“La desvalorización del mundo
humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las
cosas.” (Karl Marx)
El mundo que conoció el filósofo y
economista alemán cuando pronunció esta frase, estaba sentando las
bases de lo que habría de ser la era más importante para el
desarrollo industrial, social y tecnológico de la historia de la
humanidad. La Revolución Industrial dejó tras de si todo un nuevo
modelo de producción que, sin ambages, acabaría proporcionando el
mayor progreso conocido para la raza humana que se sigue expandiendo,
hasta hoy. Sin embargo, aún sus enormes logros y a pesar de haber
tenido momentos donde conceptos como el de solidaridad y bien común
han parecido primar sobre lo estrictamente material, dicho modelo ha
sido incapaz de corregir las desigualdades sociales, si cabe
agrandándolas en buena medida tal como está ocurriendo en la
actualidad.
Definir el concepto de “izquierda
política”, aún superado ya el primer decenio del SXXI, está
sujeto a infinidad de matices, tantos como la diversidad de autores
de toda índole que se han puesto a ello. Pero si en algo sí que
parecen coincidir de manera general es que, al contrario de la
“derecha política”, que fundamenta sus tesis en el pragmatismo
de los hechos lo que invoca una difícil capacidad autocrítica, el
pensamiento de izquierda persigue la igualdad social, en base a un
realismo utópico -aún lo contradictorio del término-, y en pos del
beneficio común.
En estos tiempos que nos ha tocado
vivir donde esa realidad pragmática de las cosas y la supremacía
del poder económico y financiero se ha impuesto por encima de la
ética, la moral y la justicia política, económica y social, la
derecha mediática como encargada del sostenimiento de dicho modelo
pone, una y otra vez como ejemplo de políticas de izquierdas, la
deriva totalitarista que devengaron casos como el del imperio
soviético durante la mayor parte del siglo pasado o que, por
ejemplo, todavía sostiene el régimen castrista. Curiosa disyuntiva,
cuando los dirigentes de la China Popular de hoy -una de las
dictaduras más crueles y sanguinarias de esa misma órbita-, son
agasajados y reverenciados en un singular antagonismo por sus
homólogos europeos, víctimas de ese mismo pragmatismo, paradigma
por su parte del modelo neoliberal en el que se ha enfundado la
derecha reinante en el continente desde finales de siglo. Que duda
cabe y la evidencia histórica es innegable que la pretensión de la
utopía igualitaria puesta en marcha en muchos casos, ha acabado
derivando a sociedades de carácter totalitario con las dramáticas
consecuencias conocidas para sus conciudadanos. Por ello, si algo ha
de definir la progresión y la capacidad autocrítica de las gentes
de izquierda es su adaptación a las necesidades sociales y a la
realidad de cada tiempo. Tal como dice el autor de “La sociedad de
los iguales”, el historiador francés Pierre
Rosanvallon, en una reciente entrevista
al diario El País, “De lo que se trata es
de vivir como iguales, reconociendo la singularidad de cada cual “,
en un mundo como este en el que “se suele producir la
paradoja de que hay quien prefiere perder 4.000 millones de euros
antes que gastar mil en beneficio de todos.”
Por contra la citada derecha neoliberal
que desde la década de los 70 fue abriéndose camino en las
democracias occidentales gracias a las sucesivas crisis derivadas del
encarecimiento de los precios del petroleo, las dificultades de la
democracia cristiana clásica y la socialdemocracia para hacer frente
a las mismas y sobre todo a esa disfunción de la realidad amparada
en la vorágine consumista y una concepción individual de la
sociedad por encima del de la solidaridad colectiva, sustentada a su
vez por un extraordinario trabajo de marketing político, ha seguido
profundizando en su modelo ideológico hasta provocar la mayor
crisis de carácter sistémico, es decir de todos los órdenes
sociales, políticos y económicos, desde la Gran Depresión de 1929.
Tanto es así, que el número de
desempleados en la U.E. -un modelo político que había resultado
otro paradigma del desarrollo social y productivo del SXX en todo el
mundo-, supera ampliamente ya los
25 millones de personas, por encima de todos
los registros conocidos, sigue in crescendo a pesar de los 5 años de
medidas al respecto que se vienen tomando desde el inicio de la
crisis, a pesar de la innumerable serie de “cumbres decisivas”
celebradas hasta ahora y sin que haya perspectiva alguna en el corto
o medio plazo de que se produzca una involución en este mismo
sentido. O, por poner un nuevo ejemplo, dentro de ese nuevo orden
mundial al que tanto se aduce desde su establishment,
cada vez con mayor frecuencia se dan fenómenos tan delirantes como
el del Mercado
de Cereales de Chicago, donde es sobradamente
conocido que los envites de un grupo reducido de especuladores puede
sesgar la vida, sin ningún tipo de miramiento, de millones de
personas en el otro extremo del mundo.
Por su parte y como elemento corrector
a tanto agravio, los conservadores de la derecha política tienden a
institucionalizar “la caridad” como remedio a tales desmanes. Lo
vimos hace muchos años con aquel Auxilio
Social de la Falange, que mientras con una mano
prestaba ayuda a los más desfavorecidos con la otra enviaba a “la
hoguera” a quienes no comulgaran de su misma doctrina. Como lo
estamos viendo en España con las declaraciones que en este sentido
se hacen desde las diferentes administraciones públicas: “los
presupuestos más sociales de la democracia”
que diría el propio Cristobal Montoro no hace mucho desde la tribuna
del Congreso y que ante tamaño dislate a la vista del resto de los
datos presentados, lo que realmente parece es una apuesta de fuerte
contenido ideológico, con miras a mantener una clara diferenciación
en los respectivos status quo. Mientras que la izquierda promueve -o
al menos debería hacerlo-, el desarrollo común de todas las
personas, como modelo de desarrollo del conjunto de la sociedad.
Precisamente, es por esto último por
lo que los partidos socialdemócratas que tanto aportaron a la
construcción europea y a la edificación del Estado
del Bienestar tras la 2ª. Guerra Mundial, han
ido perdiendo el apoyo de su electorado tradicional en lo que este ha
entendido como una renuncia por parte de los mismos de los principios
de la socialdemocracia,
por cuanto su evolución a una especie de socio-liberalismo,
en una clara intención de captar apoyos entre las nuevas élites del
poder económico y financiero. Que, al fin y a la postre ha resultado
fallida por cuanto ni ha conseguido el voto de los tradicionales
electores de centro y centro-derecha, ha perdido los propios y ha
desplazado, en una deriva peligrosa, el eje político aún más a la
derecha de lo que, tradicionalmente, le corresponde.
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