El Desarrollismo propició importantes errores ocultos que
cuando los precios de las materias primas se dispararon, con la
crisis del petroleo de 1973, sus repercusiones fueron extremadamente
más duras para España que para las de otros países de su entorno.
En algunos de los enlaces que se subrayan en este artículo (La
economía española durante el franquismo,
por José L. García Delgado o El
Desarrollismo,
por Abdón Mateos y Álvaro Soto), se puede encontrar extensa
información al respecto pero, en lo principal, la causa de ello fue
ese modelo de crecimiento bulímico, propio de la economía española,
que, al igual que ha ocurrido recientemente, es capaz de alimentar y
vomitar empleo en grandes proporciones con suma facilidad y a una
velocidad de vértigo. Ello es debido a la incapacidad tanto de las
administraciones públicas como de la gestión privada para crear
modelos económicos eficientes y estables que, aún con altibajos,
permitan una continuidad en el tiempo y que de garantías tanto a los
trabajadores como a las empresas. Generalmente España, desde su
incorporación al, por llamarlo de alguna manera, mundo moderno en
esa década de los 60, siempre ha estado lastrada por cortapisas de
uno u otro modo. En este caso la rémora de la autarquía franquista
de las dos décadas anteriores y la negativa del régimen a permitir
un sistema de libertades democráticas que hubiera fomentado mucho
mejor la iniciativa y el desarrollo individual y colectivo
desligándolo de las estrecheces y cortapisas del mismo.
Las
graves consecuencias de la crisis del petroleo y sus sucesivas
réplicas a lo largo de toda la década de los 70, causó graves
heridas a la economía mundial -lo que daría pie a nuevas variantes
de la teoría liberal, que tan nefastas consecuencias acabarían
acarreando a final de siglo-, que, en cualquier caso, pudo sostenerse
gracias a la estabilidad de unos modelos económicos y políticos con
varias décadas de experiencia más que en el caso de España. En
España el desempleo acabó desbocándose y fueron los Pactos
de la Moncloa,
tras el arribo de la democracia, los que sentaron las bases para
intentar evitar, nuevamente en nuestra historia , que la llegada de
un régimen democrático, coincidiera con las secuelas de una crisis
de carácter mundial como le había sucedido a la 2ª. República con
la Gran Depresión.
Entre
otras medidas -en un enrarecido clima tanto en lo económico como en
lo político donde los empresarios no querían perder sus enormes
atributos en las relaciones laborales y los incondicionales del
régimen anterior amenazaban continuamente con asonadas militares-,
con Adolfo Suarez a la cabeza del gobierno y con la firma de los
principales líderes políticos de la nueva España democrática se
devaluó la peseta, se acordó una subida de salarios máxima del 22
% que era donde se esperaba pudiera llegar la inflacción el año
siguiente (1978) y se autorizó el derecho a la asociación sindical.
Con
la llegada del PSOE al gobierno en 1982, se abriría una etapa de
esperanza en cuanto a estabilidad y de acercamiento a Europa. Eso
propició, después de los efectos de la crisis petrolera, una nueva
época de bonanza económica aunque el nuevo gobierno socialista
siguiera tomando ciertas medidas de reestructuración de la industria
en un proceso que se denominó “Reconversión
industrial”.
Esta idea se basaba, con una cierta coherencia, en que no era
posible admitir en un país con un alto nivel de desarrollo procesos
industriales con metodologías propias de otras épocas por cuanto
eso encarecía los costes de producción y le restaba competitividad
al producto acabado. Así se se produjeron numerosos despidos,
especialmente en la industria pesada, Altos Hornos, Astilleros, etc.
Si bien se pretendía reorientar la industria hacia otros sectores
más productivos, lo cierto es que no se hicieron las previsiones
precisas, lo que acabó dando lugar a nuevas bolsas de desempleo y
numerosas personas en riesgo de exclusión social, tal como estaba
ocurriendo, por aquellos entonces, en el Reino Unido con Margaret
Tatcher.
Por
fortuna la corriente de optimismo que impregnaba toda la sociedad
española, ensimismada con su incorporación al Mercado Común -en
ese momento ya C.E.E.-,. que tantas veces se le había negado a la
dictadura franquista, no hizo decaer las buenas perspectivas con lo
que, a partir de 1985, fecha de la firma de adhesión al Tratado, el
crecimiento económico siguió consolidándose hasta principios de
los 90 -máxime cuando entre medias se produce un acontecimiento
internacional de carácter histórico, la caída del Muro de Berlín
en 1989 y con ello el fin de la Guerra Fría, lo que traería
extraordinarias repercusiones en la escena mundial -. Es en 1993
donde los gastos ocasionados por todas las celebraciones del año
anterior con motivo del 500 Aniversario del Descubrimiento, la
Exposición Universal de Sevilla, las Olimpiadas de Barcelona y el
desarrollo de modernas infraestructuras, dieron lugar a un aumento
desmedido de la deuda pública española, lo que unido a las serias
dificultades por la que estaba pasando la economía mundial
consecuencia del estallido de la burbuja japonesa, vienen a provocar
una nueva crisis que en España traerá otra oleada de despidos
masivos que elevará la tasa de desempleo por encima del 20 %. Nuevas
devaluaciones de la peseta y la firma del Pacto
de Toledo
en 1995, harán que empiecen a percibirse signos visibles de
recuperación y la recesión quedará olvidada en poco tiempo cuando
nuevamente el optimismo vuelva a calar en la población española y
europea con la inminente llegada del euro, la moneda única, con el
nuevo milenio.
Es
el momento del asentamiento de la doctrina neoliberal
en todo el continente y el fin del keynesianísmo,
el modelo económico que había servido de referencia para la
reconstrucción y el desarrollo europeo tras la 2ª. Guerra Mundial
así como del Estado del Bienestar. En España, el gobierno
socialdemócrata se contamina también en el mismo sentido e
incorpora a sus filas en puestos de extraordinaria responsabilidad
personalidades que simpatizan con esa corriente, como es el caso de
Pedro
Solbes
en la cartera de Economía. Cuando la recuperación va
consolidándose en 1996 llega al gobierno el Partido Popular y abraza
decididamente dicho modelo.
El
nuevo gobierno de José Mª. Aznar sigue al pie de la letra el
catecismo de la ortodoxia liberal,
recortando el gasto, la inversión y los servicios públicos,
promoviendo la rebaja de los salarios en las clases trabajadoras,
reduciendo la presión fiscal a las rentas del capital y a las
grandes empresas, desregularizando la industria y las finanzas, etc.
Y lo que, con el tiempo, acabaría resultando más trascendente para
la sociedad española, la aprobación y desarrollo de una nueva Ley
del Suelo con la idea de promover la construcción de nuevas
viviendas que fomenten el empleo y dinamicen la economía. Es en
este momento cuando comienza una época de bonanza y vorágine
consumista que no parece tener límites y España, como el resto del
continente europeo, alcanza unas cotas de crecimiento fuera de toda
lógica por cuanto están sustentadas en un conjunto de burbujas
inmobiliarias y financieras con el único soporte de movimientos
especulativos de toda índole, más allá de una ficción crediticia
insostenible.
La
aventura del presidente Aznar como embajador de la guerra de Irak y
los atentados del 11M le arrebatan al Partido Popular el gobierno en
las elecciones de 2004 y, nuevamente, es el PSOE el nuevo inquilino
de La Moncloa en la persona de José L. Rodríguez Zapatero. Este.
ensimismado por unos datos macroeconómicos que, a priori, resultan
casi estratosféricos, como el resto de sus coetáneos europeos,
mantiene ese mismo modelo económico, hasta que España alcanza las
cotas más bajas de desempleo de toda su historia tres años más
tarde. Lejos de la doctrina socialdemócrata, Rodríguez Zapatero
había abrazado ,ya de antemano, una nueva especie de
socioliberalismo, a la que él mismo denominó Nueva
Vía,
tal como habían hecho antes Tony
Blair
en el Reino Unido con el Partido Laborista o Gerhard
Schröeder
con el SPD en Alemania.
La
concepción neoliberal del entramado social y económico que domina
la escena española y europea desde mediados de los 90, de forma más
o menos dulcificada según los casos, probablemente haya fracasado
una y otra vez porque parte de un error de bulto cara al crecimiento
económico: no es la oferta la que determina los precios, tal como se
presupone, si no que es la demanda la que los establece. A mayor
demanda los precios acabaran proyectándose al alza mientras que si
esta se reduce los precios tenderán a la baja. De ahí el objetivo
por la reducción de costes a toda costa incluso a través de la
devaluación de los salarios de la mano de obra. Peor aún en el caso
del mercado de la vivienda donde el carácter patrimonial y de “valor
refugio” que esta representa da lugar a operaciones fuertemente
especulativas. Es por esto de la necesidad de que sea el Estado el
que regule, en alguna medida la evolución del volumen de oferta en
el mercado y su capacidad de demanda. De no ser así, tal como ha
ocurrido, el precio de la oferta se seguirá incrementando mientras
la demanda siga creciendo y así, como si de una reacción en cadena
se tratara, hasta que el efectivo desaparece y la capacidad de
endeudamiento se sobrepasa. Es aquí donde se produce el crack
financiero, tal como ocurriera en 1929 y ha vuelto a producirse ahora
en 2007. dejando tras de si, irremediablemente, una recesión
económica que, en función de las dimensiones alcanzadas por las
burbujas generadas será más o menos profunda en cada caso.
Cuando
el viento cambio en 2007 y los inversores quisieron recoger sus
beneficios, se dieron de bruces con todo ese entramado en forma de
quimera sin ningún tipo de respaldo. Con ello vendría el estallido
de las hipotecas subprime
en EE.UU. seguido un año más tarde por la caída del paradigma de
la banca de inversiones, Lehman
Brothers,
lo que acabaría destapando una Caja de Pandora que ha provocado el
derrumbe de un extraordinario castillo de naipes con el único
precedente conocido, con semejante virulencia, en los Felices
20
y la Gran
Depresión
posterior. Arrastrando tras de sí a todo el mundo desarrollado y
donde países como España con una fuerte y desmedida dependencia de
un mercado tan promiscuo e irreverente como el del ladrillo se ven
especialmente sacudidos.
A
partir de aquí, el resto de la historia es sobradamente conocida por
todos y la respuesta de los responsables políticos, encargados de
resolver el problema, después de un número incontable de cumbres y
reuniones a lo largo de estos últimos cinco años, no solo no parece
dar resultado sino que, todo lo contrario, cada vez está llevando
más infortunio a mayor número de personas. ¿Error de diagnosis o
simple estrategia? Solo el tiempo acabará dando la respuesta.
Otro sublime artículo que ahonda todavía más en los sucesivos tropiezos -y tenues aciertos- de los diferentes Ejecutivos que nos han gobernado. En realidad, lo que más me sorprende de las mareas históricas (pero no tanto) es la "periodicidad" con la que se producen las crisis. Podríamos hasta considerarlas como enfermedades autoinmunes que se manifiestan luego de un periodo de estrés muy elevado, sea este beneficioso o no, en el que las defensas morales y éticas están por los suelos.
ResponderEliminarTal conclusión me lleva a pensar que, efectivamente, no nos dirigen personas adecuadamente formadas para los tremendos cargos que ostentan. No tienen capacidad de anticipación ni cualidades proactivas que atajen los problemas de raíz, no. Lo que tenemos es oportunistas, ciegos fundamentalistas, que se suben al carro y se aprovechan de la inercia, independientemente de su rumbo o intención. Pero cuando se para el tren, ya ni saben qué hacer para ponerlo otra vez en marcha; están atrapados y se ahogan, llevándose a la población con ellos (y que conste que todos somos culpables de lo que ocurre, en mayor o menor grado).
Y a medida que la población crece, las distancias se reducen, los recursos escasean y el mundo se ensucia, me pregunto si esto es sostenible. ¿Hasta cuándo? Porque no hay avance, solo un vuelo espiraloide sobre un gran montón de escombros malolientes, y ese no es el camino del futuro.
Un saludo.
Gracias Oscar
EliminarProbablemente has tocado una clave que, al menos en el caso español que es el que ahora nos ocupa, es determinante. Y es la tradicional mediocridad de nuestra clase política. Es significativo que, haya que remontarse hasta Manuel Azaña para encontrarnos un político español con cierto reconocimiento internacional.
En los tiempos actuales siempre se ha hablado de Adolfo Suarez como el paradigma de la democracia. Sin desemerecer, en absoluto, el tremendo esfuerzo de este hombre por sacar adelante la democracia en España en un escenario casi imposible ante las continuas amenazas de los acólitos del régimen, la historia nos ha enseñado que más que un político deberíamos considerarle como un gran estratega y magnífico negociador.
Por último, el caso de Felipe González también resulta paradigmático. Si bien, hubo un momento que pudo considerársele como el mejor "hombre de estado" que había dado España en los últimos tiempos, el tiempo acabó desvirtuándolo por su giro hacía las corrientes liberales que acabaron desmoronando el sistema y, por su recorrido en lo personal, lejos de lo que debería atribuírsele conforme al espiritu que, al menos en su día, había representado.
De los demás, políticos absolutamente mediocres con los resultados que tenemos a la vista. Y lo que es peor, extrapolando ya el problema, precisamente ahí radica uno de los factores fundamentales por lo que esta crisis dure y dure sin que parezca tener fondo ni fin, que no es otro que la falta de políticos de relevancia en la escena europea para facer frente a la situación de una vez por todas.
Como ya he escrito en alguna ocasión, es la hora de la política, con mayúsculas, pero desgraciadamente faltan esos políticos capaces de llevarla a cabo.
Un saludo y, nuevamente, gracias por tus comentarios.
Un artículo estupendo. En cuanto a tu última pregunta: ¿Error de diagnosis o simple estrategia? Creo que ni lo uno ni lo otro. Ideología y fundamentalismo, por codicia y ansía de dinero. ¡Ojalá fuera un problema de diagnosis o simple estrategia!
ResponderEliminarUn saludo
Gracias Juliana.
EliminarCuando hago esa pregunta, efectivamente, me estoy refiriendo a eso mismo que tu mencionas. ¿Error de diagnosis? Ellos siguen a pie juntillas la doctrina liberal, eso sí, llevada a sus últimas consecuencias. Si leemos a Friedman, Hayek y toda esta gente a la que siguen o las cartas del Consenso de Washington vemos que es así. Es más, como bien dices también, en su versión más radicalizada o fundamentalista de la misma. Como si de una yihad se tratara.
¿Estrategia? Si no somos capaces de entender tal grado de fanatismo solo queda otra justificación que, a la vista de los acontecimientos, pueda dar explicación a tamaño disparate. Y es que se esté intentando justificar a través de un movimiento aparentemente dogmático, un cambio radical en el modelo de sociedad. Es decir, el camino a una sociedad de carácter orweliano, como hemos referido en otras ocasiones, donde las clase sociales se modifiquen completamente, dando paso a tres nuevos estatus en sustitución de las actuales clase alta, media y baja, dando lugar a una reducida clase dominante, una clase trabajadora sumisa mediatizada a través del trabajo y otra clase esclavizada sumida en la miseria y en la pobreza, cuyo modo de supervivencia sea esa beneficencia de la que, por cierto, ahora tanto se habla.
En definitiva, una sociedad carente de dignidad, justicia y libertad.
Un saludo.