miércoles, 31 de enero de 2018

Por distender: Una del disparate futbolero.

Entre el 2° y el 5° puesto de la Liga de 1°. División en España, a estas alturas y cuando andamos ya por la 3ª. Jornada de la 2° vuelta, la diferencia es de 9 puntos. Es cierto que el Barça, del que por cierto poco se apostaba al principio del campeonato, parece que salvo catástrofe va a ser el próximo ganador del campeonato, aunque bien es cierto también que buena parte de ello es culpa de tener entre sus filas a uno de esos jugadores que surgen en el universo futbolístico cada 20 ó 30 años como es el caso de Leo Messi.

Hace pocos días que ha caído en la Copa el R. Madrid, tras salir derrotado de su propia casa por un modesto Leganés con una plantilla a años luz de la galaxia madridista. Pero ¿realmente es esto así más allá de lo que resuelve un contrato? Evidentemente no. Tanto que, al día de hoy cuando escribo estas líneas el Valencia con un presupuesto de poco más de 90 mill. de euros ocupa el tercer puesto de la Liga, mientras el Real Madrid con un presupuesto 600 mill. más alto que el del equipo che, es su más inmediato perseguidor.

Hace ya demasiados años que en el fútbol de élite lo deportivo quedó relegado a un segundo plano para dar rienda suelta primero a un espectáculo de masas y después a un furibundo negocio que con el tiempo se ha ido enrareciendo cada vez más, hasta verse convertido en lo que es hoy: un extraordinario despropósito en todos los sentidos donde lo que prima, por encima de cualquier otra consideración, es el desenfreno económico y financiero sin límites.

Como no es este el lugar más apropiado para hablar de semejante escarnio, máxime cuando debiera tratarse poco más que de un esparcimiento, y que se podrían escribir ríos de tinta sobre todo ese oscuro mundo que rodea al fútbol y a las principales instituciones futboleras, desde la Federación Española hasta llegar a la UEFA o la FIFA, cuyos espurios intereses se diluyen en los oscuros recovecos de un paraíso fiscal como es Suiza, nos quedaremos en lo superficial o lo que mejor dicho más se ve y que no es otra cosa que los propios futbolistas.


Y es que la pesadilla vivida por el equipo blanco en el Santiago Bernabéu, como les pasó en eliminatorias anteriores al Ath. Bilbao o a la Real Sociedad, ponen en evidencia que la diferencia entre las fichas de los jugadores de equipos como el R. Madrid, el Barça, el At. Madrid y demás especies de la susodicha élite futbolera poco o nada tienen que ver con la existente en el plano deportivo con sus adversarios de menos enjundia. Por contar una anécdota real sobre el respecto, valga el caso de David de Gea, el fenomenal guardameta de la selección española, procedente de la cantera del At. Madrid. El debut del jugador con el primer equipo rojiblanco se produjo en 2009, con apenas 18 años, tras una serie de coincidencias –lesiones y sanciones en los porteros titulares-, que le auparon precipitadamente al puesto. Después de su éxito su padre contaría que el joven portero estaba a punto de dejar en aquellos momentos el fútbol o al menos su dedicación plena al mismo, vista la extrema dificultad para tener un hueco en un equipo de cierta categoría. Hoy De Gea es portero titular en el Manchester United y en la Selección Española pero de no haberse dado las rocambolescas circunstancias que llevaron a su debut probablemente hubiera dejado el fútbol o habría acabado en un equipo cualquiera de  divisiones inferiores o, en el mejor de los casos, en un club de menor renombre.

La singular historia de David de Gea, por contra a la de tantos otros que acabaron quedándose a las puertas del éxito,  pone en evidencia lo que decíamos al principio del artículo: que salvo en contadísimas ocasiones poco o nada tiene que ver la diferencia de salarios entre unos y otros futbolistas y su calidad como jugador.  Por cierto que no vendría nada mal, como ocurre en las grandes ligas norteamericanas donde se fijan límites salariales a los jugadores –y eso que le llaman el país más liberal del planeta-, que por estos lares se acuñara un modelo parecido. Los aficionados y los que no lo son tanto nos evitaríamos dos cosas: la vergüenza de observar cifras como las que se manejan y que nuestro equipo, en la mayor parte de los casos a causa de ello y como ha pasado tantas veces, acabe pasando a mejor vida víctima de sus deudas.

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