CiU ha vuelto a ganar las elecciones en
Cataluña, una vez más como siempre. A partir de aquí veremos con
quien o con que apoyos contará para poder gobernar, de la misma
manera que ha hecho también otra veces salvo en los casos en los que
han acabado siendo otros, fruto de las coaliciones propias del juego
democrático, los que se han atribuido ese mismo cometido. Pero
llegar hasta aquí, ha sido un camino o mejor dicho un proceso
electoral cuanto menos extravagante, ya que se ha hablado mucho pero
para nada se ha hecho de lo que verdaderamente había que hablar. Y
lo que ha resultado más original aún que, en esta especie de duelo
a dos bandas que han mantenido CiU y PP estas semanas, a ambos esa
misma estrategia les ha venido muy, pero que muy bien. Aunque, a fin
de cuentas, el primero ha acabado fracasando estrepitosamente y el
segundo no haya conseguido su objetivo, a pesar de haber logrado su
techo electoral más alto en Cataluña.
Aunque lo dicho pueda parecer una
incongruencia, lo cierto es que esta campaña ha quedado muy lejos,
de lo que ya de por si suelen estarlo, de poner en boca ante los
electores los problemas reales de la sociedad catalana. El, hasta
cierto punto, sorprendente resultado de la manifestación de la Diada
en el que el espíritu soberanista se adueñó sobremanera de la
misma, hizo que el presidente Mas se arrogara para sí un sentimiento
que nunca le ha correspondido y que, en cualquier caso, nunca ha sido
prioritario en su grupo político. Todavía resuenan, no muy lejos en
el tiempo, las abruptas declaraciones del Presidente Puyol en el que
se proclamaba de ese modo al interpelarse por la pretensiones de
Cataluña.
Artur Mas lo que ha pretendido ha sido
aprovecharse de un sentimiento que, al margen de los legítimo, hay
que reconocer que en la actualidad tiene casi más de romántico que
de pragmático y que si lo ha impulsado algo ahora ha sido
precisamente las políticas de recortes y austeridad que, tanto desde
el gobierno catalán como del de España, esta llevando al pueblo a
una situación desesperada en la que intenta de manera angustiosa
aferrarse a cualquier motivo que le permita poner fin a tanto
desatino. Artur Mas ha intentado beneficiarse de esto y desviar así
la atención sobre toda esas penurias que está haciendo pasar con
sus políticas a la sociedad catalana que, al menos durante la
campaña electoral, parecía haber quedado embebida de ese
sentimiento.
Una cortina de humo que al Partido
Popular y a toda su corte de voceras mediáticos le ha venido de
perlas para, a costa de sacar pecho de patriotismo y de la misma
manera que ha hecho el President Mas en el polo contrario, tener
entretenida a la ciudadanía con sus dimes y diretes. De no ser así
difícilmente podrían haber establecido entre ambos un debate en la
campaña, cuando sus políticas son exactamente las mismas y cuando,
si cabe, es precisamente CiU la que va marcando el camino a seguir al
gobierno de Rajoy en el resto de España.
Precisamente CiU que, durante muchos
años había representado la derecha progresista o como se le ha
llamado muchas veces la derecha europea del arco parlamentario
español, mientras que el PP personificaba la derecha conservadora
próxima a la iglesia y emparentada con el rancio abolengo de épocas
pasadas. Desgraciadamente ese desplazamiento a la derecha del eje
político ha hecho que la fina línea que separaba a CiU del PP haya
desaparecido y su modelo económico pase, tanto para uno como para el
otro, por la reducción de lo público a la mínima expresión y con
ello al práctico desmantelamiento de lo que habíamos conocido como
Estado del Bienestar en todas y cada una de sus formas, conforme a la
interpretación más ultra-ortodoxa de la doctrina neoliberal
imperante.
Pero el pueblo, una vez más -a pesar
del persistente triunfo de la derecha, aunque eso sería motivo
también de un largo análisis-, ha sobrepasado a esa casta política
que, en ocasiones, raya en lo barriobajero y que gusta de tomar por
necio al electorado, y ha acabado poniendo a cada cual en su sitio,
castigando a CiU por sus recortes y por mas que le pese al PP
manifestando con claridad su deseo a decidir en primera persona su
futuro -a la vista de la suma total de los votos cosechados por los
partidarios de esa opción-, por mucho que quieran ocultarlo desde
este último y su ruidosa prensa cavernaria.
En tiempos de crisis no faltan oportunistas y populistas, que vienen a ser lo mismo. Tratan de engatusar al electorado para, en resumidas cuentas, realizar sus propios planes y perpetuarse en el poder. Ni unos ni otros son una opción viable para el pueblo; al contrario, son un obstáculo realmente molesto.
ResponderEliminarUn saludo.
Ahora CiU tendrá que pactar y negociar ley a ley, eso que esta sin par clase política llama "ingobernabilidad". Cuando esa es, precisamente, la esencia de la democracia.
EliminarUn saludo.
La limitación de la democracia llega a tal extremo que solo tiene libertad para depositar un voto cada 4 años y para colmo, cada cual lo interpreta a su manera. Si el pueblo sale a la calle... más de lo mismo, cada cual lo interpreta a su manera. Ahora me resulta curioso como unos y otros hacen sumas partidistas. "Los partidos soberanistas hemos ganado" dicen uno. "Los independentistas no han conseguido un respaldo superior al 30 % de la población. El sueño separatista se desvanece" dicen otros... En tu caso, Felipe haces una reflexión más profunda sobre políticas económicas: juntos y distintos. La verdad es que estaba esperando tu opinión sobre las elecciones catalanas y me has vuelto a sorprender al salir de la dicotomía separatista y plantear el problema de la gestión económica, que hoy por hoy y pese a quien pese... es el prioritario.
ResponderEliminarUn cordial saludo.
Al menos así lo he entendido Adrián. Como ya he expuesto en el artículo, sin dudar un momento del derecho al pueblo a decidir su destino, creo que en esta política de confusión constante para con la ciudadanía donde se entremezclan unas y otras cuestiones, han de establecerse prioridades. Y no es entendible que un partido como CiU en un momento como este se arrogué para sí la cuestión soberanista -que nunca fue su caballo de batalla-, cuando estamos inmersos en una crisis de carácter global consecuencia de un modelo económico fallido. Un modelo que, precisamente, sigue representando la propia CiU.
EliminarUn saludo.