La disputa palestino-israelí es probablemente el conflicto más largo que sacude nuestra historia contemporánea desde la primera mitad del pasado SXX. Sobradamente conocido el problema –que ya tratamos en su día en este mismo blog-, una cuestión nacionalista de partición de territorios, la comunidad occidental ha actuado deliberadamente de forma errática por cuanto los poderosos lobbies judíos asentados en EE.UU. han decantado un interés desmedido de la potencia norteamericana a favor de Israel y en claro detrimento de la comunidad árabe asentada mayoritariamente en dichos territorios de manera continua y desde tiempos remotos.
A lo largo de casi un siglo de conflictos más o menos
abiertos, donde el enfrentamiento bélico ha tenido cabida en diversas ocasiones
entre el vigoroso ejército israelí y sus países vecinos en defensa de la
comunidad palestina, en lo que se refiere a Europa esta ha desempeñado un papel
casi de mero observador y Naciones Unidas, a pesar de las numerosas
resoluciones en contra del estado de Israel -181, 194, 242, 348 y numerosas más-,
a las que este ha hecho caso omiso, ha puesto en evidencia la poca o nula
eficacia del organismo. Si bien EE.UU. no ha intervenido directamente en
ninguna de las guerras declaradas sí que es evidente el extraordinario apoyo
logístico y militar norteamericano a las fueras israelíes que, de hecho y a
pesar de su reducido número y las pequeñas proporciones del país, se han
acabado convirtiendo en toda una potencia militar de primer orden, muy por encima del resto de sus tradicionales
enemigos en Oriente Medio. Tanto que, de la misma manera, es sobradamente
conocida la capacidad y operatividad nuclear israelí, aunque no haya sido nunca
reconocida oficialmente motivo este por el que Israel se encuentra al margen de
todos los tratados de desarme establecidos hasta la fecha. Otro agravio
comparativo más con respecto a países de su entorno que, dejando al margen la
barbarie que representa el arsenal nuclear, no deja más que levantar más y más rémoras
y contradicciones en las actitudes de los organismos internacionales según sea
quien se trate.
La consecuencia de
toda esta serie de despropósitos que se alargan sine die, es una radicalización
de las posiciones de cada parte y un extraordinario agravio sobre la población,
sobre manera en el caso palestino, que
no solo mantiene desestabilizada una región geográfica del planeta de vital
importancia por sus recursos energéticos si no que sirve de excusa inmejorable
para grupos terroristas sin escrúpulos dispuestos a aterrorizar a millones de
inocentes en todo el planeta. Víctimas, estos últimos y en buena parte, de la
inoperancia de sus propios gobiernos para dar una solución justa a un conflicto
que ha derramado ya demasiada sangre.
Viajemos ahora hasta Chile, a aquel triste y famoso día del
11 de Septiembre de 1973. En su última alocución a la nación, el presidente
electo Salvador
Allende, entre las ruinas del Palacio de la Moneda decía:
“¡Trabajadores de mi Patria!: Tengo fe en Chile y en
su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la
traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que
tarde, se abrirán de nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre,
para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile!, ¡Viva el pueblo!, ¡Vivan los
trabajadores!”
Poco después de dicha
alocución, allí mismo, Allende se quitaba la vida cuando veía como todo un
largo proceso democrático, de lucha por la libertad, la democracia y el
bienestar del pueblo chileno se derrumbaba bajo las bombas de los militares
golpistas, dirigidos por el general Augusto Pinochet y con el apoyo y ayuda
inestimable desde la sombra de los EE.UU., aunque parecen existir sobradas
referencias de que alguna unidad de élite del ejército norteamericano participo
de hecho en el golpe y en algunas acciones posteriores.
Salvador Allende se había
convertido en 1970 en el primer presidente de inspiración marxista que
alcanzaba el cargo por vía democrática y se había propuesto llevar al pueblo
chileno por el camino del socialismo democrático. Médico de profesión, desde su
época de estudiante estuvo ligado a la política
hasta ser cofundador del Partido Socialista de Chile en 1933. Poco tiempo
después iniciaría su andadura parlamentaria que le llevaría a ser Ministro de
Salubridad en 1939 y siguió desempeñando cargos de responsabilidad –Presidente
de la Cámara Alta por dos ocasiones-, hasta su triunfo electoral de 1970. Si
bien es cierto que su mandato no puede enjuiciarse como un techado de virtudes
en la gestión, en concreto, de la economía chilena ya que si bien en un principio
comenzó a obtener buenos resultados, la excesiva rigidez de sus postulados
acabaron provocando un grave deterioro de la misma. Tanto que dieron lugar a
que la inflación se disparara hasta límites insospechados y el déficit público
llegara a cotas difícilmente soportables. Lo que devendría en episodios de
escasez que sacudirían a buena parte de la población chilena. No obstante, estaría
por ver qué hubiera ocurrido durante todo este tiempo si la presión de los
EE.UU. a través del gobierno Nixon, con Henry Kissinger como Secretario de
Estado a la cabeza, sumada a los continuos intentos de desestabilización político-militar
promovidos desde la CIA, no hubiese sido asfixiante contra Chile, todo ello
debido al intento de socialización de Allende de la sociedad chilena, aún
dentro de un ámbito democrático.
Por aquellos entonces
EE.UU. seguía manteniendo una política de absoluto control sobre toda
Sudamérica, a través de la llamada Operación Cóndor, desarrollada durante la
década de los 70, cuyo objetivo era impedir a toda costa –con el uso de la
fuerza y la implantación de férreas dictaduras militares si fuera preciso, todo
ello bajo la supervisión, coordinación y control de la CIA-, que la izquierda
política alcanzara el más mínimo arraigo en todo el continente, dentro del
marco de lo que se ha conocido como imperialismo
político del gigante norteamericano para asegurarse su influencia en todas las
regiones del mundo, muy especialmente durante la época de la Guerra Fría como
contraposición a los mismos intereses de la URSS.
Probablemente el elemento
determinante para que EE.UU. diera el paso definitivo en pos del derrocamiento
del gobierno de Salvador Allende fue la nacionalización de la minería del
cobre, la gran riqueza chilena, que si bien apoyada en principio por la mayoría política, sí que representaba un
grave perjuicio para los intereses de las compañías estadounidense que la
venían explotando hasta ese momento por un coste pírrico. Así llegamos a 1973,
cuando el gobierno es derrocado bajo una lluvia de bombas y daría paso a la
feroz dictadura del general Augusto Pinochet que, en particular durante los primeros años de su
mandato, sumió al país en una época de terror que ha pasado ya a los añales de
la historia contemporánea como una de las más aborrecibles de todo el SXX en
Sudamérica. Mientras que, como en otros tantos casos, la comunidad
internacional miraba hacia otro lado en tanto en cuanto esta gozó del
beneplácito de los EE.UU.
Como apunte a un reflejo de
la crisis actual, en lo económico, el régimen de Pinochet sirvió para poner en
marcha, si cabe de forma experimental, todos los postulados del pensamiento
neoliberal a través de los denominados “Chicago
Boys”, chilenos forjados en su
mayor parte en la Universidad de Chicago que bajo la supervisión del padre del
neoliberalismo moderno Milton Friedman, dieron lugar a toda una serie de
políticas macroeconómicas muy al modo y al uso de las que posteriormente recorrerían
toda Europa a finales del SXX y principios del SXXI. Y que, como en este último
caso, al principio parecieron obtener buenos resultados –el “milagro de Chile”, por analogía con el “milagro alemán”-, pero cuyas consecuencias acabaron siendo
desastrosas para buena parte del pueblo chileno. Tanto que el porcentaje de
población por debajo del nivel de la pobreza creció del 20 % en 1970 hasta por
encima del 44 % en 1987, mientras que la mayor parte de la riqueza de la nación
se concentraba en menos manos. ¿Les recuerda a algo?
Me recuerda que casi siempre que se habla del libre mercado se olvida mencionar el papel que los ejércitos y servicios de inteligencia en su construcción tal y como los conocemos.
ResponderEliminarUn saludo
Gracias por venir
EliminarY es cierto. No solo ocurrió en Chile, también pasó en Argentina con la dictadura miltiar y, en general, en buena parte del cono sur durante aquellos años.
Un saludo.