martes, 13 de septiembre de 2011

El fracaso del sistema tributario

“Estoy a favor de reducir impuestos bajo cualquier circunstancia y por cualquier excusa, por cualquier razón, en cualquier momento en que sea posible.” (Milton Friedman)

Milton Friedman
Esta frase de Milton Friedman, el legendario economista neoyorquino  Premio Nobel en 1976 y el más influyente gurú del neoliberalismo que domina la escena económica y política desde finales del SXX hasta nuestros días, ha servido a la mayor parte de los gobiernos occidentales de Estados Unidos y la UE –entre ellos los de Aznar y Zapatero-, para aplicarse a esa filosofía con el gran capital, con el objetivo de incentivar e impulsar la iniciativa privada en el desarrollo de empresas y por consecuencia la creación de puestos de trabajo que, a la larga, terminarían cubriendo a través de sus rentas del trabajo y su aportación al consumo el déficit generado en la fiscalización de los primeros. Pero la realidad empírica demuestra que tal filosofía ha resultado un fracaso y que ha sido otro más de los efectos que han acabado provocando la mayor crisis económica de carácter mundial desde la Gran Depresión de los 30.

Uno de los principales errores de Friedman fue no considerar para el desarrollo de la economía unos rasgos tan influyentes en los seres humanos como lo son la avaricia, la codicia, el egoísmo y la vanidad que son, los que al fin y a la postre, han acabado dando al traste con sus teorías.  La obsesión por el aumento de los beneficios y la acumulación de riquezas ha dado lugar a que las ventajas fiscales facilitadas al gran capital durante las dos últimas décadas, en vez de repercutirlas en la generación de más riqueza a costa de las rentas del trabajo, han pasado a engrosar dichos beneficios a costa de las rentas del capital –especulación financiera-, y la deslocalización de la industria a favor del extremo oriente y de los países en vías de desarrollo donde, en ambos casos, los costes laborales son insignificantes.

Si hay un ejemplo significativo de esto ha sido el caso de Detroit, la capital del automóvil al pie de los Grandes Lagos donde ya no queda una sola fábrica de las grandes marcas que hicieron de ella una de las ciudades más importantes de Estados Unidos. Su población se ha reducido ahora a la mitad, quedando reducida la misma a una ciudad fantasma con sus torres de metal herrumbrosas consecuencia del abandono de los grandes constructores.

Si a esto añadimos, fruto de esa misma avaricia, el ingente desvío a los paraísos fiscales de billones y billones de de dólares y euros sin aportar absolutamente nada a la caja común en un gesto de insidiosa insolidaridad, ante la parsimonia de una clase política de baja ralea intimidada y presa de los devaneos de todopoderosos ejecutivos ávidos de poder y riqueza, el resultado será, irremediablemente, el aumento del desempleo y la merma en las condiciones laborales de los trabajadores en los países donde otrora florecía el desarrollo como Estados Unidos o la vieja Europa.

Seguir manteniendo prácticamente exentos gracias a todo tipo de triquiñuelas legales, a quienes controlan el poder de facto muy por encima de estos politiquillos de tres al cuarto, es absolutamente ridículo e innecesario. Solo grandes medios de comunicación –en su modo más cruento de persuasión-, interesados en el mantenimiento del sistema en beneficio de los que les sostienen, se postulan en contra de la modificación del mismo mediatizando a gran parte de la opinión pública que desconoce –y no se le deja conocer-,  la realidad de conceptos como globalización o deslocalización que, entendidos de infausto modo, tanto perjuicio están causando a la ciudadanía.

En definitivael temor al gran capital paraliza a los políticos hasta convertir en injusto el propio sistema tributario y los resultados son tan evidentes que solo basta echar un vistazo a las gráficas del desempleo en Europa y Estados Unidos desde la consolidación definitiva del neoliberalismo a finales del siglo pasado, cuando las ventajas fiscales se acrecentaron entre la clase más dominante.

Por lo que respecta a España, los datos son irrefutables. Quien en 1993 declaraba unos ingresos superiores a los 180.000 €, tributaba a un tipo efectivo del 49.37 %, mientras que si, en la actualidad, dicha cantidad declarada es superior a 290.000 € el tipo es del 30.8 %, es decir un 37.6 % menos. Sin embargo la diferencia en las clases medias y trabajadoras ha sido solo de poco más del 8 %, en el mismo plazo de tiempo. Y mientras, en ese mismo periodo gran parte de la industria nacional o ha desaparecido o se ha traslado fuera del país en busca de regiones cuya fuerza laboral se encuentra en régimen de cuasi-esclavitud o, simplemente se limitan a importan productos sobre catálogo de algún de fabricante oriental. De hecho, de no haber sido por la burbuja inmobiliaria el desempleo hubiese seguido aumentando inexorablemente en España si descontamos la ingente mano de obra absorbida por la misma, aunque evidentemente, no en la forma que lo ha hecho tras el pinchazo de esta. La cantidad de mano obra que acaparaba la burbuja inmobiliaria tanto nacional como foránea resultó tan exagerada como desproporcionada en la parte que esta misma representaba para el PIB nacional, de ahí el implacable aumento del desempleo tras el final de la década del ladrillo.

Por último, dicen los defensores de las posturas neoliberales, empeñados en aumentar las dosis de las mismas recetas que han llevado al mundo al colapso, ciegos por su propia inquina y a pesar de la evidencia objetiva de las cifras, que subir impuestos nunca ha generado empleo. Pero lo que sí ha quedado marcado en el devenir de la historia es que, cada vez que se han reducido los impuestos a los ricos, el porcentaje de riqueza acumulado por unos pocos ha sido cada vez más desproporcionado en beneficio de estos y en perjuicio de la parte mayoritaria de la población. Por tanto la diferencia ente las clases altas y las clases medias y trabajadoras se ha ido ensanchando enormemente durante las últimas décadas y esto sí que no puede ser admisible por gobiernos elegidos democráticamente por el pueblo.

2 comentarios:

  1. ¿No ha llegado el momento de que las clases medias y trabajadoras, digan BASTA? A mi juicio, el problema está en la ignorancia como usted indica. Es necesario hacer todo lo posible para informar desde todos los lados y en todos los lenguajes.

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  2. Gracias Juliana. Por supuesto. Y ese es el objetivo de este Blog.

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