jueves, 11 de agosto de 2011

¿Cuánto cuesta España?

Dice la leyenda que cuando Frank Sinatra abandonaba España después de una de sus visitas, decía haber disfrutado tanto de su estancia que preguntó ¿cuánto vale España? Otros dicen que, a mediados de los 60, TVE preguntó a su representante: ¿cuánto cobraría el Sr. Sinatra por actuar en nuestros estudios? Y al cabo de un tiempo recibió por respuesta una nueva pregunta: ¿cuánto cuesta TVE?

Estas bravuconadas del genial cantante norteamericano, ciertas o no, parecen ahora la antesala de una realidad muy actual que no solo a España sino a todo su entorno europeo e incluso a los todopoderosos Estados Unidos les está sobreviniendo y que no es otra que su dependencia de los caprichosos movimientos de una serie de individuos a los que el común les ha dado por denominar “mercados”, que están arruinando la vida de millones de personas en todo el mundo en aras de sustanciosos beneficios para los mismos. Lo que resulta fácil de interpretar como una consecuencia más del poder hegemónico de las prácticas neoliberales basadas, entre otros preceptos, en la desregulación absoluta de todos los mercados y en la letanía del “laissez faire”.

Ante esta evidencia estamos comprobando, también de forma muy lamentable –peor aún cuando han sido elegidos para algo tan noble como es representar a su pueblo-, como la clase política de todos los países implicados, ante los desatinos que provocan dichos mercados, sus agencias de calificación, etc. está haciendo el más absoluto ridículo, quedando a merced de los caprichos de un montón de tiburones de las finanzas sin escrúpulos. De hecho, en las últimas semanas estamos viendo cómo líderes de todo el mundo, andan de un lado otro incapaces de reaccionar con la debida unanimidad y contundencia ante las maniobras de los mismos. Quizá en lo único que parezcan estar todos de acuerdo, es en ese recurso tan denostado –y que, a buen seguro de seguir así, acabará perniciosamente para todos-,  que es el de los recortes, recortes y más recortes sobre la gran masa social, aun los severos perjuicios que causan para la misma. Y olvidándose, como también es ya costumbre, de los paraísos fiscales, la progresividad fiscal, las tasas en las transacciones interbancarias y un largo etcétera que sin duda aliviarían la gravedad del problema pero que perjudicarían a esos mismos mercados que mueven desde la sombra los hilos del devenir mundial.

Mientras, en Grecia y España movimientos de indignados por medios pacíficos y en todo caso a través de la desobediencia civil, enjuician crítica y públicamente los fatales errores del sistema. En Israel centenares de miles de personas se manifiestan incasablemente contra la especulación en la vivienda y los enormes desajustes sociales. En Alemania, las encuestas certifican que una mayoría de la población está en contra de las actitudes de sus dirigentes ante los países de su entorno en beneficio de una clase privilegiada. Más allá del Atlántico, en Chile millares de estudiantes están en pie de guerra contra el gobierno chileno por el lastre de una política iniciada por Pinochet que solo permite profesar sus estudios a las clases más pudientes. Y así podíamos seguir, a lo largo y ancho de todo el mundo, viendo el enorme descontento social existente ante estas políticas neoliberales que prendieron su mecha en los 70, se expandieron en los 80 y acabaron apoderándose del mundo en los 90.

El caso de Inglaterra, ahora fruto de la barbarie, si bien del todo injustificable si puede ser explicable desde el punto de vista de una respuesta a lustros de exclusión social de una parte de la población a la que, ahora con la justificación de la crisis, se le ha vuelto a bajar muy sensiblemente el nivel de servicios sociales. En consecuencia, la respuesta a un acto muy concreto –como haya podido ser la muerte de una persona en extrañas circunstancias a manos de la policía-, puede llegar a desatar una situación de violencia extrema de esta naturaleza. Todavía en Francia, se siguen produciendo esporádicos episodios como los que se dieron en los “banlieues” en 2005 con sucesos similares. De hecho el que las expoliaciones se produzcan en tiendas de electrodomésticos, zapaterías o boutiques y no en supermercados o panaderías es buena prueba de esa sociedad atiborrada con el gen consumista que ha deformado la realidad de tal forma que es capaz de caer en casos tan virulentos como estos.

Curiosamente la derecha mediática sin embargo, justifica estos dramáticos altercados con la simplicidad de un intento bárbaro de apropiación indebida e interpretando que la exclusión social es una consecuencia directa de su complacencia ante el desempleo, pero sin llegar a plantearse en ningún momento el porqué de la falta de oportunidades laborales. Para eso habría que entrar en el terreno de la tecnificación, deslocalización masiva de la industria, la sustitución de la economía productiva por la especulativa en los países desarrollados, el estallido de las burbujas inmobiliarias y un largo etcétera de consecuencias propias del modelo neoliberal.

Pero ¿realmente ha sido un fracaso ese dominio neoliberal de los últimos veinte años? Esto dependerá desde la óptica que se mire. Probablemente para los que dirigen “los mercados” y los que les secundan: banqueros, altos ejecutivos de poderosas multinacionales, serviles interlocutores de su industria propagandística, politiquillos encumbrados al listín de la historia y, entre otros muchos, la enorme masa popular sugestionada desde el marketing más persuasivo por la devoción a la dualidad riqueza/felicidad, apostarán por todo lo contrario. Si lo que persigue dicho modelo es la generación de riqueza, el resultado no puede negarse que ha sido un éxito. Otra cosa muy distinta es la forma en que se ha forjado la misma, su distribución y las dramáticas consecuencias para una parte mayoritaria de la población.

De hecho, los datos facilitados por los diferentes órganos de Naciones Unidas son escalofriantes. Hoy, el número de personas que se califican como ricos es el mayor tanto en calidad como en cantidad de toda la historia pero, a su vez, nos enfrentamos con el mayor número de personas que se encuentran por debajo del umbral de la pobreza que ha conocido la humanidad. Y lo que es peor aún, como nunca había ocurrido antes, 25.000 personas, de ellas el 75 % niños, mueren cada día de hambre en el mundo.

Tiempo tendremos de seguir analizando datos como estos.

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