miércoles, 15 de junio de 2011

La República de Franco y el minuto de gloria… del Príncipe de Asturias.

Determinados medios de comunicación y poco explícitos periodistas o comentaristas de la actualidad intentan mantener la idea franquista de que todo aquel que se autodenomine “republicano” es poco menos que un comunista mal nacido, propenso a quemar iglesias, asaltar fincas rústicas o urbanas y entregarse al totalitarismo bolchevique de la época más truculenta de la antigua Unión Soviética o, en el mejor de los casos, ávido seguidor de las doctrinas castristas endulzadas con el chavismo más rancio e irreverente. En fin, una verdadera joya para nada comparable al formalismo de los republicanos franceses, portugueses, alemanes o italianos allende también de nuestras fronteras. Baste como ejemplo que algunas pancartas desplegadas demandando la república como modelo del estado –aunque fuera de lugar pero tan legítimas como cualquier otra-, durante las movilizaciones del 15M, han servido de una excusa más, para defenestrar con virulencia las mismas en virtud a claros intereses.

El diccionario de la RAE define como república la “Organización del Estado cuya máxima autoridad es elegida por los ciudadanos o por el Parlamento para un período determinado” y de forma irónica también “Lugar donde reina el desorden”, probablemente fruto de esa leyenda popular tan extendida durante casi cuatro décadas de dictadura. La Transición española, si bien probablemente fuera la mejor posible, debido a la enorme presión ejercida por la jerarquía militar y lobbys afines al régimen ante el temor a la pérdida de sus privilegios, fue incapaz de concretizar numerosas cuestiones que, aún con el paso de los años, todavía no han quedado suficiente solucionadas.  Como consecuencia de esto España no pudo cortar de forma rotunda con las ataduras del régimen como ocurriera por ejemplo en la vecina Portugal y ello permitió la acuñación de términos como el de la “Dicta-blanda”, del mismo modo que pasara más tarde en el Chile post-Pinochet o la Rusia post-soviética y como, más que probablemente, ocurrirá con Cuba cuando finalice la era Castro y se establezca la democracia. Para que una dictadura se perpetúe en el tiempo precisa de tres pilares fundamentales: la censura, la desinformación y el miedo y fruto de ello, aún más de 35 años después de la muerte del general Franco, es que términos como el de república aún produce cierto resquemor en una parte importante de la ciudadanía máxime si son utilizados de ese modo por medios interesados a tal fin confundiendo lo que es un modelo organizativo y administrativo con conceptos políticos ideológicos de índole radical. 

No vamos a entrar aquí ahora a analizar las virtudes y debilidades tanto del modelo monárquico español con las diferentes versiones de repúblicas de nuestro entorno –presidencialista como la francesa, federalista como la alemana, etc.-, ni del pensamiento general de la ciudadanía española al respecto pero sí que debemos dar un toque de atención a ese burdo y zafio interés por seguir alimentando una falacia como esta durante décadas y lo que es peor, menospreciar la capacidad del pueblo español para inspirar el mismo respecto ante cualquier sistema democrático. 

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