Guerra Irán-Irak |
Cadáveres en Halabja, tras el bombardeo químico |
Bin Laden, aunque nunca ocultó sus perjuicios contra EE.UU. había sido un colaborador interesado con la inteligencia norteamericana entrenando guerrilleros para luchar contra las tropas soviéticas durante su intervención militar en Afganistán entre 1978 y 1992. En ese tiempo Bin Laden había amasado una ingente fortuna a costa de la CIA y esta le había adiestrado en todos los métodos para hacer circular esas ingentes cantidades de dinero por todo el mundo al margen de control alguno. Todo ello le sirvió de mucho para, a finales de los 80, crear Al Qaeda –“La base”- y a partir de aquí propagar una fantasmagórica guerra, lejos de cualquier campo de batalla, que aún después de su muerte prosigue hoy en día contra EE.UU. y por extensión a toda la civilización occidental.
De este modo, el 11 de Septiembre de 2001 desató el mayor
atentado de la historia de un grupo terrorista, haciendo embestir dos aviones
de pasajeros contra el World Trade Center de Nueva York y contra el Pentágono
en las proximidades de Washington. Este suceso, como ya es sobradamente
conocido, vino a marcar un antes y después no solo en lo que se refiere a la
paz mundial si no en otros numerosos aspectos de nuestra vida en sociedad. Sin
embargo, tales actos, en la forma de pensar de buena parte de la sociedad
estadounidense –sus arraigos, cultura, etc. que, en cualquier caso, no son de
análisis en este artículo- , parecía exigir una respuesta inmediata y con un
órdago de proporciones similares. A partir de ese momento la administración
norteamericana se embarcaba en una guerra sin cuartel contra un enemigo invisible
que seguía asestando esporádicos golpes y que se escurría una y otra vez.
A falta de resultados
por esa vía y como quiera que el pueblo norteamericano parecía necesitar un
revulsivo y si, de paso, a eso se añadía el posible control de uno de las
reservas de petróleo más suculentas de toda la geografía mundial, Irak, Sadam
Hussein representaba el chivo expiatorio ideal.
Así, vista la extrema dificultad para acabar con el
intangible reinado de Bin Laden y la llegada a la presidencia de EE.UU. de un
personaje tan peculiar y excéntrico como George W. Bush –hijo de George Bush,
presidente durante la anterior Guerra del Golfo, diez años antes-, el servicio
de espionaje norteamericano junto a la inteligencia militar urdieron un
peliagudo plan para, ante sus infructuosos resultados para acabar con Al Qaeda,
buscar ese chivo expiatorio en la persona de Sadam Hussein. Para ello hicieron
correr la idea de que el dictador iraquí había desarrollado un plan que le
permitía estar en posesión de armas de destrucción masiva que ponían en peligro
la paz no solo de una zona tan delicadamente frágil ya de por sí como es el
Oriente Medio si no también en todo el mundo. A ello se añadieron de paso, toda
clase de insinuaciones, medias verdades o medias mentiras en la intención de
conmover la opinión internacional y promover así una resolución del Consejo de
seguridad de la ONU para que diera cobertura legal a una intervención militar
en Irak. Lo que nunca sería posible dada la debilidad de los argumentos, por lo
que los EE.UU. de forma unilateral, saltándose toda las leyes y normas
internacionalmente aceptadas decidió la invasión y ocupación del ya de por sí,
maltrecho territorio iraquí el 20 de Marzo de 2003, en la que sería conocida
como Guerra de Irak o
Segunda Guerra del Golfo.
La respuesta del conjunto de naciones ante las citadas
denuncias fue, una vez más, dispar. Por una parte hubo países que se adhirieron
a la legalidad internacional y no participaron en el conflicto y otros que, por
unos u otros motivos, colaboraron con los EE.UU. bien sobre el terreno en las
operaciones militares o sirvieron de apoyo logístico a las mismas. La ONU
volvió a quedar por completo desacreditada y de nuevo quedo plasmada con ello
su inoperancia real en estos como en otros asuntos de trascendencia mundial,
quedando supeditada al interés único de las potencias, no ya solo al margen de
la citada legalidad internacional, sino incluso por encima del respeto a los
derechos humanos por cuanto los perjuicios que acabarían causando a millones de
seres humanos. Además de quedar, del mismo modo y por enésima vez, doblegada la
democracia en el seno del Consejo de Seguridad del organismo.
El caso de España, con el gobierno de José Mª. Aznar a la
cabeza resulto un caso, cuanto menos, singular en todo este entramado. El
presidente Aznar, desde un primer momento, no solo se colocó del lado de los
EE.UU. en su deseo de intervenir militarmente Irak si no que tuvo un papel más
que relevante en ese mismo sentido actuando de embajador de “la guerra” por
toda Europa. Nunca podrá saberse con seguridad por qué el gobierno de España, un país que
tradicionalmente en las últimas décadas había guardado una postura mucho menos
beligerante en conflictos de esta índole y, en este caso, con una posición tan
clara en el conjunto de su ciudadanía -según las encuestas del CIS, el órgano
que sirve al gobierno para conocer sus inquietudes, se
cifraba en más de un 90 % de la misma su oposición frontal a la guerra-,
actuó de forma tan decidida a favor de esta y en contra de la posición tan
extraordinariamente mayoritaria de su propio pueblo.
Además de poner en evidencia a la democracia, dándole
claramente la espalda al sentir de la mayoría, es difícil creer que un supuesto
hombre de estado como habría de serlo el presidente del gobierno de un país
altamente avanzado como España, pudiera haberse creído tal cúmulo de patrañas
elaboradas por la inteligencia norteamericana para hacer creer al mundo que
Sadam Hussein y su ejército pudiera constituir un peligro para la paz mundial.
De hecho, conforme la guerra se fue desarrollando y tras el final de la misma
quedo de manera absolutamente demostrada que todos los argumentos esgrimidos a favor de la invasión eran
falsos. Sadam Hussein no disponía de un arsenal nuclear, ni siquiera capacidad
para desarrollarlo, sus relaciones con Osama Bin Laden y Al-Qaeda no solo no
existían sino que en todo caso resultaban encontradas, la operatividad de su
ejército era prácticamente nula tras quedar prácticamente aniquilado tras la
primera guerra del golfo y las continuas incursiones de la aviación aliada
durante la década que duró el bloqueo y así, una tras otra, quedaron
desmontadas toda una serie de falacias que habían servido de inspiración para
llevar al mundo a una guerra que apenas si duró sobre el campo de operaciones unas
pocas semanas. La única verdad es que el sátrapa iraquí era un auténtico
tirano, carnicero y déspota pero no más que unos años antes que había contado
con todo el apoyo, beneplácito y parabienes, cuando les interesó, de esos
mismos gobiernos que en ese momento le defenestraban.
El "Trío de las Azores". |
Desde un punto de vista más objetivo y realista, quizá
deberíamos pensar que la intención de José Mª. Aznar a este respecto no fuera
su fe o no en los argumentos esgrimidos por los EE.UU. para promover la
contienda si no, más bien, primara para sí su deseo de colocar a España en el
primer escalafón del orden mundial, aparte de dar rienda suelta a su elevado
ego como hemos ido viendo todos los años posteriores. La manera de actuar del
presidente ante sus socios comunitarios en Europa y su particular forma de ejercer
la política y sus dictados en la parcela económica creando un momento de
ebullición de la misma sin límites o contención alguna –prolegómeno de la
crisis que se acabaría sobreviniendo años más tarde-, es más que posible que
fueran síntomas de tales deseos y, por ello, acabara creyendo que alinearse en
un conflicto tan magnificado universalmente como el de la guerra de Irak, al
lado de la primera potencia mundial, significaría ese salto de calidad que,
según él, necesitaba una potencia de segundo orden como España.
Por fortuna la debilidad del ejército español por una parte
y de otra el extraordinario poder de convocatoria en la calle de millones
personas al unísono de aquel legendario
grito del “No a la
guerra”, evitó que tamaño disparate
no se convirtiera en un carnaval de sangre para las tropas españolas y el
presidente se limitó a enviar solo una pequeña representación de soldados a la
retaguardia del teatro de operaciones iraquí.
En definitiva la guerra de Irak y sus extraordinarias
secuelas, centenares de miles de muertos, millones de víctimas, la práctica
aniquilación de un país, el desencadenamiento de antiguas porfías entre los
diferentes fragmentos de la sociedad iraquí, el desarrollo y estancamiento de
una violencia de carácter local y regional de magnitudes dantescas que perdura
hasta la actualidad y el terrorífico aumento y proliferación del terrorismo
fundamentalista de dimensión internacional a una escala nunca conocida
–atentados de Madrid, Londres, etc.-,
vino a hacer palpable el fracaso de las instituciones internacionales
ejemplarizadas especialmente en la Organización de las Naciones Unidas, en la
Unión Europea y en general de todas aquellas que se diseñaron, entre otros
cometidos, para salvaguarda de la paz, la libertad y el bien común.
Por último, hoy, cuando nos encontramos en una situación de
crisis sistémica a escala mundial, que está sumiendo en el pozo de la miseria a
centenares de millones de personas a lo largo y ancho de todo este maltrecho
planeta, incluso en regiones que parecían haber alcanzado unos niveles de riqueza
ciertamente aceptables como pueda ser la Europa meridional, los diferentes
organismos internacionales al cuidado de ello, no hacen más que profundizar en
la misma con sus medidas y desplantes y lo que es peor aún, favoreciendo a una
minoría donde se concentra la mayor parte de la riqueza en detrimento de la
mayoría de los seres humanos, privándoles con ello de sus derechos y su dignidad.
Irak, sigue siendo en la actualidad, un país sin paz ni orden. |
Refieres una serie de complots de las plutocracias. Son todos ellos delitos contra la humanidad. El mundo está en manos de criminales, y la población, que lo sabe bien porque ya es evidente, apenas reacciona.
ResponderEliminarGracias por seguir ahí Lorenzo
EliminarSí que es cierto. Estamos ante un problema generalizado del que, que duda cabe, es la propiedad sociedad y el conjunto de los ciudadanos que la forman quien tiene buena parte de culpa por desinhibirse de todo esto. Unos por puro egoísmo y otros por no saber mirar más allá y caer víctimas de la manipulación mediática.
Un saludo.
Estoy de acuerdo con vosotros. ¡Ojalá la crisis nos ayude a despertar! Se están cometiendo crímenes de lesa humanidad, de los que somos culpables si nos limitamos a observar, porque estamos en una democracia, aunque nuestros. obren como dictadores.
ResponderEliminarUn saludo
Gracias Juliana
EliminarSin duda. Lo que he pretendido poner en evidencia en este artículo es la hipocresía vigente en los principales estratos de la vida pública. Como la vida de las personas queda postergada a un segundo plano en función a viles intereses.
Un saludo.