jueves, 16 de julio de 2015

Keynes, Alberto Garzón y la historia de la razón.

Me preguntaba no hace mucho un amigo mío qué personaje político era, por decirlo de alguna manera, mí especie de guía. La verdad que me costó responderle por qué nunca he sido mitómano de nadie en particular, aunque no por ello deje de tener mis favoritos en uno u otro campo. Gárate y Cruyff en el fútbol, Dylan o Serrat en la música o Woody Allen y Ridley Scott en el cine, por decir algunos de otros muchos.

La verdad que en política tampoco me lo había planteado muy en serio, aunque sí que es cierto que fui bastante seguidor, por emplear un término futbolero, de Felipe González hasta que este mandó la socialdemocracia por el retrete y se hizo tan de derechas que se ha convertido casi en un cacique a la vieja usanza. Pero sí que es cierto y casi nadie se acuerda ya de él -salvo otro buen amigo, Pepe, que sí que lo hace cuando de ideales y honradez se trata-, que si hay un político español que ha merecido mi mayor respeto y admiración, ese fue Enrique Tierno Galván. El viejo profesor, que así le llamaban, fue alcalde de Madrid en los primeros compases de la democracia y gozó de tal popularidad que a su muerte fue despedido en una de las mayores manifestaciones conocidas en ese sentido en la capital de España.

Pero no, al final no respondí a tan compleja cuestión con ninguno de estos, si no que se me vino a la cabeza un economista que ha marcado con sus enseñanzas todo el devenir económico del occidente europeo, tras la Segunda Guerra Mundial, conduciendo a este a un grado de desarrollo económico y social como nunca había conocido la historia de la humanidad. John Maynard Keynes fue un economista británico que en su libro sobre la "Teoría general del empleo, el interés y el dinero", establecía como principio fundamental para el desarrollo de la sociedad que este tenía que pasar por una perfecta conjunción de la inversión y el consumo y que para ello los salarios y, en general, las rentas del trabajo deberían ser suficientes para promover dicho consumo y con ello fomentar la citada inversión. Con esta y otras muchas máximas sentó las bases de la economía europea de la 2° mitad del SXX y con unos resultados que superaron con nota todos los modelos económicos precedentes, muy al contrario al mantra actual que enfatiza solo la inversión mientras que precariza las rentas del trabajo.

Margaret Tatcher fue la primera en poner de manera decidida en tela de juicio al sistema y este acabaría defenestrado a mediados de los 90, cediendo el paso a la visión más radical del capitalismo. De entonces hasta hoy ya hemos visto cómo ha evolucionado la historia y está por ver aún hasta qué estado de deshumanización nos conducirá la misma.

Alberto Garzón protagonizaba ayer la anécdota del Congreso regalándole a Mariano Rajoy "Las consecuencias económicas de la paz", otra joya de Keynes que escribió tras abandonar la Conferencia de paz de París de 1918, donde se elaboraba el plan de sanciones para Alemania tras su derrota en la 1° Guerra Mundial. En ella Keynes advirtió a los aliados que ahogar a Alemania y humillar a su pueblo del modo que pretendía hacerse desencadenaría tal recelo y animadversión hacia los vencedores que podría terminar en un nuevo estropicio.

La Gran Depresión alimentó el resto y Keynes no se equivocó. Poco más de 20 años más tarde la segunda gran guerra estalló y con consecuencias mucho peores que la primera.

La vehemencia, negligencia y despotismo de la Unión Europea, comandada en esta ocasión por la propia Alemania, están haciendo temblar todo el continente hasta sus mismos cimientos poniendo en riesgo, incluso, los principios fundamentales de la misma... ¿volverá a repetirse la historia? O quizá sea que estemos presenciando el principio del fin de la libertad y la democracia.


Fuentes: Wikipedia y El País

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