Decía José Luis Sampedro que hay dos clases de economistas,
aquellos que intentan hacer más ricos a los ricos y aquellos que intentan hacer
menos pobres a los pobres. Por desgracia, visto lo sucedido, desde finales del
último milenio, parece que han sido los primeros quienes han cosechado el mayor
éxito mientras que a los segundos no les cabe otra cosa que dar por fracasado
su intento.
Y es que, después del descalabro de ese abrumador castillo de
naipes que la furibunda capitalista levantará durante ese tiempo, dicen los
economistas de prestigio, los mismos o casi que no supieron prever el desastre,
que este año 2014 que empieza va a ser el del definitivo fin de la crisis y el
de la deseada recuperación. Pero que, sin embargo, donde apenas si se apreciará
es en el desempleo que se mantendrá en similares niveles al actual y que, según
se atreven también a afirmar, no experimentará sensibles descensos hasta dentro
de varios años. Y eso, por mucho que todo el aparato de propaganda mediático
intente suavizarlo con las
anunciadas cifras del paro registrado, donde artificiosamente
se intenta desviar la atención de la cruda realidad que no es otra que la falta
de creación de empleo neto por cuanto las altas en las afiliaciones a la Seguridad
Social siguen siendo mucho menores que el descenso en las cifras de
desempleados. Además de que el poco que
se crea resulta en su inmensa mayor parte en precario.
En cualquier caso, llegado este momento, cabe plantearse dos
preguntas: ¿cuál es el futuro a corto o medio plazo de todos esos millones de
personas víctimas de esa lacra y por ende de sus familias? y ¿cómo es posible
recuperar un crecimiento sostenido en tales circunstancias?
Para colmo de desdichas para la clase trabajadora que forma, por
si a alguien parece habérsele olvidado, el grueso de la ciudadanía de este
país, uno de los hándicaps con que se encuentra ahora es que después de haber perdido buena parte
de su poder adquisitivo con unos salarios que se
han ido reduciendo en términos reales desde finales de los 90 ve como ahora
estos caen a plomo, además de perder
también algo tan fundamental como es la estabilidad en su puesto de trabajo.
Todo ello en aras de esa supuesta competitividad que tanto reclama el gobierno
mientras que otros lo llaman “achinización” de la sociedad.
Uno, que regenta un pequeño comercio con varios trabajadores a su
cargo, que no estudió más que hasta el COU y de soslayo ya que en casa no se
podía aspirar a estudiar una carrera si esta caía demasiado largo –lo que
parece volver a ocurrir también ahora cuando había parecido, no ha mucho
tiempo, estar en trance de superarse el órdago-, si de algo goza es de la
experiencia que dan los años en el mundo del trabajo y desde las diferentes
perspectivas que pueda ofrecer este y por tanto, no puede entrarle en sus
cabales que si el empleo es escaso, inestable
y mal remunerado pueda redundar en mejores expectativas para su negocio y, en
consecuencia, para sus propios empleados.
A lo mejor, digo yo, que se nos ha podido pasar algo en todos
estos años pero mucho me temo que ni se nos ha pasado nada y que, como decía un
contertulio de estas pasadas mesas navideñas, lo que parece que pretendieran es
hacernos volver a aquella España en alpargatas donde la incipiente clase media
lo más que podía a aspirar era a un seiscientos y, de paso, caer en la trampa
de aquel lema del desarrollismo de los 60 que proclamaba algo así como “antes propietario que proletario” y
endeudarse hasta las cejas con una casa, el deseado piso o un apartamento en
propiedad. Cimentando, nunca mejor dicho, el futuro de este país en la cultura
del ladrillo y dejando
para otros menesteres todo un marco de actitudes
que, como en nuestros vecinos allende de los Pirineos, pudieran haber redundado
en una sociedad mejor para todos. De ahí que las grandes fortunas de aquellos entonces
sacaran su provecho de ese mismo entramado de la construcción asentando de este
modo y más que dudosamente, buena parte del sostén económico de este país.
En definitiva, de una parte nos encontramos que una ingente
cantidad de jóvenes licenciados y doctorados no ven otra salida que buscar la
recompensa a sus años de estudio más allá de nuestras fronteras. De otra,
aquellos que superan los “taitantos” parecen haber el pedido el derecho al
trabajo negándosele de tal forma que buena parte de los mismos han caído en el
más absoluto desánimo. Mientras que, por el medio, nos quedan el resto, que resignados
ante la vileza de los conocidos como “contratos de formación” -una fórmula
mágica que permite salarios de miseria y da cobertura legal a un buen número de
empresarios sin escrúpulos a cambiar de personal casi a golpe de puntapié y cuando
les venga en gana-, ven como pasa el tiempo con un futuro más que incierto.
Sí, quizá sea este el año de la recuperación pero el de la
recuperación de los que nunca cayeron, de los que propiciaron la caída del
resto y de los que, como casi siempre, siguieron sumando sin importarle esto o
aquello. Los demás, la mayoría, tendrán que seguir esperando y si es que, acaso
algún día, dan con el fruto de ese bien hoy tan escaso que es el trabajo.
No nos engañemos, el sistema está hecho para hacer más ricos a los ricos (hay que tener en cuenta que no pase quien ni reuna las condiciones necesarias: no pertenecer al género humano). El neoliberalismo, desde que empezó, empobrece a los pobres, para sus seguidores "sobran pobres", cuanto más pronto mueran de hambre o enfermedad mejor. Por eso se les priva de los servicios de sanidad, educación,agua, electricidad, vivienda, etc.
ResponderEliminarGracias por seguir ahí Juliana y lamento no estar muy al día ni en mi blog ni en los vuestros pero el trabajo es el trabajo -cada vez ya sabes más difícil-, y el poco tiempo que queda libre...
ResponderEliminarUn saludo.