Ayer volví a encontrarme con otro damnificado de la brutal
propaganda que intenta hacernos creer que hemos de asumir una vuelta atrás, a
costa de esta puta crisis, cual culpables de nuestros supuestos delirios y todo ello porque sigue habiendo gente que compra smartphones de última generación o se van a
caldear el palmito a la playa.
Cuando veo y oigo algo de esto siempre se me acaba viniendo
a la memoria el que quizá sea el mayor exponente de esa desdichada cultura
popular que nos arrastra desde hace siglos: "Los santos inocentes" (1984),
la inmortal película de Mario Camus, donde solo la locura es capaz de romper
las cadenas de una vida sumisa y de renuncia bajo la autoridad despótica del
terrateniente.
España no es Somalia ni Etiopía, muchos niños -aún mal
nutridos-, no tienen hinchadas sus barrigas ni estas quedan envueltas por
moscas putrefactas. En España hay mucha gente que puede disfrutar de los
pequeños placeres que pueda ofrecernos la vida, aunque hayan visto mermados sus
ingresos en los últimos años. Sería de
necios negar esto, tanto como que el desempleo ahora se vaya recuperando aunque
sea en su mayor parte a costa de la precariedad y el menosprecio a las
aptitudes de los contratados. Pero asumir que el sino de los ciudadanos de este
país tenga que ser cual hoy es y, menos todavía, que la gente de a pie sea la culpable
de ello por mucho que algunos se liaran la manta a la cabeza y cayeran ebrios
de su insensata opulencia, es poco menos que un insulto y una falta de respeto
a la dignidad de los primeros. Sobre todo cuando se trata del mismo país que
cuenta con muchas de las empresas más rentables y cuyos ejecutivos y directivos
son de los mejores pagados de Europa, con
cada vez más atribuciones multimillonarias y verdaderos delirios de superioridad
y excelencia.
No sabemos hasta dónde nos llevará esta España de la
creciente desigualdad ni en que quedará la honra de sus ciudadanos pero muchos
no estamos dispuestos a asumir ese rol que pretenden marcarnos.
La precarización del entramado social era el objetivo número uno de esta crisis, diseñada para convertir según qué países en feudos de mano de obra barata para competir con los gigantes asiáticos. Eso y un necesario retroceso que, a la postre, permitirá a los partidos políticos volver a recuperar viejos derechos perdidos, lo que les granjeará aplausos y medallas por "mejorar la calidad e vida". Pero es una trampa, un engaño; todo consiste en un ciclo de repetición en el que el estatismo esencial prevalece. Una disrupción de la clase gobernante con la trabajadora, una situación insostenible e inmoral que espero les acarree severos castigos a los responsables.
ResponderEliminarSoy pesimista en ese sentido porque no creo que, de no ocurrir algo o aparezcan personas con carisma suficiente que sepan y sean capaces de enfrentarse a la oligarquía dominante, esta situación pueda cambiar a mejor en el corto medio o plazo.
ResponderEliminarEspero y deseo confundirme en esto. Un saludo.