martes, 19 de julio de 2011

El 18 de Julio

Hace ahora 75 años que una buena parte del ejército español, encabezado por los generales Franco, Mola y Sanjurjo, protagonizó un fallido golpe de estado contra el gobierno de España que trajo como consecuencia la guerra civil. Si bien las razones del mismo han quedado bastante distorsionadas en la historia de España por cuanto la transcripción manipulada de los acontecimientos y varias décadas de férrea censura, hoy parece bastante probado que en un escenario convulso, consecuencia de una situación económico-social muy deteriorada, los diferentes gobiernos republicanos intentaron acometer una serie de reformas en contra del gran capital y la alta jerarquía eclesiástica, en beneficio de las clases más humildes lo que acabaría provocando una actitud de rechazo frontal por parte de esas clases dominantes hasta desembocar en el golpe militar.

Después, tras la victoria rebelde, vendrían casi dos décadas de terror bajo el yugo de una marea ideológica entre fascismo y religión que dio lugar al llamado nacional-catolicismo, con un bagaje –difícil de determinar ante la presumible falsedad de los datos oficiales-, pero que los historiadores más solventes cifran entre las 150 y 200 mil víctimas. A través de las condenas a muerte, desapariciones y fallecimientos por extenuación e inanición en las cárceles, campos de trabajo, en la construcción del Valle de los Caídos, etc. y acusados por el delito de un pensamiento ideológico distinto al establecido.  En lo económico el régimen se basó en un modelo autárquico basado en la intervención absoluta del estado, en la autosuficiencia y las relaciones más que limitadas con el resto del mundo.

A finales de los 50 y ante la extraordinariamente difícil situación económica se optó por la incorporación de los primeros civiles al gobierno, no sin las reticencias de Franco. Fue desde aquí donde se propuso al presidente Eisenhower hacer de España la retaguardia de las tropas norteamericanas sabedoras de que en caso de un eventual envite por parte del Pacto de Varsovia tendrían perdida la batalla de Alemania ante la enorme superioridad terrestre enemiga. Esto permitió una apertura al exterior que encauzó lo que más tarde se daría en llamar desarrollismo. Ese aperturismo facilitó, en primer lugar, el desahogo al país a través de la marcha de más de dos millones de emigrantes al extranjero. Se favoreció la entrada del turismo y la inversión extranjera gracias a una mano de obra muy barata en relación con las de nuestro entorno. Fue la industria del ladrillo –una vez más-, uno de los motores más importantes de la economía nacional. A través de campañas como “Antes propietario que proletario”  se favoreció la adquisición de vivienda –en detrimento del alquiler-, con la intención de beneficiar así a una clase dominante próxima al régimen que perduraría hasta bien entrada la democracia. Baste hacer un repaso a las grandes fortunas españolas de la época para comprobar que procedían, en su mayor parte, de la construcción.

En cualquier caso España avanzó y pudo beneficiarse del impulso exterior, aunque el enquistamiento político le impidiera progresar en el mismo modo que sus vecinos allende de los Pirineos. Este es uno de los motivos de la enorme distancia entre el modelo del estado del bienestar español y el de la mayor parte de los países comunitarios de similar desarrollo en la actualidad. A la muerte del general Franco en 1975, España se convertiría en una monarquía constitucional que a pesar de los numerosos intentos de asonadas –temerosos tanto militares como afines del régimen de perder los enormes privilegios que este les había otorgado-, consiguió salir adelante aunque no sin numerosas concesiones, con tal de que la transición a la democracia pudiera convertir a España en un país libre, moderno e integrado en el mundo.

Hoy han pasado 75 años de aquel golpe de estado y más de tres décadas desde la muerte del dictador. Pero, curiosamente y aunque el 94 % de los españoles votaran, inmediatamente después, a favor de la democracia en el referéndum para la Reforma Política promovido por el rey Juan Carlos, todavía existe un equívoco halo de nostalgia al régimen en muchas personas, por una interpretación simplista del modelo político anterior. Es el mismo caso que ocurre en Rusia, con el antiguo régimen soviético, en Chile con la dictadura del General Pinochet y probablemente ocurra en Cuba con la dictadura castrista si su transición a la democracia se realiza de forma pacífica. La historia nos demuestra que la falta de una ruptura clara con una dictadura imperante durante varias décadas –como ocurriera por ejemplo con la Revolución de los Claveles en Portugal-, da lugar a este extraño fenómeno en el que se intenta buscar entre las cenizas del sistema anterior las virtudes del mismo intentando apartar de la memoria sus veleidades por duras que puedan haber sido. El peso de una cultura instruida en la deformación de la realidad objetiva por el avasallo de la censura, la manipulación mediática y la falta de recursos técnicos y humanos para desarrollarla durante décadas puede promover, aun el transcurso del tiempo e incluso a generaciones que ni siquiera conocieron de cerca el régimen, que situaciones como las que se viven actualmente de crisis sistémica junto a una mala interpretación de elementos primordiales para el desarrollo de la sociedad como puedan ser la justicia o la política den lugar a esa especie de desarraigo por lo actual y cierto arraigo por lo anterior.

No se trata de ni de borrar, ni de permanecer anclado en la memoria sino de lo que se trata es de mantenerla lo suficientemente viva para aprender de nuestros errores y evitar que tragedias como la guerra civil y dictaduras como la que aconteció después vuelvan a producirse. Por eso, si el 94 % de los españoles y españolas se atrevieron a decir sí a una nueva forma de vida bajo la amenaza de las intentonas golpistas a la muerte del dictador, deberíamos tener hoy la seguridad suficiente para poder hablar con naturalidad de nuestra historia reciente y sin temor alguno a vergüenzas pasadas.

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