sábado, 12 de noviembre de 2011

La falacia de la derecha (I)

Mi amigo Pepe es mi diario compañero de tertulia del café de las mañanas, que acabamos alargando hasta nuestra animada esquina, donde se nos acaba echando la hora encima con nuestras historias y, que a veces, nos hacen llegar tarde a nuestros respectivos negocios. Al fin y al cabo somos autónomos y maltratados por la historia desde el principio de los tiempos, al menos, podemos permitirnos esas ligerezas. Ayer ha sido uno de esos días en los que nos hemos extendido en exceso por cuánto debatíamos sobre su forma de entender la política tomando a la praxis como preludio mientras que, quien suscribe, entiende la política dentro de un contexto ideológico.

En una reciente entrada anterior de este mismo blog, comentábamos la obstinación de los representantes de la derecha española por inducir a la desaparición de las ideologías en beneficio de una clase  política tratada como mera administradora de los bienes públicos.  No nos extenderemos en este sentido ya que en el mismo dimos buena cuenta de este tema pero lo que si queremos ver ahora es como el Partido Popular viene haciendo campaña, desde prácticamente el inicio de la legislatura, abstrayéndose de esta crisis sistémica que asola a todo el mundo desarrollado, de la burbuja inmobiliaria que él mismo puso en marcha, de las consecuencias de ambas y haciendo creer a la población que las circunstancias políticas, económicas y sociales que se daban cuando se auparon al gobierno en 1996 son análogas a las actuales. Tales afirmaciones intentan presentarse al pueblo sobre una base pragmática, pero la empírica de la historia pone de relieve que estos pronunciamientos, realmente, tienen una fuerte base ideológica, encaminada a la asunción del poder por una clase dominante a costa del detrimento del pueblo.

John Maynard Keynes
Aunque los principales espadas del PP pretendan presentar torticeramente el keynesianismo, el modelo económico y por ende de lo político y social acreditado en la figura del economista británico John Maynard Keynes, que dominó la escena política occidental durante casi 60 años, como un modelo fracasado, nuevamente la historia nos pone de relieve que, partiendo de sus mismas premisas, F.D. Roosevelt consiguió sacar a los EE.UU. de la Gran Depresión de los 30 –no en vano ha sido el único presidente norteamericano elegido para el cargo en cuatro ocasiones- y Europa acometió la reconstrucción de la misma tras la devastación de la 2ª. Guerra Mundial. Es en la Crisis del petróleo de 1973, donde el neoliberalismo empieza a abrirse paso para ir asentándose, poco a poco, en la escena mundial hasta consolidarse en la década de los 90, aunque los EE.UU. comenzaran a notar sensiblemente su influencia en los años anteriores. Fue en los 80 cuando Ronald Reagan y Margaret Tatcher acuñaron a favor de las nuevas tesis neoliberales su famosa frase “el estado es el problema y no la solución”, donde se plasma muy claramente el rechazo a las políticas públicas en beneficio de la iniciativa privada y que acabarían desembocando en lo que se conoce el Consenso de Whasington, un documento que fue concebido inicialmente con miras a Latinoamérica pero que rápidamente calaría en el resto mundo desarrollado y muy especialmente en Europa.

Pero lo rigurosamente cierto es que la aplicación del modelo keynesiano que, en política, representaron los antiguos partidos demócratas-cristianos y socialdemócratas occidentales significó no solo para los EE.UU. la salida de la Gran Depresión –aunque no es menos cierto que el impulso de su industria al servicio de la 2ª. Guerra Mundial ayudó enormemente a ello-, sino fue la consumación en Europa de un modelo de desarrollo sostenible y con una serie de conquistas sociales para la ciudadanía que han sido puestos como ejemplo de solidaridad y eficacia para el resto de comunidades de todo el mundo durante la segunda mitad del SXX. Por el contrario la irrupción del neoliberalismo y con el mismo, el desplazamiento de aquellos mismos partidos hacia la derecha del eje político, ha traído lugar, tras un febril pero breve periodo de extraordinaria expansión económica, la mayor crisis mundial de carácter sistémico desde la 2ª. Guerra Mundial.

Como la historia no acaba escamoteando nada y como quiera que no habrá de ser casualidad que igual que, desde hace décadas, en todos los institutos se estudia entre las causas de la Gran Depresión, una época de arrebato consumista y especulativo inmediatamente anterior a la misma como fueron los Felices Veinte, en el futuro se propondrá como uno de los fundamentos de la crisis actual la exaltación del consumo y la extraordinaria expansión financiera del principio del milenio. Efectivamente, la Caída del Muro de Berlín en 1989 y el asentamiento del neoliberalismo como modelo económico y social en la década inmediatamente siguiente suponía, por una parte, la eliminación de un importante escollo para la libre circulación de personas, mercancías y capitales como era el imperio soviético y de otra, daría lugar al dominio en la esfera pública de una filosofía basada en la desregulación y liberalización de todos los sectores de la industria, las finanzas y el comercio. Con miras a la rápida expansión económica, al margen de cualquier tipo de fronteras, en otro proceso análogo al que se le acabaría conociendo como Globalización, se propició el auge de una economía basada en la ligereza de miras por un consumismo exacerbado en todos los estratos de la sociedad a la búsqueda de un modelo de felicidad sustentado en la acumulación de riquezas y la transmutación de la economía productiva en la economía especulativa donde los grandes capitales pudieran hacer su agosto de una forma tan rápida como abusiva y fuera de todo control, sin necesidad de mantener numerosas estructuras industriales más dificultosas de manejar.

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