Decía Inocencio Arias, embajador de España en Naciones
Unidas durante la guerra de Irak, en un artículo publicado recientemente en los
diarios de Vocento, que si se producía una intervención militar en Siria, al
margen de cualquier otra consideración, sin contar con el auspicio del Consejo
de Seguridad supondría una ilegalidad del mismo modo que se tomo la invasión y
ocupación del territorio iraquí en 2003.
Por su parte, hace ahora un siglo, en 1913 Woodrow Wilson había accedido
a la presidencia de EE.UU y su política exterior se caracterizó por el intervencionismo
del gigante norteamericano en los países de su entorno dando pie a unas maneras
que, en la práctica, se acabarían extendiendo durante la mayor parte del SXX en
toda Latinoamérica. Wilson entendía que, por encima de los deseos de la mayoría
estaban los de una élite que, por encima del bien y el mal, decidían
precisamente sobre eso: quienes eran “los buenos” y quienes eran “los malos”.
Una particular forma de entender el poder político que al final termino al
servicio de los grandes grupos empresariales estadounidenses, principales
valedores del modelo en virtud a sus propios intereses. Curiosamente, en el
caso de W. Wilson, se da la misma paradoja que en el actual presidente Barack Obama
ya que ambos fueron galardonados con el Premio Nobel de la Paz –el primero en
1919 como impulsor de la fallida Sociedad de Naciones y el segundo en 2009,
todavía no se sabe muy bien por qué-, mientras intentaban imponer la democracia,
la paz y la libertad a cañonazos.
En los dos casos, tanto a I. Arias como a W. Wilson, no les
falta cierta razón en sus afirmaciones ya que como dice Arias toda intervención
militar que quede fuera de las decisiones del Consejo de Seguridad parece
quedar al margen de la legalidad internacional y por otra, como podría decir
Wilson, la obtención de la justicia y la libertad puede tener un precio.
Pero, lamentablemente, ambos parten de premisas
equivocadas. En primer lugar difícilmente pueden ser tenidas en cuenta –aunque no
por ello queden al margen de la ley-, las decisiones tomadas en un organismo
como el citado Consejo de Seguridad donde la democracia brilla por su ausencia.
O lo que es lo mismo, pretender imponer los principios de la democracia desde
una institución donde 5 países –EE.UU., Rusia, China, Francia y Reino Unido-, pueden
ejercer su derecho
al veto y bloquear cualquier decisión aunque para el resto de componentes
del mismo esta sea unánime, resulta absolutamente incongruente. Si ya el propio
Consejo pone en entredicho a la Asamblea General de la ONU peor aún la sujeción
a una norma tan a-democrática como es la cuestión del veto en un organismo
supranacional de carácter ejecutorio como podría considerarse al Consejo de Seguridad.
Todo ello independientemente de que la invasión de Irak, a todas luces
resultaba evidente que respondía exclusivamente a intereses propagandísticos de
parte y sin ninguna justificación objetiva como demostrarían inmediatamente los
acontecimientos tras la ocupación.
Y en segundo, si bien una intervención militar extranjera
pudiera ser entendible en casos extremos como pudiera ser ahora el de Siria, esta
no puede ser tomada a la ligera sino que, a la vez de gozar del suficiente
consenso internacional, contar con las previsiones oportunas para tener
asegurado –o al menos partiendo de las premisas suficientes-, el día después a dicha
acción. Por poner un ejemplo cercano en el tiempo, tenemos el caso de Libia.
Desde estas
mismas páginas criticamos la actuación internacional en Libia por cuanto no
se contó antes de la misma con la oposición al régimen de Gadafi. Y las consecuencias
de ello las sigue sufriendo al día de hoy el pueblo libio en un país con apenas
orden y donde las milicias armadas todavía representan un frente importante por
resolver.
Si la intervención internacional armada se hace necesaria en
Siria para acabar con un régimen tiránico como el de Al-Assad –lo que parece
indudable para terminar con esta sangría humana-, será fundamental aunar
fuerzas en la oposición y junto a esta prevenir un futuro cierto capaz de adivinar
un territorio en paz y libertad una vez derrocado el mismo. Que esto no es
tarea fácil es indudable pero peor aún será dejar un país a su suerte como ha
ocurrido en tantas ocasiones y donde el pueblo, al fin y a la postre en su
mayor parte, acaba siendo víctima inocente de los desatinos de aquellas élites
ideadas por hombres como Woodrow Wilson y de instituciones partidistas e inoperantes
como el Consejo de Seguridad.
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