derechos y su dignidad.


4 comentarios:

  1. Refieres una serie de complots de las plutocracias. Son todos ellos delitos contra la humanidad. El mundo está en manos de criminales, y la población, que lo sabe bien porque ya es evidente, apenas reacciona.

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    1. Gracias por seguir ahí Lorenzo

      Sí que es cierto. Estamos ante un problema generalizado del que, que duda cabe, es la propiedad sociedad y el conjunto de los ciudadanos que la forman quien tiene buena parte de culpa por desinhibirse de todo esto. Unos por puro egoísmo y otros por no saber mirar más allá y caer víctimas de la manipulación mediática.

      Un saludo.

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  2. Estoy de acuerdo con vosotros. ¡Ojalá la crisis nos ayude a despertar! Se están cometiendo crímenes de lesa humanidad, de los que somos culpables si nos limitamos a observar, porque estamos en una democracia, aunque nuestros. obren como dictadores.
    Un saludo

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    1. Gracias Juliana

      Sin duda. Lo que he pretendido poner en evidencia en este artículo es la hipocresía vigente en los principales estratos de la vida pública. Como la vida de las personas queda postergada a un segundo plano en función a viles intereses.

      Un saludo.

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