miércoles, 1 de julio de 2015

De comercio y grandes superficies, con minúsculas.

Uno que lleva toda su vida en el mundo de los negocios, en tres sectores diferenciados y que, a fuerza de pecar de pedante, tiene que sentirse satisfecho por sus resultados, al margen de esta ingente crisis que nos va devorando, no dejo de sorprenderme ante afirmaciones como las que se vienen vertiendo sobre la salud, presente y futuro del comercio en España y de manera especial en esta Extremadura que es la que más nos interesa.

Hoy mismo en la editorial del diario regional  HOY, aun valorando en líneas generales de manera positiva el discurso de Fernández Vara, en la Asamblea de Extremadura, lo define como contradictorio en lo referido a las grandes superficies comerciales. Contradictorio por cuanto, según el mismo diario, no se puede promover por un lado la unidad de mercado y de otra reducir el número de festivos en el que esas empresas tienen abierto sus establecimientos al público. Se basa para ello la editorial en lo que estas aportan al empleo y que es la tendencia general en Europa.


Con respecto a lo primero, es de general conocimiento que, hoy por hoy, las grandes superficies crean tanto empleo precario y mínimamente remunerado como destruye empleo estable y mejor gratificado en el comercio tradicional. Además, todos sabemos, que esas jornadas festivas ni son retribuidas al personal en la forma debida en muchos casos y, menos aún, representan un aporte adicional de mano de obra.

Por otra parte comparar la realidad social y laboral, en el marco europeo, con la de España es absolutamente disparatado. Uno que lleva viajando por el continente desde hace años, ha podido comprobar que la diferencia de precios al consumo entre las franquicias de las grandes firmas comerciales que operan en nuestro país y los distintos países de nuestro entorno, rara vez supera unos pocos puntos porcentuales e incluso, en ocasiones, ésta es prácticamente mínima. Sin embargo la diferencia de salarios entre las clases trabajadoras españolas en relación a la de esos mismos países es abismal, tanto que según los datos de Eurostat, España se sitúa a la cola en cuanto a calidad de vida de todos los países integrantes de la UE con su similar nivel de desarrollo.

En consecuencia a esto último, el público por lo general no hace del precio final su primera premisa a la hora de adquirir uno u otro artículo, como ocurre en España y al margen de situaciones de crisis, si no que valora otro tipo de servicios del establecimiento que se trate como la atención al cliente, la profesionalidad del dependiente, la calidad del servicio, etc., siendo aquí donde tiene mayor consideración el comercio tradicional.

De un tiempo a esta parte en muchos círculos próximos al poder, se intenta instaurar la idea de que debemos asimilarnos a las condiciones laborales existentes en los países más desarrollados de la UE, pero solo en parte. Es decir en lo que se refiere al contexto del despido pero nunca en el nivel de los salarios.  Sin embargo, una especie de “ley del embudo”, se ha atrincherado en la alta esfera económica y política española ya que, mientras nuestros privilegiados ejecutivos son de los mejores pagados del continente, en el caso de las clases trabajadoras, son las peor retribuidas y, además, con una escasez de recursos sociales de carácter público que nos sigue manteniendo a una extraordinaria distancia de muchos de nuestros vecinos europeos.

Difícilmente entonces podrá sobrevivir el comercio tradicional en España mientras se sigan otorgando todo tipo de prerrogativas a las grandes firmas comerciales sin reparar en sus consecuencias para el resto de comerciantes.

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