En los últimos meses, vienen proliferándose numerosos
intentos por parte de una prolífica, hambrienta y harapienta multitud por
entrar en territorio español, a cualquier precio, especialmente a través de las
fronteras de Ceuta y Melilla. Buena parte de los que se embarcan en esta
epopeya, que en ocasiones acaba en tragedia, provienen de un vasto país asolado
por las arenas del desierto en la región del Sahel, Malí. La República de Malí,
es un país que delimita la inmensidad del océano sahariano con las llanuras
inundadas del río Níger, donde anidan las fronteras de este. Sacudido por una
historia devastadora de miseria y muerte, sequías, hambrunas, golpes militares,
represiones sangrientas, etc., desde su independencia de Francia en 1959 y que
ha llevado a situar a más de la mitad de la población por debajo del umbral de
la pobreza, el pasado año Malí volvió a estar inmerso en una terrible guerra
civil, en esta ocasión, auspiciada por grupos fundamentalistas islámicos que
provocó el éxodo de millares de personas a los países vecinos, igualmente
acuciados por el hambre en unas condiciones tan extremas como las de este.
Valga este reportaje
sobre el camino de la emigración maliense hacia el sur europeo y su
desarrollo en imágenes para poder hacerse una idea de las terribles
vicisitudes de la vida en ese país y su intento de huida de una muerte
prematura.
Valla fronteriza de Ceuta y Melilla |
Fueron también las dulces aguas del mar Mediterráneo, el
otoño pasado, quienes protagonizarían una de las mayores tragedias de los
últimos años. Lampedusa es una pequeña isla italiana, encuadrada
geográficamente en África y a poco más de 100 km de la costa de Túnez, con solo
una extensión de 20 km2 y una población de unos 5.000 hab. Con un paisaje
extraordinariamente árido, carente incluso de agua, apenas si era conocida para
el poco turismo que acomoda la isla hasta que, desde hace unos años, ha ido
saltando a las páginas de las agencias de noticias europeas por ser la
principal puerta de entrada a Europa de auténticas oleadas de inmigrantes
ilegales que huyen del medio oriente y especialmente del drama del cuerno de
África y sus adyacentes. El 2 de Octubre de 2013, una
barcaza con más de 500 inmigrantes a bordo, procedentes en su mayoría de
Eritrea y Somalia, se incendiaba a unos cientos de metros de la costa de la
isla. Ante la, supuesta e indiferente, mirada de algunos barcos pesqueros
circundantes perdían la vida cuatrocientos de sus ocupantes. 400 muertos más
que venían a sumarse a los 8.000 -20.000,
se estiman en el caso las costas de Canarias y Andalucía-, que han perdido
la vida durante esa misma travesía en los últimos veinte años. Ante tamaña tragedia
Giusi Nicolini, alcaldesa de la isla, estalló con una
batería de valientes declaraciones contra el gobierno de la república y de
la propia U.E. entre las que les preguntaba en voz alta “¿Cuán de grande ha de
ser el cementerio de mi isla?”. Sin que, como vemos cada día, sirva ello
tampoco de mucho.
Pero no es sólo África donde el drama de la emigración se
revuelve contra la intransigencia de las leyes. El caso de los mejicanos
en EE.UU. y el resto de su comunidad de origen latino es, cuanto menos,
flagrante. En el gigantesco país más de 11 millones de personas residen y
trabajan ilegalmente desde hace décadas, de ahí que la
administración Obama se proponga –sin éxito hasta ahora-, legalizar una
situación que de facto, de no ser así, no haría posible el sostenimiento de la
sociedad norteamericana. Cientos de miles de personas siguen intentando cruzar
cada año la frontera de río Grande de manera ilegal, en busca de mejores
condiciones de vida, mientras se
levantan más y más muros y vallas a ese lado de la misma. Y así podríamos seguir recorriendo todo el
planeta encontrándonos con este terrible choque de trenes conforme mayor es la
distancia entre el primero y el tercer mundo o en líneas generales, entre el
norte y el sur de este.
Ahora y aun teniendo en cuenta la diferencia de magnitudes, en esta España nuestra sacudida por una crisis sistémica que parece ya interminable, mientras por un lado está viendo como su frontera sur sigue asolada por esa multitud desesperada a la que hacíamos mención en este artículo, también está sufriendo en sus carnes la huida masiva de sus jóvenes valores y de otros no tanto, que huyen del país en busca de la dignidad del trabajo.
Valla en la frontera entre Méjico y y EE.UU. |
Ahora y aun teniendo en cuenta la diferencia de magnitudes, en esta España nuestra sacudida por una crisis sistémica que parece ya interminable, mientras por un lado está viendo como su frontera sur sigue asolada por esa multitud desesperada a la que hacíamos mención en este artículo, también está sufriendo en sus carnes la huida masiva de sus jóvenes valores y de otros no tanto, que huyen del país en busca de la dignidad del trabajo.
En definitiva, difícilmente, podrá afrontarse un problema de
magnitudes tales como el de la inmigración, sea esta ilegal o legal, como hemos
visto en último extremo, por una
sociedad regida por la vanidad de unos pocos, el desprecio de otros tantos y la
indiferencia de muchos.
“¿Quién es el responsable de la sangre de estos
hermanos? Ninguno. Todos respondemos: ‘yo no he sido, serán otros’. ¿Quién de
nosotros ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas, de todos
aquellos que viajaban sobre las barcas, por las jóvenes madres que llevaban a
sus hijos…? La ilusión por lo insignificante nos lleva hacia la indiferencia
hacia los otros” (Papa Francisco sobre la tragedia de Lampedusa)
Es la consecuencia lógica de vivir en un régimen fascista. Se cometen asesinatos impunemente, estos asesinatos son por el racismo de los dirigentes.
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