jueves, 8 de septiembre de 2011

Vente a Alemania, Pepe

“Paralejos es un pueblo tranquilo del Alto Aragón donde nunca pasa nada hasta que un día aparece Angelito, un emigrante con un magnífico Mercedes, contando maravillas sobre Alemania y sus mujeres. Pepe decide probar suerte y emigra para probar suerte, pero el "sueño germano" comenzará para Pepe a las cinco de la mañana, limpiando cristales, y concluye a las doce de la noche pegando carteles... (Filmaffinity)”.

Aunque la película de Pedro Lazaga en 1971, que nos sigue sonrojando con las peripecias de leyendas del cine español como Alfredo Landa, José Sacristán, Tina Sáinz, Antonio Ferrandis, o Gemma Cuervo, no pueda considerársele una obra maestra sí que puede servir de hilo argumental para este artículo.

Ahora que la Sra. Merkel quiere o pretende ponerse Europa por montera sería difícil argüir a estas alturas del metraje -por utilizar un símil cinematográfico-, los motivos por los que una parte de la sociedad española tiene a la germana como modelo a seguir en detrimento de la propia. Resulta innegable que lo que se ha dado en llamar “el milagro alemán”, la recuperación de Alemania tras la devastación de la 2ª. Guerra Mundial, tiene un valor incuestionable por cuanto al desarrollo de una nación que en los 60, menos de dos décadas después del fin de la misma, volvería a recolocarla como una potencia mundial de primer orden. Pero ello no ha desmerecer por una parte del extraordinario esfuerzo del Plan Marshall para con la misma –con la intención de que no volvieran a darse las circunstancias que embarcaron al pueblo germano en la dos guerras mundiales del SXX, aún en circunstancias diferentes, pero que dieron al traste con la vida de decenas de millones de personas en Europa-, el impagable esfuerzo de los inmigrantes que acometieron los trabajos complementarios y menos reconfortantes –que representaron ya el 10 % de la población alemana en los 70- y la creación y desarrollo posterior de la Unión Europea –no en vano y a pesar de ser el principal contribuyente a la UE, durante la década de los 90 fue el tercer perceptor de la caja común de Bruselas-.

Poco o nada, no obstante, tiene que ver la democracia cristiana alemana de Angela Merkel con aquella democracia cristiana de Konrad Adenauer quien tras la 2ª. Guerra Mundial puso en marcha una política basada en una mezcla de liberalismo y estado social donde el concepto de solidaridad primaba sobre el egoísmo del poder económico y financiero que predispone a la canciller alemana.  Tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y el costosísimo proceso de unificación de la Rep. Federal y la RDA trajo como consecuencia una serie de profundos reajustes en la sociedad alemana, en beneficio de esa causa común, pero con tales dosis de moderación salarial que el crecimiento interno alemán ha sido prácticamente cero, durante todos estos años.  De hecho el aumento del PIB alemán se ha basado en la dos últimas décadas en la exportación, lo que ha repercutido solo sobre una parte de la población alemana ensanchando la diferencia entre las clases sociales y causando un malestar generalizado entre una parte importante de la misma. Por lo que respecta a esto último, al contrario de los otros dos principales exportadores mundiales –Alemania forma parte de este triunvirato privilegiado-, mientras que en el caso de Estados Unidos y China su comercio exterior está globalizado en el caso germano se limita mayoritariamente a su entorno europeo. Esto, en cierto modo y dada su preponderancia tanto en el continente como dentro del seno de la UE, ha forzado a la importación de productos alemanes al resto de las economías europeas llegando a estrangular a alguna de las mismas, particularmente a las llamadas periféricas, como es el caso de España. De hecho esto ha traído consigo que los principales acreedores de la tan manida deuda externa de los países periféricos sean los grandes bancos alemanes, Tanto que, para garantizarlos el gobierno federal tuvo que poner sobre la mesa casi medio billón de euros durante el crash de 2008 mientras que, por ejemplo, el gobierno español solo tuvo que poner 10.000 millones.

Este devenir de la política alemana fue puesto en entredicho por el Ministro de Finanzas del gobierno socialdemócrata de Schröder,  Oskar Lafontaine, advirtiendo que traería pésimas consecuencias tanto para la economía alemana como a la europea en general, lo que dio a lugar a la dimisión de su cargo en 1999. Desde entonces la realidad empírica ha demostrado que no le faltaba la razón y hoy tenemos a la actual canciller alemana altamente cuestionada en su país –sus derrotas se acumulan en las elecciones de los diferentes landers-, mientras encuentra más simpatías fuera del mismo, fruto de las apuestas por políticas neoliberales de los diferentes gobiernos de su entorno y de su arrogancia como potencia dominante europea . Tal es el caso de España donde el conglomerado PPSOE (PP+PSOE), representantes de esas mismas políticas, han promovido una reforma constitucional aún más coercitiva para el Estado del Bienestar que la aprobada por la propia Alemania en 2009.


En definitiva no podemos menospreciar ni desdeñar la honorabilidad del pueblo alemán –a pesar de su truculenta historia en la primera mitad del siglo XX- y su capacidad para resarcirse de tales desastres pero de ahí a beatificarlo en detrimento del pueblo español dista un trecho insalvable, inadmisible e injustificable y que, en todo caso, tal muestra de agravio no es consecuencia más que de estereotipos interesados en beneficio de lobbys dominantes  e influyentes en una clase política de bajo calado.

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