Ayer, fruto de una reyerta entre grupos radicales de varios
equipos de fútbol, perdía la vida uno de sus integrantes que había acudido
presto a tan disparatado como brutal envite y al que de manera tan demencial se
habían citado previamente a través de las redes sociales. Los sucesos tenían lugar en la ribera del río
Manzanares, justo en los aledaños del estadio Vicente Calderón. La excusa, el
partido que iban a celebrar At. Madrid y Deportivo de La Coruña. Para más inri
también se sumaron a la pelea correligionarios afines a otros equipos de la
capital.
Cómo se llega a esto
no es precisamente el motivo de este artículo. Y es que no se trata de un
fenómeno nuevo –en el caso concreto del At. Madrid otro grupo de ultras acabó
con la vida de un seguidor de la R. Sociedad hace años-, y que de uno u otro
modo se da con relativa frecuencia entre grupos de vándalos que, escondidos
tras una bandera y una presunta ideología política, se dedican a despacharse a
sus anchas alrededor de los campos de fútbol de España.
Sin duda, buena parte de la responsabilidad de estos actos
bien podría estar en la poca ética de los clubes de fútbol para combatir este
problema. Precisamente una de las medidas que se argumentan necesarias para
ello es impedir la entrada de estos grupos radicales a los estadios tal como
hiciera el F.C. Barcelona hace 11 años y recientemente, este mismo año, lo ha
hecho el R. Madrid. Qué duda cabe que si estos individuos no encuentran amparo
en sus equipos de referencia, tarde o temprano, si no terminan desapareciendo,
sí al menos quedarán alejados de los campos de fútbol. Porque no es menos
cierto que la pervivencia de estos grupos, en buena parte, se ha debido a que
de hecho sí que han encontrado ese amparo en los clubes o estos no se han
desligado claramente de los mismos por unas u otras razones.
El motivo principal de este artículo ahora no es otro que
escudriñar, de manera breve, en esa
especial dosis de agresividad -que acaba desencadenándose muchas veces en
violencia-, que parece acompañar a este deporte desde sus categorías más
inferiores. Hoy mismo, por citar un ejemplo al calor de lo sucedido, la enorme
familia atlética –entre la que yo mismo me encuentro-, nos vemos vilipendiados
en parte por otros aficionados con expresiones como “ya os habéis cargado a
otro”·, “anda que estáis buenos los del atléti” o “vaya afición”, como si el
conjunto de aficionados y seguidores que tiene el At. Madrid hubiese dado
muerte al fallecido. Es obvio que nadie en su sano de juicio puede creer
semejantes acusaciones pero no es menos cierto que las mismas están hechas con
el ánimo de afrentar los sentimientos de los seguidores del club rojiblanco.
El problema de esta agresividad existente en el fútbol y que
raramente se da en otros deportes en España arranca, como decíamos con anterioridad,
desde los niveles más inferiores en que se desenvuelve el mismo. Es de sobra
conocida la vehemencia que en partidos de alevines o benjamines, se pronuncian algunos
padres, exteriorizando maneras y formas que, sin duda crean más que dudas entre
estos disuadiéndoles, en todo caso, de reconocer con claridad la diferencia entre
lo que está bien y está mal. O lo que es lo mismo el contraste entre el deporte
y los más bajos instintos del ser humano.
El deporte no puede servir nunca como acicate para el desahogo de
dramatismos sobrellevados si no como la forma de desarrollar, aparte del
aspecto físico, conceptos tan fundamentales para la convivencia en sociedad
como la amistad, la solidaridad y el respeto mutuo. Y ello no tiene por qué
rebajar el aspecto competitivo del mismo, pero este solo ha de ser resultado
del afán de superación y no del de la humillación del contrario.
Sin duda, si desde los niveles más básicos de la disciplina
deportiva, hubiera consciencia plena de todo esto, conforme esos mismos niños vayan
creciendo irán reafirmándose en mejores conceptos, en esos valores que no solo
cara al deporte si no en el resto de las facetas de su vida les facilitaría
aunar fuerzas por una sociedad mejor para todos. Y no, como ocurre en numerosas ocasiones, lo
que se acaba fomentando es tanto una competitividad como una rivalidad extrema,
con nefastas repercusiones tanto en lo humano, como en lo social y por
supuesto, en lo deportivo.
No podemos finalizar este artículo sin hacer mención
especial al decisivo papel de los medios de comunicación en este sentido.
España, curiosamente, es el único país europeo donde el diario de mayor tirada
es un diario deportivo y uno de los países que más cabeceras de este tipo tiene
de ámbito nacional. Que están claramente
identificadas con los dos estandartes del fútbol ibérico, R. Madrid y F.C.
Barcelona y donde la objetividad y la información seria y contrastada brillan generalmente
por su ausencia dejándose, hasta en ocasiones, arrastrar por una pasión
desbordante. En un país donde además, no sabemos si de manera casual, resulta
ser uno de entre los que menos se lee de toda Europa.
Y no solo en la prensa escrita si no en los programas
radiofónicos pero, de unos años a esta
parte, especialmente es el espectáculo televisivo el que ha traído tras de sí
una nueva forma de entender la crónica deportiva que ha derivado en tertulias
donde el ardor, fogosidad y vehemencia de sus participantes echan por tierra
las máximas del periodismo en cuanto a informar, enseñar y entretener. Lo que
podría ser un lugar de debate enriquecedor de la práctica deportiva y de
entendimiento para aligerar presiones se ha convertido en un espectáculo de lo
más insociable a la vez que cerril.
Como en otros programas de este estilo no podemos saber si
es lo que el espectador quiere ver o lo ve porque es el formato disponible.
Pero lo cierto es que los mismos medios que, en ocasiones como la que ha dado
pie a este artículo, manifiestan abiertamente su repulsa y condena ante actos
como estos, en otras oportunidades con sus insinuaciones, chascarrillos, medias
verdades, medias mentiras y su lenguaje ordinario y soez no hacen otra cosa que
fomentar el recelo, la animadversión y quien sabe cuántas cosas más entre aficionados incapaces de asimilar de manera racional, tal exceso de emociones.
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