miércoles, 27 de julio de 2011

El caldo de cultivo

Cuando estudiamos la 2ª. Guerra Mundial, nos ilustran como las principales causas de la misma el resultado de la 1ª. Guerra Mundial y la Gran Depresión. En el primer caso por las durísimas sanciones impuestas a Alemania, la Rep. de Weimar, en el Tratado de Versalles tras su derrota de 1918 y las ruinosas consecuencias del mismo para el pueblo alemán. Esto fue generando un extraordinario resentimiento contra los países vencedores que se fue traduciendo en la aparición de grupos reaccionarios  –que rápidamente darían lugar a otros de carácter paramilitar-, hasta terminar alumbrando el nazismo. Después, la llegada de la Gran Depresión en la década de los 30 hizo que los disturbios fueran acrecentándose y las medidas impuestas desde la cancillería, -como la reducción de los salarios, de lo que todavía no parece perderse la costumbre, provocando el derrumbe del consumo con el consiguiente aumento del desempleo-, acabaron produciendo el efecto contrario al deseado. Fue el momento preciso para que el partido nazi de Adolf Hitler lograra fraguar en una población desesperada  una nueva corriente aglutinadora entorno a las ideas de progreso y fortaleza tanto de la nación como de la raza aria mientras achacaba los males de la misma a usurpadores extranjeros que exprimían la maltrecha economía alemana. De su llegada al poder, tras las elecciones de 1932, y todos los acontecimientos que vendrían más tarde, la epopeya más trágica de la historia nos ha dado buena cuenta de ello.   

Este sería el escenario más extremo, pero a la vez real, de cómo un hombre con una capacidad de persuasión inusitada fue capaz de arrastrar a su pueblo al  mayor de los desastres. Entre esto y la nada el ancho de banda que queda es tan enorme que pueden darse mil y un fenómenos distintos entre si y de más o menos trascendencia pero todos inspirados en el mismo caldo de cultivo: la desesperación que genera la brusca disminución de riqueza después de una época de esplendor y el rechazo a lo desconocido representado en la inmigración, achacándole buena parte de la culpa de sus males.

La tragedia ocurrida en Noruega el pasado fin de semana que ha costado la vida a más de 75 personas, en manos de un individuo ligado a la extrema derecha,  Anders Behring Breivik de 32 años, o el caso de Jared Lee Loughner que mató a varias personas en su intento de asesinato de la senadora demócrata norteamericana  Gabrielle Giffords hace unos meses en Tucson (Arizona), de algún modo puede tratarse de personas –aunque sea imposible asegurar con absoluta certeza la relación causa-efecto-, inducidas por una envilecida visión del mundo actual consecuencia de una verborrea populista exacerbada  propia de grupos ultraderechistas de corte nacionalista y xenófobo e incluso de otros que, sin serlo, pueden utilizar similares maneras en busca de réditos electorales.  

Hemos visto que la derecha radical más que un fenómeno emergente en la Europa del siglo XXI, podríamos tacharlo de un manifestación ciertamente recurrente ante situaciones que se repiten en la historia reciente. Después de una época de florecimiento y desarrollo sostenible de la cultura europea tras la 2ª. Guerra Mundial que duró, prácticamente, hasta la década de los 90, la consolidación de la teoría neoliberal en la sociedad y particularmente en la economía y la clase política en general, produce una aceleración de la economía especulativa por contra de la productiva que promueve un crecimiento, en apenas 10-15 años aunque fuera sobre una base de ficción, como no se había conocido en todo el siglo XX. Como quiera que el mismo se edificó –sin ningún tipo de control por parte de las administraciones estatales y en un marco desregulatorio sin precedentes-, a la sombra de una ilusoria ingeniería financiera, el castillo de naipes se derrumbo al primer soplo de viento desfavorable quedando al descubierto las vergüenzas del sistema. Es aquí cuando empiezan a hacerse a notar con más virulencia este tipo de partidos a la derecha más extrema del eje político.

Es significativo como en apenas unos años estos grupos se han desarrollado y multiplicado por todos los países de nuestro entorno. Curiosamente en Noruega, uno de los países socialmente más avanzado del mundo el partido al que estuvo afiliado Breivik, el Partido del Progreso, de corte claramente islamófobo, ha conseguido auparse al parlamento con el 22’9 % de los votos, un resultado que jamás podría haber imaginado. El partido de los Auténticos Finlandeses han alcanzado el 19 % de participación en su país, los Demócratas (radicales), el 5 % en Suecia y los Populistas Anti-inmigración casi el 14 % en Dinamarca. Sorprendentes estos datos, especialmente en los países nórdicos ya que fue aquí donde se dio la vuelta, por primera vez, la pirámide demográfica consecuencia de sus enormes avances sociales en relación al resto de Europa y se generó una alta demanda de mano obra extranjera ante el envejecimiento de la población.


Si seguimos descendiendo por Europa el porcentaje de representación de estos grupos en los últimos años en sus respectivos parlamentos nacionales se ha multiplicado exponencialmente. En Austria representan el 28 % del electorado, en Suiza el 29 %, en Holanda más del 15 % y así sucesivamente en la mayor parte de las democracias occidentales, incluso en algunas de tan rancio abolengo como la británica donde representan ya al 5 % de los electores. En Hungría (16.6 %), las juventudes del partido Ultra Jobbik se pasean y desfilan marcialmente ataviadas con uniformes que recuerdan las antiguas huestes de las juventudes hitlerianas. Incluso han sido investigados por la policía por ciertos crímenes que se han producido tras su paso en algunas localidades.


En España, aunque desde hace tiempo venían operando con escaso éxito, han irrumpido con fuerza en las pasadas elecciones el partido España 2000 fundado en Valencia por José Luis Roberto –en su momento representante legal de la asociación de empresarios de clubes de alterne, ANELA-, y ha conseguido un representante en el ayuntamiento de Alcalá de Henares la tercera ciudad en número de habitantes de la Comunidad de Madrid. Pero el resultado verdaderamente espectacular ha sido el de Plataforma per Catalunya (PxC) que ha pasado de los 17 ediles que ya tenía a 67 repartidos por los principales ayuntamientos del cinturón de Barcelona. Ambos partidos tienen un fuerte componente xenófobo y están abriendo paso a un buen número de organizaciones que, hasta el momento, apenas si tenían cierto reconocimiento en la sociedad española. Es el caso de Falange o Fuerza Nueva como nostálgicos del franquismo, aunque ciertamente son los de carácter más hostil con la inmigración y de corte más ultranacionalista como los ya citados y otros grupos como Democracia Nacional, Frente Nacional, Combat España y un largo etcétera los que parecen coger más auge.

En España se da además la circunstancia que la carencia de partidos democráticos tradicional e históricamente poderosos a la derecha del espectro político, al contrario de otros países europeos, como pudiera ser el caso de los partidos democristianos clásico, conservadores o liberales ha dado lugar a un partido hegemónico como el Partido Popular que aglutina en uno solo todas esas corrientes. En su defecto, la relevancia en el mismo, desde su anterior denominación como Alianza Popular, de personas provenientes del antiguo régimen, ha introducido también elementos de más que dudosa garantías democráticas entre sus afiliados. Esto, en cualquier caso, podría considerarse una ventaja para el mantenimiento del orden  y el control sobre los mismos ya que estos individuos más radicalizados quedan bajo el paraguas de un partido de claro matiz demócrata con suficiente acreditación ya no solo en España sino en la esfera europea. Sin embargo la verborrea populista de algunos de sus más destacados dirigentes influenciados por la orgía neoliberal, la crisis y sus asesores en el marketing político a la continua captura del voto, recrudece el discurso y enardece a esa masa hasta ahora oculta con lo que al ánimo de satisfacerla, se escora cada vez más hacia la derecha alejándose del centro político por contra del deseo de otra buena parte de sus simpatizantes.

Parte de culpa de lo que está sucediendo a este respecto tanto en España como en el resto de la mayor parte de los países que integran la UE, puede tener también el alejamiento de muchos de los principios socialdemócratas por parte de los Partidos Socialistas tradicionales del continente en beneficio de esa especie de socio-liberalismo promovido desde lo que se dio en llamar la “Tercera Vía”, a finales del siglo pasado. Lo que no ha hecho más que empujar necesariamente más a la derecha a todos los partidos que, tradicionalmente se encontraban en la misma, al ocupar estos nuevos socialistas el denominado centro político.

La actual crisis sistémica –social y económica-, que ha arruinado y sigue arruinando a millones de familias en todo el mundo, en beneficio de una clase cada vez más dominante, es un extraordinario caldo de cultivo para la irrupción con fuerza de grupos extremistas que valiéndose de una democracia -a la que desprecian-, les permita calar en numerosos sectores de la población muy desfavorecidos ante las circunstancias actuales. Bueno sería que algunos políticos, especialmente los del PP cuidaran sus discursos –lo que no tiene porque apartarles del aspecto crítico de los mismos -, y no se dejaran ver tan asiduamente en tertulias televisivas de claro matiz reaccionario rayanas en la violencia verbal.

Lo sucedido en Noruega, quizá solo sea un caso aislado de un perturbado como, en el otro extremo de la diáspora, del mismo modo suele considerarse un psicópata a Adolf Hitler. Pero merece la pena recordar que aquel mismo psicópata acabó arrastrando a todo el pueblo alemán a la mayor de sus hecatombes.

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