“Los vigías de la izquierda están o dormidos, o borrachos, o
comprados o mirando para otro lado. La derecha puede o no ser honrada, pero a
la izquierda no le queda más remedio (…). Pido a la izquierda una reflexión
seria en profundidad, que ahonde, y que rectifique. Me duele pensar dónde
diablos está la izquierda de este país” (…). “La derecha lo tiene todo; no
tiene votantes, tiene feligreses, y puede hacer lo que quiera”. (José
Sacristán).
Estas palabras pronunciadas en una reciente entrevista por el actor madrileño, vienen a poner en evidencia una más de las premisas del origen y del carácter sine die de la crisis en que se halla inmersa toda la sociedad desarrollada desde que la caída de Lehman Brothers, hace ya casi seis años, destapará de forma definitiva la caja de los truenos. Un auténtico cataclismo en la economía mundial que desde un año antes se había propiciado consecuencia de la crisis financiera provocada por las subprime -una forma de crédito de máximo riesgo en especial en la rama hipotecaria-, que en sus diferentes vertientes se había extendido por todo el primer mundo. Todo ello fruto de un modelo capitalista despiadado y arbitrario desde la década de los 90 y al que se habían sumado los partidos socialdemócratas europeos, lejos de sus tradicionales postulados en los que, asumiendo la economía de mercado, el estado debe seguir manteniendo un correcto control en aras de una justa distribución de la riqueza, evitando así el crecimiento de las desigualdades entre clases a costa de los más desfavorecidos y en pos del bien común, la justicia social, etc. Sin dejar de lejos las tesis keynesianas que, a la vista de los orígenes y desarrollo de la Gran Depresión de la década de los 30 en el pasado SXX, habían guiado el modelo occidental europeo tras la Segunda Guerra Mundial, hasta convertirlo en un arquetipo de desarrollo social y económico como nunca había conocido hasta entonces la historia de la humanidad.
Las razones de esa evolución a la derecha de los partidos socialdemócratas que ha hecho que reciban el rechazo general de su electorado tradicional –como es el caso del PSOE en España-, aún de difícil justificación, podrían venir dadas por diversos factores. Probablemente, el profundo cambio en el status quo de la geopolítica internacional tras la caída del Muro de Berlín en 1989, que abriría el paso a una mala entendida “globalización” en el contexto económico mundial, acabo promoviendo un ir y venir en los movimientos financieros que, fuera de control y en aras de lo que se entendía como un aldabonazo a la riqueza de las naciones, hizo que los grandes partidos socialdemócratas europeos evolucionaran hacía esa nueva ortodoxia liberal con el ánimo de no perder buena parte de su electorado tradicional que había sido abducido por esa euforia desmesurada. La renuncia a sus raíces –lo que no significa que haya que permanecer maniatado por estas-, la falta de líderes carismáticos capaces de mantener la sensatez y sus propios principios ante el ominoso poder de las grandes corporaciones industriales y financieras y la definitiva supeditación del poder político a estas, lo que en la zona conservadora de ese citado eje político es asumible por su electorado, en el caso de la izquierda donde valores como justicia y libertad cobran más peso, no pueden ser asumidos por un electorado propio con mucha mayor capacidad crítica fruto de su propia idiosincrasia.
Es esa misma capacidad de reproche
la que hace que la disgregación de partidos –aún por una parte positiva-, sea
mucho mayor a la izquierda en relación a lo que ocurre en el lado derecho del
arco ideológico. En el caso concreto, la
derecha española, ésta prácticamente se encuentra unificada en su conjunto
dentro de una sola formación política, el Partido Popular, donde se agrupan
desde las posiciones más ultra-ortodoxas hasta buena parte de lo que otrora se denominara
cristiano-democracia con posiciones de marcado carácter progresista. Es ahora, cuando precisamente al amparo de
esta crisis interminable los elementos más radicales de esa misma derecha
política –tal como ocurre en otros países europeos-, van escindiéndose de su
matriz aupados por la cobertura de determinados grupos de comunicación –prensa,
radio y televisión-, y que aún está por ver si pueden causar mella en el
electorado.
Volviendo al tema que nos ocupa, el
estallido de una crisis lastrada desde una década antes en las mismas narices
de esos mismos partidos socialdemócratas y su posterior incapacidad para asumir
responsabilidades, impidiendo una rápida renovación de sus liderazgos ebrios de
su propio ego –tal es el caso de Pérez Rubalcaba en el PSOE-, han hecho que ese
examinador constante que forma su electorado natural, les este volviendo la
espalda.
Ya que hemos nombrado el caso español y que es el que más nos toca, no dejan de ser significativos ambos fenómenos. El mayor error del ex-presidente Zapatero no fue, como se dice no ver venir la crisis que se le avecinaba. Su mayor error fue no parar, el mismo día que alcanzó por primera vez el gobierno de España en 2004, una burbuja inmobiliaria que ya estaba alcanzando proporciones fuera del más puro sentido común desde nada más iniciarse el nuevo milenio. Prefirió asumir el riesgo de cabalgar sobre semejante locura lo que, embriagado también por la magnitud de los datos, acabaría pasándole factura. Y después, la persistencia de su sucesor –al que no puede darle credibilidad alguna su cambio de discurso tras haber tenido un papel de especial relevancia en ese mismo gobierno-, por permanecer al frente de un partido al que es imposible que pueda situar en la justa medida donde por su historia, tradición y responsabilidad le corresponde, si no cuenta con la confianza de sus seguidores. Peor aún desde el poder centralizado de sus principales órganos ejecutivos, el pérfido aparato del partido -común entre las grandes formaciones políticas-, que impide a sus bases, inútiles estas a la hora de asumir el rol que debería corresponderle, proyectar nuevas ideas y nuevas personas capaces de liderar, no solo su partido, si no con la capacidad para revertir la dramática situación en que se encuentra este país.
Nadie pone hoy en duda que si hombres como Schuman, Adenauer, Spinelli y otros muchos que reconstruyeron una Europa calcinada por la guerra y sentaron las bases de ese modelo de desarrollo económico y social, que como decíamos al principio de este artículo, nunca se había dado en la historia, alzaran la cabeza de sus lechos de muerte, quedarían aterrorizados al ver en lo que se han convertido sus respectivos movimientos liberales, demócratas-cristianos y socialdemócratas. Aunque es la socialdemocracia, principal valedora de los derechos sociales de las clases trabajadoras, la que está pagando de forma más humillante su renuncia a esos mismos ideales.
Amigo mío, parece que la revolución se ha puesto en marcha.
ResponderEliminarMuchas gracias, ante todo, Lorenzo por seguir ahí. Me he pasado dos meses sin escribir, por unas cosas y otras y, como puedes imaginar por que cuando he tenido algo de tiempo, tampoco he estado por la labor. Bueno espero recuperar el ritmo y que sigamos con ello. Un saludo.
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