España no es un país que se haya caracterizado, a lo largo
de su historia reciente, por contar con políticos de relevancia. Pero, en cualquier
caso, sería difícil encontrar –al margen de la plutocracia franquista-,
especímenes de tal pelaje como estos de ahora con los que hemos tenido la mala fortuna
de compartir nuestras vidas. Así, de tales barros estos lodos y, para colmo de
males, ni tan siquiera tienen la prudencia de morderse la lengua cuando deben,
amén de que cuando no deban de mordérsela tenga esa facilidad para hacer mutis
por el foro como si tal cosa o, en todo caso, parapetarse tras la consabida
pantalla de plasma para evitarse malos tragos a resultas de incómodas y
fastidiosas preguntas.
Claro, luego pasan las cosas que pasan y los patinazos se
hacen todavía más palpables. Hace unos días la vicepresidenta Soraya, ante las multitudinarias
actuaciones de la sociedad civil catalana el día de la Diada, no se le ocurrió
otra cosa que poner en tela de juicio la magnitud de la misma dando mayor
relevancia a lo que ella misma llamó mayoría
silenciosa del pueblo de Cataluña. Ante
supuesto reproche la respuesta del presidente Mas fue meridiana, argumentando
que si tan cierta estaba de esa “mayoría silenciosa” aceptara la celebración
del tan manido referéndum, segura pues de su victoria. Ahora, al presidente Rajoy, no se le ocurre
otra cosa que hablar de “gesto
de grandeza”, para pedirle al presidente de la Generalitat que rectifique
su postura cara a dicha consulta popular, a lo que con mayor elocuencia este
ha respondido que no hay mayor gesto de grandeza que escuchar la voz del
pueblo. Cosa que, en cualquier caso, en este país parece sacar de sus casillas
a nuestros inefables politiquillos de tres al cuarto, que se han acostumbrado a
hacer de su capa un sayo con los votos prestados en las urnas por los
ciudadanos cada cuatro años.
La verdad que después de tanto dimes y diretes, las proclamas
separatistas y patrioteras, especialmente estas de una y otra parte, durante
los pocos momentos que la democracia ha aflorado al escaparate español durante
los últimos dos siglos acaban cansando a uno, más aún cuando ve que el tiempo
pasa y más allá de una verborrea insensata en nada o casi nada se avanza. Uno,
que para nada es nacionalista y menos aún patriota que como decía la filosofa, alemana primero y apátrida después por obra de la Alemania nazi, Hannah Arendt: “Nunca en mi vida he amado a ningún pueblo
ni colectivo, ni al pueblo alemán, ni al francés, ni al norteamericano… En
efecto, solo amo a mis amigos y el único género de amor que conozco y en el que
creo es el amor a las personas”, nunca he acabado de entender tanto desasosiego
por eso que llaman patria y que, al fin y al cabo, solo delimita una línea imaginaria
cuando no un accidente natural o, en el peor de los casos, un muro o una
alambrada. Dicho esto por uno de Badajoz, a escasos cinco kilómetros de la
vecina Portugal o lo que es lo mismo apenas unos minutos de distancia que
acabaron delimitando mi carné de identidad.
Me decía un buen amigo que, así como soy yo, por qué decía
en un
artículo anterior que no me gustaría que Cataluña se escindiera de España y
es que, a fuerza de ser egoístas, es cierto que ni para mí ni para mis amigos
desearía que la región más desarrollada de España nos dejara con un palmo en
las narices pero como, de igual modo, decía también que yo no soy nadie para
decidir el futuro de ese pueblo. Por qué, como venía a decir antes, para mí ser
español no es más que una mera coincidencia y como menos aún soy de esos de
pendón y bandera y escudos rimbombantes plagados de aguiluchos y almenas, no me
identifico para nada con unos señores que desde hace más de mil años hablan otra
lengua y su historia ha hecho de su cultura y su leyenda algo muy distinta a la
de estas otras tierras. Pero a los que respeto por igual que si de un portugués
o un francés fuera, aunque otra cosa muy distinta sea también por su parte y lo
que toca a la nuestra las formas y las maneras de tratar el dilema.
Lo que si me molesta y mucho que un sentimiento tan digno
como legítimo que es el derecho a decidir del pueblo esté sirviendo de escudo y
tapadera para tapar las miserias de unos y otros, fieles curiosamente cada uno,
al mismo modo de entender la sociedad: la ortodoxia neoliberal presta a deslegitimar
los poderes públicos a favor de la oligarquía financiera. Y es que, como si se
tratara de un calco la una de la otra, tanto CiU como el Partido Popular están
liquidando, poco a poco y si cabe hasta sutilmente, un joven Estado del
Bienestar que nunca dio tiempo a desarrollarse por completo en el conjunto de
España. Uno bajo una bandera roja y amarilla –o gualda-, y la otra con unas
cuantas barras más, como no, rojas, amarillas –o gualdas-.
Atentos.
“La democracia necesita una virtud: la
confianza. Sin su construcción, no puede haber una auténtica democracia”. (Victoria Camps).
Pintura polaca de exaltación a la bandera. Batalla de Chocim. |
A estas alturas, es una barbaridad y una insensatez hablar de nacionalismos. Lo que urge ahora es salvar a todo el género humano: o nos salvamos todos o todos perecemos.
ResponderEliminarUn saludo