domingo, 17 de julio de 2011

¿Realmente, esto es democracia?

Miguel Herrero de Miñón se preguntaba, a raíz de los resultados de las encuestas del CIS en las que se decía que más del 90 % de los españoles estaban en contra de la guerra de Irak, hasta qué punto el presidente Aznar estaba moralmente legitimado para actuar de forma tan diametralmente opuesta a la opinión mayoritaria de la ciudadanía. De hecho la evidencia del fraude era tal que, inmediatamente después de la invasión, quedaría más que probado semejante dislate.

Desde la década de los 70 y con más insistencia desde la caída del Muro de Berlín no solo los programas electorales vienen quedando como agua de borrajas sino que  la gestión de los gobiernos está supeditada -ni siquiera a los diferentes organismos supranacionales, algunos también de dudosa reputación-, sino a los caprichos de una serie de personajes en la sombra a los que llaman "mercados" que juegan con premeditada alevosía con la vida de centenares de millones de personas. El diccionario de la RAE define como democracia la “doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno” pero, al día de hoy ¿se viene cumpliendo esto? Los principales líderes políticos –ayer volvíamos a oír decírselo a Rajoy-, no se cansan de repetir una y otra vez que “hay que generar confianza para los mercados”, es decir y a la vista de cómo se están desarrollando los acontecimientos, de lo que se trata es de vaciar el bolsillo de la inmensa mayoría de los ciudadanos para llenar los de los inmensamente ricos.

La crisis financiera ha sido desatada por la incapacidad de los políticos para gestionar debidamente los recursos de los diferentes países, su incompetencia para preservar el estado del bienestar y una desregulación económica y financiera fuera de control. Muy por el contrario se han convertido en meros instrumentos al servicio de esas mafias de las finanzas que son los mercados a las que han eximido del respeto a las leyes y normas establecidas para con el resto de los ciudadanos. No puede uno más que escandalizarse cuando descubre que el estado presta dinero a los bancos para que puedan seguir operando al 1 % y estos les exige por el mismo después el 4, el 5 o el 6 %.

¿Y quién responde de todo ello? Islandia ha llevado a los tribunales a su ex primer ministro Geeir H. Haarde por gestionar de forma negligente su mandato. Como buen neoliberal desregulo completamente el sector bancario de su país, permitiendo que estos prestaran dinero de forma desmesurada y crearan productos financieros prometiendo unos intereses desorbitados. Cuando la burbuja explotó el estado fue incapaz de sostener la situación y los bancos quebraron. El pueblo islandés logró forzar un referéndum, recupero su dinero, no ha permitido que el estado reembolse el dinero a los especuladores británicos y holandeses más perjudicados y ha llevado a los tribunales a su ex primer ministro. Mientras en el colmo del disparate el Reino Unido y Holanda han demandado a Islandia por no hacerse cargo de la deuda contraída por sus banqueros.

Y así podíamos continuar con todos los desmanes que están cometiendo tanto la Comisión Europea, como el FMI, el BCE y la mayor parte de los responsables políticos europeos de primer orden. Tanto el PP en España, como el PSOE o el resto de los partidos políticos que gobiernan en Europa o pretenden hacerlo no pueden ocultarse detrás de los votos para actuar de espaldas a su pueblo en beneficio de una clase dominante encaprichada con la acumulación del máximo poder y guiada por una avaricia y codicia sin límites, que actúa al margen de la justicia refugiada en paraísos fiscales sin ningún tipo de control.  

Esta no es la democracia que queremos ni por la que, en España, luchamos por conseguir durante tantos años y estamos en la obligación de decírselo a nuestros políticos alto y claro. No se trata de cambiar el sistema lo que se trata es de hacer que un sistema viciado y corrompido funcione correctamente. Estamos muy cerca de los peores escenarios posibles y si no somos conscientes de esto no podremos ejercitar toda la presión necesaria tanto sobre la clase política como sobre la clase dominante para poder tener una sociedad mucho más justa que la que están a punto de llevar definitivamente al desastre.

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