martes, 27 de septiembre de 2011

Esperanza Aguirre y la historia

Que a Esperanza Aguirre nunca le ha gustado que le contradigan es más que evidente. Que es otro grano en el culo de Rajoy, aunque por circunstancias antagónicas de lo que pueda serlo Monago, ciertamente. Y que no hay nada que le fascinaría más que ser la Margaret Tatcher española, también. De ahí que le moleste formidablemente un movimiento tan irreverente como espontaneo y saludable como el 15M, peor aún si representa todo lo antagónico de lo que ella no solo defiende, sino personifica continuamente con su imagen de la niña pija en calcetines que se mezcla con el pueblo para apiadarse del mismo. Ahora, que tocaba hablar de la Revolución Francesa, en el acto de presentación del libro de Pedro J. Ramírez  al respecto, la presidenta de la Comunidad de Madrid bajó una vez más a la tierra para proclamar su último destello de simpatía para con la plebe recordándonos a aquella María Antonieta que se hizo construir su  Aldea de la Reina en Versalles para expurgar los pecados de la realeza.

Nuestra nueva Mª. Antonieta ha calificado en ese acto a los indignados de camorristas y pendencieros y los acusa de promover un golpe de estado contra la democracia entre todo tipo de lindezas, intentando comparar a los mismos con el Club de los Jacobinos que impuso su reino del Terror, en el periodo 1793-94, de la Revolución. Aunque para algunos se les considere precursores de los partidos republicanos –y sin embargo, en algunos casos como el estadounidense con su inestimable Tea Party a la cabeza, se sitúen en el otro extremo de la balanza-, los jacobinos fueron la expresión más radical y cruel de la época revolucionaria. Con su adaptación de las teorías de Rousseau, y encabezados por Robespierre, Danton, Marat, junto a otros muchos, aun de innumerables disidencias entre  los mismos, propugnaron el poder popular, aunque admitiendo la existencia obligada -por necesaria-, de un sistema parlamentario de representación democrática, pero desatando una violencia inusitada contra todos aquellos que se interpusieran o creyeran que se interponían en su camino, haciendo correr auténticos ríos de sangre por las calles de París y de toda Francia en un periodo que acabaría denominándose El Terror.

Comparar, ni por la más mínima aseveración, a los indignados o a todos esa ingente cantidad de personas que de una manera u otra entendemos, suscribimos y apoyamos la mayor parte de sus reivindicaciones, con toda una casta de maniáticos ilustrados asesinos como lo fueron las alas más radicales y ortodoxas de los Jacobinos en la Francia revolucionaria del SXVIII, es, además de una auténtica falacia, una burda, grotesca, premeditada y perniciosa manipulación de la verdad. Mientras la Señora Aguirre defiende tan ardorosamente una filosofía y modus vivendi que ha llevado al mundo, tras más de dos décadas de algarabía, a la mayor crisis sistémica –económica y social-,  de nuestro tiempo desde la Gran Depresión, el 15M, formado a pie de calle por muchas miles y miles de personas más que esos pocos desarraigados que la propaganda publicitaria de Telemadrid y sus adláteres se empeñan en mostrar una y otra vez como sus representantes, personifica todo lo contrario a la misma. Para esa especie de Tea Party ibérico que encabeza tan bien la presidenta madrileña es manifiestamente obvio que en su ideario –aunque proclamen una y otra vez la muerte de las ideologías-, una clase dominante habrá de subordinar al pueblo llano que solo con el trabajo y su vasallaje a los poderes establecidos podrá lograr su redención. Mientras que por su parte el 15M, con sus defectos y virtudes, representa el arraigo de dos conceptos tan significativos como democracia y libertad que dieron pie a la justicia, la solidaridad y el bien común.

Y por si alguien no lo sabe, se quedó para atrás o es incapaz de entender claramente el mensaje de la simpática presidenta, para eso la Comunidad de Madrid es la que más se gasta en publicidad de toda España. Pero, mire usted por dónde, todavía por aquí a nadie se le ha ocurrido recortar sensiblemente o… ¿lo hará solo lo estrictamente necesario?

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