sábado, 24 de septiembre de 2011

Otra vez con la Clase Media.

Principalmente la derecha política –aunque cueste diferenciar de la misma a los actuales partidos socialdemócratas, al menos en lo referente al modelo macroeconómico-, suele exorcizar ciertas medidas fiscales por cuanto sugiere que cargan sobre la clase media, predisponiendo a esta calificación a la mayor parte de la población, cuando realmente tal consideración es altamente reprochable. Por tanto ¿quiénes componen realmente la clase media?

No existe una separación clara entre las diferentes clases sociales. Los originarios conceptos de la teorías marxistas o weberianas han ido evolucionando con el transcurso del tiempo de tal modo que siempre resulta difícil establecer unas concretas líneas de división entre ellas. Tanto es así que, incluso, se pueden establecer innumerables variedades de tipos y clasificaciones en el intento de buscar un encasillado apropiado para cada una.

En el caso español llega a afirmarse –estaría en la onda de la UE-15-, que más del 90 % de la población se considera clase media. Si esto fuera así, descontando a los ricos –por lo general la persona que tiene más de un millón de dólares-, las grandes fortunas, los que están por debajo del umbral de la miseria –menos de la mitad del salario mínimo- y los indigentes, nos daría como resultado que el abanico de integrantes de dicha clase media es tan variopinto como dispar en el total de sus ingresos.

En consecuencia los mileuristas también tendrían cabida dentro de esa clase media pero… ¿es objetivamente admisible tal supuesto? Evidentemente no, por cuanto como se aprecia en el párrafo anterior, ese criterio de clase puede abarcar rentas enormemente desiguales entre si. De hecho, ha quedado demostrado empíricamente que, de cada diez encuestados, cuando las opciones de respuesta se ciñen a la clase alta, media o baja, la mayoría se ubicará dentro de la clase media, pero si ampliamos un apartado más, la clase trabajadora, la mitad de los que se manifestaron como clase media, elegirán entonces por respuesta la clase trabajadora.

¿Qué sentido tiene todo esto? Desde el punto de vista subjetivo un entendible deseo de superación personal pero, desde el punto de vista objetivo, la manipulación interesada por la industria en beneficio propio. Es evidente. Si al grupo –aún con una importante diferenciación en los ingresos entre cada uno de sus componentes- se le hace creer que forma parte de un mismo estatus social se le estará instando a creer que todo puede estar al alcance de todos y es en este terreno de la vanidad humana, donde la industria encuentra su caldo de cultivo. ¡Olvídese del utilitario, por fin un deportivo a su alcance! ¡La casa que siempre soñó ahora puede ser suya! ¡Usted también puede irse de crucero, disfrute de las mejores vacaciones! En definitiva hacer coincidir en el mismo plano dos términos tan dispares como son riqueza y felicidad.  En respuesta a esto la facilidad, mejor dicho, la ficción crediticia fue generando una extraordinaria deuda privada que está trayendo de cabeza a millones y millones de familias tanto en España –ese era el fundamento de la burbuja inmobiliaria-, como en todos los países desarrollados y que está sacudiendo a la deuda pública preocupada de sanear a esa misma banca privada que, por el mismo mezquino razonamiento, endeudo a todas esas familias y de paso a si misma.

Por esto, retomando el comienzo de este artículo cuando los voceros de la política de turno pretenden eximir a las, ya de por si exoneradas, clases altas  de su carga fiscal correspondiente en detrimento del común de la ciudadanía, no es posible dejarse hipnotizar por arengas del todo interesadas en beneficio del gran capital. Al fin y al cabo, salvo en el ladrillo, en poco más ha repercutido el mismo estos beneficios en España durante los últimos 15-20 años. Por último, valga la elocuencia de un dato irrefutable: durante los años de la supuesta bonanza, mientras las rentas altas crecieron, los salarios del común de los mortales acabaron menguando a merced de las mismas.

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