jueves, 3 de abril de 2014

Demagogia e inmigración (I)

A tenor de los sucesos que vienen perpetrándose, no por nuevos pero cada vez parece que con mayor intensidad, en las fronteras de Ceuta y Melilla con el intento de miles de subsaharianos por alcanzar el primer mundo a cualquier precio, estamos presenciando una, cuanto menos, dudosa forma de enjuiciar el problema por parte de nuestra querida clase política española y europea que o bien demuestra una ceguera total acerca de la realidad de este o un absoluto desprecio por el mismo. Probablemente, si este artículo cayera en manos de esa misma clase política, de buena parte de los medios de comunicación o los conocidos voceras del “tdt party” nacional, nos acusarían de pura demagogia, pero lo que verdaderamente resulta demagógico es tratar de ponerles puertas al mar, simplificar un problema de magnitudes gigantescas a unos trágicos pero puntuales sucesos y negar la mayor obviando las raíces y el origen del mismo.

Desde la “Revolución del Neolítico”, hace más de 9.000 años, cuando el hombre pasa de ser un nómada errante a convertirse en sedentario, cultivando la tierra y domesticando el ganado, las corrientes migratorias, con mayor o menor intensidad, se han seguido dando desde entonces a lo largo y ancho de todo el mundo. Pasando por las idas y venidas de colonos de la antigua Roma en el continente europeo y la expulsión o huida de los nativos por la misma causa, la “conquista de América”, a manos españolas y posteriormente francesas, portuguesas, holandesas, etc. –hasta llegar en algunos casos al genocidio-, el éxodo rural a las ciudades tras las revolución industrial en buena parte del occidente europeo o el judío tras la 2ª. Guerra Mundial, son solo unos significados ejemplos del deambular humano desde la profundidad de los tiempos.

Por motivos políticos, económicos, hambrunas, enfermedades, catástrofes naturales, etc. la migración humana, en sus diferentes vertientes y variantes, ha aportado tanto beneficios como ha supuesto auténticos dramas humanos de proporciones dantescas. Tal es el caso de los refugiados que huyen de la guerra y que, en numerosos casos, pasan años sobreviviendo en condiciones de auténtica penuria en campamentos a la intemperie con el solo soporte de las ONG y de la escasa ayuda de las instituciones, tal es el caso del Congo, Siria, Palestina, Somalia, Sudán y un largo etc.

Cuando hablamos de las consecuencias de la migración –que traducida a términos socioeconómicos al
Emigrantes españoles, años 60.
resultado de los saldos migratorios se le denomina negativo cuando es mayor el número de emigrantes que inmigrantes y positivo en el caso contrario-, pueden darse numerosas variables al respecto. Por poner un ejemplo reciente de la historia española, el exilio de varios centenares de miles de españoles tras la guerra civil perseguidos por la dictadura y el posterior de los años 60 en el que más de un millón de ciudadanos abandonaron España con destino, mayoritariamente, allende de los Pirineos donde se daba un alto nivel de desarrollo a la búsqueda de mejores condiciones laborales–saldo migratorio negativo-, combinado todo esto con la migración interna del campo a las ciudades –España no había gozado de una revolución industrial al unísono europeo, ni siquiera de una reforma agraria-, contempla sus beneficios y perjuicios. Entre los primeros la pérdida de población que permitirá un mejor acceso al mercado laboral y en el caso de la emigración de los 60, el enorme aporte de las remesas de dinero procedentes de los españoles desplazados en el extranjero que, por contradictorio que resulte, fue un soporte fundamental para el desarrollo económico de España.

Por lo general, en cuanto a los perjuicios, lo que se ha dado en llamar la “fuga de cerebros”, la marcha del país en cuestión de las personas más cualificadas que, de una manera u otra, constituyen el soporte de futuro de cualquier nación, además del envejecimiento de la población, la pérdida de ingresos públicos, la descompensación del gasto público, etc.

En el otro lado de la balanza, cuando el saldo migratorio es positivo, es decir el país se convierte en receptor de inmigrantes, de lo efectivo habría que citar el rejuvenecimiento de la población, el aporte de capital humano con la suficiente preparación, el enriquecimiento cultural a través de la diversidad o el aumento de los ingresos públicos. Por el contrario, el aflore de personal de baja cualificación puede dar lugar a graves desequilibrios sociales, a la explotación laboral, a la creación de guetos marginales, un aumento de las necesidades sociales además de otro tipo de conflictos.

Tras la Segunda Guerra Mundial y, especialmente con la caída del Telón de Acero, en lo que se ha dado en llamar proceso de “globalización”, se han multiplicado las idas y venidas toda clase de personas y empresas a la búsqueda de nuevos mercados, nuevas posibilidades de trabajo, enriquecimiento y, desde los países más pobres a los más desarrollados en busca de esos trabajos que los nativos desprecian o consideran de bajo coste, como la construcción, la hostelería, etc. Pero conforme ha ido avanzando el tiempo y los desequilibrios han ido aumentando tanto entre las posiciones laborales como entre los mismos países el problema de la migración se ha ido haciendo más complejo.

“La fuente de desigualdad más inevitable entre los hombres es su lugar de nacimiento” (Pierre George, geógrafo francés).

La explotación desmesurada de los recursos en los denominados países del tercer mundo –los bajos costes laborales, la falta de control legislativo y normativo de todo tipo, la corrupción generalizada y en definitiva, todo lo que conlleva una ambición sin límites-, ha hecho que las empresas de los países del primer mundo  afincadas en estos campen a sus anchas sin más dilación de la que pueda permitirle su cuenta de explotación. Sin práctica repercusión ni en la población local y menos aún en sus países de origen, donde amparándose en unas leyes dictadas en base a sus propios intereses, los beneficios fiscales que pudieran reportar sus ingentes cuentas de resultados van a parar a aquellos donde desenvuelven su actividad y donde dicha carga impositiva es mínima. O lo que es lo mismo su aportación al conjunto de la sociedad donde de uno u otro modo puedan radicarse es, en el mejor de los casos, mínima en proporción a su volumen de negocio.

Los casos flagrantes de países y pueblos explotados hasta la saciedad por compañías multinacionales, sin ningún tipo de recato y que en la mayor parte de los casos  acaban incitando al drama de la emigración, son innumerables pero nos detendremos en tres de ellos que han trascendido de manera superlativa a la opinión pública sin que las autoridades nacionales o transnacionales hayan puesto el mayor obstáculo.  

En primer lugar, aunque sea por una mera cuestión de empatía al tratarse de una antigua colonia española, esta el caso de Guinea Ecuatorial. Al margen de la nefasta gestión de la independencia guineana en 1968 –al uso generalizado del resto de las potencias en el proceso de descolonización del continente africano-, cediendo el paso con esta a la dictadura de Francisco Macías, el hallazgo y extracción de petróleo en 1996, a cargo de la compañía estadounidense Mobil, que podía haber venido a representar un salto cualitativo del país, solo ha servido para enriquecer a la familia del actual presidente, el teniente coronel Teodoro Obiang, sobrino de Macías al que él mismo había derrocado con un golpe de estado en 1979. Hoy, Guinea Ecuatorial, a pesar de contar con una renta per cápita alrededor de los 30.000 dólares anuales que le equivaldría a la de algunos países del mundo desarrollado, es uno de los países con la población más empobrecida del mundo –a pesar de contar con un censo que no alcanza los 2 millones de habitantes-. La inmensa riqueza generada por la explotación del petróleo, a pesar de situarse en tercer lugar a este respecto en África con más de 300.000 barriles diarios de producción, va a parar bien a las compañías norteamericanas o francesas, bien a la familia Obiang.  Sin embargo, a pesar de esto y de estar considerado como uno de los países del mundo donde la violación de los derechos humanos es una constante dentro del régimen, el pasado año y de manera sorpresiva, la selección española de fútbol disputó un partido de fútbol amistoso en Guinea, lo que supuso un auténtico revuelo tanto en medios de comunicación como en organizaciones humanitarias ante lo que pudiera parecer un acercamiento del gobierno español  hacia la figura del sanguinario dictador guineano. En estos días, mientras damos forma a este artículo, Teodoro Obiang, tras haber sido invitado a ello, pronunciará una conferencia en el español Instituto Cervantes de Bruselas  así como en la Cámara de Comercio de España en esa misma capital europea. No hay que ser muy sagaz, a la vista de los hechos, para darse cuenta que hay importantes empresas españolas interesadas en coger tajada del suculento bocado guineano y, lo que es peor, que carismáticas instituciones del estado español están siendo utilizadas como embajadores de estas.

Teodoro Obiang y Barack Obama, presidente de EE.UU.

Un poco más al norte nos encontramos con Nigeria. Nigeria es el país más poblado de África con unos 170 millones de habitantes. El país con mayor proyección del continente según todas las estimaciones de las principales instituciones internacionales –de manera muy especial el FMI-, crece a un ritmo del 8% anual, a costa de ser el primer productor de petróleo africano y estar entre los diez primeros del mundo, con una producción por encima de los 2.2 millones de barriles diarios, desde que se descubriera este y empezara a explotarse a finales de los 50.  Pues bien, a pesar de eso, la esperanza de vida para un nigeriano apenas alcanza los 53 años, cuando por ejemplo en España esta es de 82 y ello fundamentalmente debido a que la mayor parte de la población vive con menos de un dólar al día. Y es que, como en el caso de Guinea, la explotación del rico mineral está en manos extranjeras y el régimen político, aún ahora aparentemente democrático,  ha resultado siempre más que convulso, sobresaltado por numerosos golpes de estado y sus respectivos órdenes de terror. Es tal el grado de indigencia entre la población que son de sobra conocidas las tragedias provocadas por el asalto a los oleoductos para traficar con el petróleo que circula por sus venas. Casi 50.000 inmigrantes nigerianos han entrado solo en España en los últimos años, huyendo del miedo, el hambre y la miseria de su país, a pesar de contar recursos naturales suficientes para convertirse en lo que podría ser un modelo de desarrollo social y económico en el continente.

La contaminación invade el delta del Niger.

Pero si hay un país del África subsahariana que ha saltado en numerosas ocasiones a las noticias de todos los medios del planeta, que ha sido llevado del mismo modo a las pantallas del cine y desarrollado en la literatura universal con más insistencia, sin que las autoridades supranacionales no hayan hecho otra cosa más que compadecerse de la dimensión de la tragedia, ese es la República Democrática del Congo. Un país con una tierra fértil donde las haya y un subsuelo atesorado de riquezas que solo ha traído dolor y miseria a una población actual de 75 millones personas, cuya esperanza de vida no alcanza los 50 años y se ha convertido en el país más pobre del mundo y tan cercado por la tragedia diaria que pocos de sus habitantes son capaces de huir de tan cruel escenario.

Desde los tiempos del rey belga Leopoldo II, a finales del SXIX, propietario de aquellas tierras y al que las crónicas acusan del genocidio de casi diez millones de personas víctimas de una explotación sobrehumana, hasta la actualidad, la historia del Congo es un continuo devenir de tragedias promovidas por regímenes inestables y continuas luchas fratricidas internas, auspiciadas en muchos casos por el enorme fruto de sus tierras. El uranio, los diamantes hasta llegar al coltán, un mineral del que se extrae el tantalio, un componente básico en los teléfonos móviles, tabletas, etc. y del que del Congo se extrae el 80 % de la producción mundial ha hecho que, de manera ineludible, se impliquen en ello numerosas empresas. La denominada Guerra del coltán por el control de los yacimientos se ha cobrado la vida de más de 5 millones de personas. Son innumerables los casos en que compañías multinacionales que apuestan por el control de los yacimientos a través de intermediarios, en lo que se le ha llamado también “ejércitos de empresas”, han sido denunciadas ante la ONU sin que haya habido medio de parar, por un lado el conflicto y en segundo lugar dotar a los trabajadores de esas minas de unas mínimas condiciones laborales. El grado de explotación humana que se alcanza en los yacimientos queda fuera de cualquier límite que pudiera imaginarse en pleno SXXI por lo que y para terminar esta primera parte de nuestro artículo, nos hemos permitido incluir esta crónica del “Viaje al infierno del coltán”, publicada en el diario El Mundo por un grupo de periodistas hace solo unos meses, que pudieron comprobar in situ el dantesco escenario que representa la mina de Rubaya, uno de los principales yacimientos de extracción del apreciado mineral donde, cada día, mueren 40 personas víctimas de la misma.

Mina de coltán de Rubaya

1 comentario:

  1. Lo del coltan es bochornoso, un escándalo mayúsculo. Excelente artículo, muy bien documentado.

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